Luis González Souza
¿Qué quiere EU?
Tanto se ha profundizado nuestra dependencia en estos años de ``modernización'', que ya resulta imposible entender a México al margen de la variable Washington. Qué quiere, qué exige la cúpula gobernante de EU, son interrogantes clave para entender qué hace y hará su contraparte mexicana.
Sin duda es lamentable haber llegado a ese punto, pero el remedio no vendrá de la soberanía rollo: la que sólo es defendida con discursos, mientras se desvanece en los hechos. En rigor, esta última se consolida como indicador de mal agüero: en cuanto el discurso oficial de defensa-de-la-soberanía alcanza las primeras páginas de los periódicos, hay que estar atentos a nuevos actos desnacionalizadores.
El remedio tendría que partir de un conocimiento, tan completo como crítico, de los planes de EU respecto a México. A ello hemos intentado contribuir en México en la estrategia de Estados Unidos (Siglo XXI, 1993); pero se requieren aportes más numerosos y al menos tan frecuentes como la entrega anual de calificaciones (derechos humanos, conducta antidrogas) del Profesor Sam.
Por sí solo, el examen antidrogas da mucho de qué hablar. Nunca antes había generado tanto ruido (y tanto agravio) el debate estadunidense sobre la (des)certificación de México. Ruido que dista de haber terminado. Cual anaconda disfrazada de lombriz, la lista de nuevas exigencias se despliega más y más, al tiempo que el gobierno mexicano se esfuerza por encubrir nuevas concesiones, cual insuperable esgrimista de la soberanía rollo. De tanto ruido vale la pena rescatar una amenaza disfrazada de generoso servicio informativo: tenemos a México ``bajo un microscopio de gran aumento'' (Madeleine Albright, nueva secretaria de Estado en este segundo gobierno de Clinton, La Jornada, 6/III/97).
Ya muchos lo sabíamos, y aun así es bueno recordarlo, sobre todo si lo inscribimos en la nefasta dinámica de la desigualdad bilateral creciente: mientras EU nos observa día a día con un microscopio cada vez más penetrante, México apenas se atreve a observarlo de vez en cuando y a través de telescopios como el que usaba el Capitán Garfio: viejo, y para colmo fabricado en EU. ¿Cuántos dirigentes modernos de México no tienen enfoques norteamericanizantes?
Desde luego no se trata de reemplazar a la soberanía rollo con una soberanía pudorosa: que nadie ose ni siquiera mirarme desde el extranjero. El problema no está en si nos observan o no, sino en la (in)capacidad del observador para extraer conclusiones constructivas. Y mucho tememos que el Observatorio México from USA sigue plagado de murciélagos, esto es, de observadores que por carecer de vista (al menos larga) se guían por el oído, atento en primer lugar a los sonidos del intervencionismo (mesiánico o no), sin medir bien las consecuencias de un accionar más bien ciego.
Al menos tres consensos sobresalieron en EU al debatir el TLC. Tres consensos que al parecer siguen vigentes, y que sin duda podrían resultar muy positivos tanto para mexicanos como estadunidenses. 1) México es de importancia estratégica y creciente para EU. Por ello, 2) hay que fortalecer las relaciones de ambos países. Y, para tal efecto, 3) lo que más conviene a EU es un México estable, próspero y democrático. Hasta ahí, bien por el consenso de las propias cúpulas estadunidenses. El problema aparece al extraer conclusiones que hacen recordar al ingeniero que construye a base de dinamita y luego le echa la culpa a los albañiles.
Sólo queda espacio para apuntar incoherencias evidentes. Si México es tan importante para EU, ¿por qué se le maltrata so pretexto de las drogas, la migración y demás? ¿En verdad se espera un fortalecimiento de las relaciones EU-México a base de ayudas tan condicionadas que obligan a decir ``mejor no me ayudes, compadre''? ¿Es posible que México alcance la prosperidad, la estabilidad y la democracia a través de préstamos o tratados (TLC) leoninos y desplantes militaristas alentados desde Estados Unidos?
Más vale que éste diga bien lo que en realidad quiere. Que primero aplique el microscopio al saneamiento de sus planes, en definitiva incoherentes por decir lo menos. Y más vale que los mexicanos cumplamos de una vez por todas con la responsabilidad primaria: definir nuestro propio plan; compararlo con el de EU y privilegiar las coincidencias allí donde las haya. Ya es hora de decir, bien y fuerte, lo que queremos, en lugar de refugiarnos en el antiyanquismo fácil o en la norteamericanización tras bambalinas.