La Jornada sábado 8 de marzo de 1997

José Steinsleger
Prometeo desenmascarado/I

para Gloria Valdez S

En las leyendas que el hombre ha inventado para explicar la vida parece que nunca hubo un ``antes'' y un ``después''. Hoy se sabe que a partir de la sexta semana de gestación, aparece el gen llamado sex determining region of the Y chromosome (SRY), que evita que el embrión se desarrolle solo como mujer.

La Biblia, siempre ambivalente, es prudente: ``Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó macho y hembra los creó'' (Génesis 1:27). Sin embargo, más adelante Dios desdobla al ser humano y hace aparecer a Eva para divertirlo y armarle líos: ``... No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada'' (íd. 2:18).

Pero en rigor es difícil refutar que la experiencia de Eva es, a más de intransferible, anterior al intelecto del hombre. Aquí ella parece llevar la delantera: los nueve meses en los que queda sometida a la ``aventura de ser madre'' para alumbrar entre dolores de suplicio y con riesgo de su vida.

Si la tesis que asocia a la mujer con la obsesiva minuciosidad en los detalles es correcta deberíamos concluir que la ``Historia del Hombre'' fue hecha por las mujeres. Childe, Myers y otros antropólogos fueron los primeros en demostrar que la mujer inventó la agricultura, el hilado, el tejido, la molienda y todo lo que permitió a la humanidad la progresiva emancipación de sí misma.

En cambio para salvar su alma, o ser tocado por la ``divina providencia'', o participar dinámicamente del ``progreso'', el hombre prefirió inventar para sí el heroísmo y el linaje de sangre. Cosa que hizo negando la equivalencia y el complemento de su ``media naranja'': la condición femenina, endosada exclusivamente a la mujer.

Sin embargo, al hombre debemos la invención de la ``coquetería'' (del francés coq: gallo) para irse a la guerra adornado de plumas, colorinches, tatuajes, travesaños en la nariz, ornamentos, melenas, copetes, brillos, colores, exhalaciones, capas, medallas y sombreros que le servirán para hacerse admirar y temer. La coquetería femenina fue más modesta: causar agrado y despertar amor. Mas hecha a la sangre del misterio periódico o el alumbramiento nada le quedó excepto aguantar en silencio dolores físicos y morales.

Y es que en la historia de la humanidad, moral, política y religión siempre han usado barba. Para la magna sabiduría hebrea del Talmud la mujer no tiene alma. Platón se la reconoció como al perro: el ``alma sensorial''. Su discípulo Aristóteles, piedra angular de todo lo que somos y hasta de lo que no somos, murió convencido de que la mujer era un hombre incompleto y que su mente no era superior a la del niño. San Pablo la llamó ``animal enfermo''. Decía que la mujer era un ser acéfalo: el varón es la cabeza de la mujer. Y Mahoma, que premiaba el fervor político de sus fieles con doncellas de virginidad refloreciente, no le reservó un lugar en su paraíso.

Los concilios teológicos del Medievo enroquecieron siglos en torno a si la mujer era una criatura dotada de alma o si debía colocársela en el nivel de los animales o de las plantas. Hasta que, gracias a Dios, en el siglo XIII, Santo Tomás, que la llamaba ``varón mutilado'', aceptó que a más de tenerla era igual a la del hombre (sin por ello repetir lo que decía Aristóteles). Lo que se ignora es si el insigne llegó a esta conclusión gracias a la alemana Hildegarda de Eibingen, predicadora, médico, escritora, botánica e investigadora de la naturaleza, que dos siglos antes había hablado de la naturaleza femenina de Dios.

En todo caso, 800 años después que San Agustín le reconociera a los esclavos la posesión de alma, la mujer obtuvo el reconocimiento. Pero se le negó la posesión del cuerpo, cosa que hoy, 800 años más tarde, los hombres empiezan a reconocer muy a pesar suyo. Con todo, las mujeres tienen motivos para no cantar victoria. Un estudio de la Organización Mundial del Trabajo (OIT) dice que al paso que van las cosas la igualdad laboral entre hombres y mujeres será posible dentro de 474 años.

Para el monoteísmo la mujer cumple roles ``simbólicos'': crea, ordena y es candidata a la divinidad. Aunque depende. Porque cuando se le atribuyen roles ``diabólicos'', destruye y fomenta tanto caos que sólo resta entregarla a los demonios previa purificación por el fuego.

Angel o demonio, pura o puta, la historia objetiva de la mujer es la clave para entender, antes que la vacuidad de los dilemas morales, la frustrante búsqueda de la felicidad cuyo único logro parece haber sido la calvicie de millares de sofistas adictos a la filosofía.

El modelo femenino de la cultura occidental fue el de la matrona romana: constante, leal, paciente, virtuosa, casta, sumisa, humilde, recatada, abnegada, sacrificada, renuente al lujo, a los entretenimientos, al erotismo y a las relaciones siquiera amistosas con su media naranja.

También es posible que hasta el mismo Homero haya imaginado las licencias que pudo haberse tomado Penélope. Después de todo, 20 años sin marido trae lo suyo. Pero de sólo pensar la suerte que pudo haber corrido la bella al retornar Ulyses de su ridículo periplo, el poeta pudo sentir que era un acto de prudencia hacer de Penélope un modelo de fidelidad: Ulyses era un semidios y, ya se sabe, los semidioses son terribles cuando ajustan cuentas en la tierra.