Artistas de diversas ramas analizan su labor creativa
Pablo Espinosa Ť En el terreno de la creación musical a lo largo de la historia, la presencia femenina ha tenido, desde siempre, una importancia capital, como una realidad lejana a la apariencia masculinista que ha campeado en la historiografía musicológica en el mundo.
Una actitud reciente en el mundo de la música permite, ya, un panorama real, y la obra de compositoras tan notables como la renacentista Hildegard von Bingen o la contemporánea Sofia Gubaidulina circulan profusamente en salas de concierto y la industria discográfica.
El especialista Jorge Ayala Blanco mantuvo, a finales de los años ochenta, un programa radiofónico semanal de una hora de duración, durante tres años, dedicado a mujeres compositoras. Las referencias hoy en día ya no se reducen a unas cuantas siempre citadas: Clara Schumann, Fanny Mendelssohn y Nadia Boulanger.
En México, la producción musical contemporánea incluye a una pléyade de compositoras en las generaciones más recientes, entre otras:
Alicia Urreta, Rocío Sanz, Martha García Renart, Lilia Vázquez, Graciela de Elías, Mariana Villanueva, Leticia Cuen, Lucía Alvarez, Rosa Guraieb, Gloria Tapia, Verónica Tapia, Verónica Armijo, Graciela Agudelo, Ana Lara, Gabriela Ortiz y Marcela Rodríguez.
Cuatro autoras, de entre ellas, expresan sus opiniones aquí de los intereses estéticos que las ocupan y sus conceptos como presencia femenina en el arte musical. El resultado, nuevamente, acusa un panorama de esplendor.
Graciela Agudelo, autora de un pertinente ensayo acerca de las mujeres compositoras en la historia, publicado recientemente en la revista Pauta, terminó, en lo que va del año, un par de partituras y acomete una obra de cámara con instrumentación numerosa.
La primera obra es ``una canción de cuna que me encargó la mezzosoprano María Encarnación Vázquez, y la otra es para violonchelo y viola da gamba escrita por encargo del Conservatorio Estatal de Odesa: Confluencias, título que indica los diferentes lenguajes a los que recurro para el tratamiento de un instrumento barroco como lo es la viola da gamba, con ideas contemporáneas.''
La creación musical por parte de las compositoras, define Graciela Agudelo, ``se ha caracterizado siempre por una existencia muy angosta pero larga. La mujer en la composición musical existe desde siempre, desde los orígenes de la música en la antigua Grecia.
``Luego, la Iglesia silencia a las mujeres, las mete en los conventos, inventa a los castrati, pero no ha cesado su presencia, como lo demuestran los discos que han editado recientemente con música de Hilegard von Bingen. Y están otras presencias conocidas, como la esposa de Schumann, Clara Weick, la hermana de Mendelssohn, Fanny, sin pasar por alto a las grandes maestras como Nadia Boulanger, y su hermana, Lilly Boulanger. Cuando Madame Curie dictaba clases en la Sorbona, a las mujeres no las admitían en composición con el argumento de que no iban a entender los conceptos de contrapunto y otras materias. Tuvieron que crear sus propias orquestas femeninas.
``Pero todos esos prejuicios no han sido suficientes para confinar a la mujer, pues ha hecho música a través de la historia. Algunos nombres: Elizabeth Jacquet de la Guerre, que fue acogida en el patronato de la corte de Luis XIV y es un genio comparable con Mozart, Francesca Caccini, Marianne von Martínez (mientras Beethoven era adolescente, ella tenía una escuela en Viena), Maria Theresia von Paradis, Alma María Schindler, la mujer de Gustav Mahler (que también mutiló su vocación por darle gusto al señor), Cosima Wagner, Louise Adolpha Le Bau, Madame von Meck, Manon Gropius, Elizabeth Sprabhe Coolidge, Sofia Gubaidulina, Betsy Jolas. En el panorama mexicano, somos un país que comparativamente tiene un alto número de compositoras y la mayoría somos muy activas en el medio: promovemos la música de los y las colegas y siempre estamos muy comprometidas con la música de nuestro tiempo.''
Ana Lara, por su parte, trabaja en dos encargos importantes:
``La composición de un requiem para la Capella Cervantina, que se estrenará en el Cervantino de este año, y una obra para orquesta por encargo de la IBM en su 75 aniversario. Son dos obras muy diferentes; el requiem es una forma muy atractiva para mí en su relación texto/música, que abordo como un viaje fascinante e intenso hacia el interior de mí. Es una forma muy versátil que puede adaptarse a las intenciones de cada compositor. Como estuve cantando durante una época con la Capella Cervantina, retomo el canto gregoriano en su carácter encantatorio, como de mantra para llegar a un estado diferente de conciencia.
``La obra para orquesta es un mundo muy diferente, todavía no la empiezo a escribir pero tengo una idea clara: una entrada muy fuerte de tambores, luego un canto del oboe que retoman las cuerdas y crean mundos mágicos. Lo que me interesa es, algo que he estado trabajando durante mucho tiempo, encontrar el corazón al sonido: tratar de ir al centro del sonido y expanderlo.''
Gabriela Ortiz añade otro éxito a su fructífera carrera: escribe un cuarteto de cuerdas por encargo del Kronos Quartet, que vendrá a México en octubre para estrenarlo durante el Festival Cervantino. ``Se llama Altar de muertos y es una reflexión sobre la concepción del tema de la muerte en México a través de la historia. La primera parte se llama Ofrenda y describe la visita de cuatro espíritus a un altar y cada espíritu es un instrumento.
``La segunda parte, Mictlán, refiere las culturas prehispánicas donde la muerte se considera como un ciclo que nunca termina. La tercera, Danza macabra, nos habla de la influencia de la cultura europea con una idea de la muerte muy distinta. La última parte, La Calaca, es el sincretismo de la concepción contemporánea de la muerte en México, la parte posmoderna digamos.''
Marcela Rodríguez acaba de terminar ``una obra para coche y arpa: el coche en una cinta magnetofónica. La idea es mostrar las emociones cuando uno sale a las calles en el auto, mezclado con lo más sutil, que es la música: una mezcla de la cotidianidad de la calle con el alma, la música. En cuanto a mis intereses estéticos, son muchas cosas las que me mueven: la poesía, la voz humana y los muchos sentimientos que vivimos en esta época: amor, pasión, pero también tristeza, injusticia, dolor.
``También, tengo el proyecto de escribir una ópera de cámara, un Quinteto para guitarra y cuerdas y estoy empezando una obra sinfónica.
``Mi música de cámara más reciente es mi Cuarteto de Cuerdas Número 3.''
Mujeres compositoras hoy, 8 de marzo. Un universo en esplendor.
Julieta Lozano Ť Son mujeres y viven para el arte. Las pintoras Sofía Bassi, Toña Guerrero, Macrina Kraus, Rina Lazo y Carolia Paniagua, las escultoras Carol Miller y Naomi Siegmann, y la fotógrafa Pía Elizondo voltearon el rostro hacia este Día Internacional de la Mujer, y en una ojeada examinaron el quehacer femenino en la creación artística.
Fuerte, pero no en bruto
Si bien las entrevistadas coincidieron en señalar que la obra de calidad es calificada como arte, sin importar el sexo del autor, todas ellas aceptaron precisar hasta dónde lo femenino queda como una impronta en su trabajo.
Para Carol Miller, manipuladora del bronce a la cera perdida, el elemento femenino en su creación se muestra en ``una fuerza que no es agresiva ni hostil, sino tenaz y prolongada, pudiera ser ternura de larga duración, muy fuerte, pero no en bruto.''
Por su parte, la pintora Toña Guerrero, al hablar de su obra indicó: ``Yo haría la siguiente aclaración: la encuentro femenina no por lo delicado, sino por lo fuerte.''
La fuerza descrita por Miller y Guerrero fue también señalada por la pintora Carolia Paniagua --``mi trabajo es fuerte y muy femenino''--, aunque agregó: ``pero me molesta que digan que tengo mucha `garra' para ser mujer, es decir, que la fortaleza sorprenda.''
De acuerdo con Paniagua, es la pasión su energía expresiva, la pasión que quintuplica su faena --madre, esposa, proveedora, responsable de su casa y además creadora-- y que se muestra en los lienzos, una entrega propia de la mujer que aunque ardua, no debe generar tanta sorpresa.
En el caso de Toña Guerrero, la fuerza procede de la historia inmanente dentro de su producción: ``Hay un signo autobiográfico en la obra, nacido de la interioridad'', este signo ``es el punto de partida para un discurso plástico, en algunos casos muy atrevido.''
En el origen de su creación está la propia vida, añadió, y tal circunstancia podría ser asociada con lo femenino.
Guerrero se toma a sí misma para iniciar la primera línea en la tela; este es un asunto ``muy fuerte y por lo mismo intenso'', dijo, ``es el motivo que lleva a un lenguaje de belleza, a una humanidad que no es fría, no es conceptual.''
Para Rina Lazo, quien gusta pintar al temple de huevo, existen características genéricas que se revelan en el proceder de la artista: ``una va hacia lo profundo del sentimiento femenino, esto dicta la forma de acercarse a la obra y lo más íntimo maneja la mano.''
Por último, Pía Elizondo, fotógrafa, afirmó que las impresiones que obtiene tras observar su objetivo a través de la lente de su cámara, provienen por entero de una mujer. ``Es una mirada más cerrada, que se mete en sí misma y en el objeto a capturar: es intimista.''
Los temas, los acabados
Además de las maneras de comenzar sus obras y la fuerza proyectada en ellas, existen otros ámbitos donde las entrevistadas identificaron la feminidad.
Macrina Kraus, a últimas fechas trabajadora exclusiva del óleo, dijo: ``para mí hay algo femenino en los detalles del acabado de una pintura, en mi estar `dale y dale y dale' en cada parte del cuadro.''
La pintora Rina Lazo coincidió: ``al cuestionarme el aspecto femenino, me remito indudablemente a los detalles de las figuras, a ese toque especial.''
No obstante, Lazo hizo también hincapié en los temas abordados: ``existe asimismo una insistencia por representar a la Luna, símbolo femenino.''
Con respecto a los temas, Toña Guerrero, en quien los corazones son una constante en su obra, externó: ``El corazón es vida, me parece femenino porque el gran quehacer de la mujer es cuidar de la vida''. Debido a ello, añadió, ``nuestras maternidades tienen ese algo amoroso, comprensivo, porque somos cuidadoras.''
Por último, la tesonera pintora de la mujer, Carolia Paniagua expuso las razones de su principal tema pictórico: ``yo sólo pinto a la mujer para mostrar que valores como la ternura, la fuerza y el misterio son universales y válidos para ambos sexos.''
Doble esfuerzo y silencios
La mujer debe trabajar el doble o triple del tiempo dedicado por sus colegas al oficio para mostrar su calidad, coincidieron Miller y Siegmann, aunque esta última precisó: ``sin talento, la artista será discriminada como cualquiera y no por ser mujer.''
En otro orden, Siegmann añadió que ese mayor esfuerzo que las creadoras están obligadas a realizar se traduce sólo en trabajo constante, por lo que ellas no deben además otorgar explicaciones --el ya célebre ``¿qué quiso decir?''-- o develar su trabajo.
``No es necesario explicar la propia obra en la lucha por lograr un sitio como artista, al definir se pierde el misterio'', dijo Siegmann. ``Ante una producción con calidad el observador reacciona emocionalmente, no necesita aclaraciones.''
Acerca del ``mutis'' de críticos y periodistas hacia las autoras y sus obras, Toña Guerrero indicó: ``El silencio de la crítica ante mi obra no me angustia, aunque me saca de onda.''
``Ocasionalmente --relató--, he encontrado en ciertos círculos artísticos, con una mayoría de miembros masculinos, una actitud de no otorgar importancia a mi calidad artística y a mi estatus profesional.''
``Pero no me preocupa; digo `Aleluya' por la mujer con su extraordinario poder expresivo, su dinámica visual y su constancia'', puntualizó la pintora.
En relación con el mismo tema, su colega Sofía Bassi dijo: ``Nunca se ha generado un silencio en torno a mi obra, he sido muy suertuda y no he debido defenderla''. Por su parte, Carol Miller destacó: ``simplemente trabajo, no necesito defender mi creación.''
Carolia Paniagua: ``No tengo tiempo de promoverme y por lo tanto, no he sentido ese silencio hacia mí.''
Finalmente, Siegmann puntualizó sobre la crítica y las voces que se refieren o no a su labor: ``prefiero que hablen, qué bueno que hablen, porque el silencio es la muerte.
Angélica Abelleyra Ť Mujeres y literatura. ¿Qué otorga la condición de ser mujer al escribir?
Algunas de plano alucinan la diferenciación por sexo. Otras dicen que escribir no tiene nada de hormonal y que, si bien social y biológicamente la distinción con los varones resulta evidente, en la literatura todo es por fortuna re-la-ti-vo. Así, la pregunta primera, más que convertirse en certeza se mantiene como duda que abre y diversifica los caminos.
Con matices, ellas coinciden en la necesidad de que a fines del milenio sea una sola la búsqueda: la buena literatura y la recuperación de una sensibilidad refinada y dual que es privilegio de cualquiera, sin miramientos de género.
Hoy, Día Internacional de la Mujer, algunas novelistas, poetas y cuentistas hablan del binomio mujeres-literatura.
Como nunca ha sido hombre, la poeta Miriam Moscona (1955) no tiene idea de cómo sería escribir desde ese lado. ``Sólo Tiresias, que tuvo la gracia de estar en ambos lados, podría saberlo con certeza. El --a pregunta expresa-- le contestó a los dioses que la mujer goza más en el amor. Y lo cegaron, pero le dieron a cambio el don de la profecía. Yo no lo tengo.''
Autora del poemario Vísperas, Moscona añade: ``Se escribe con cierta oscuridad. La escritura, en particular la poesía, es un vehículo de conocimiento. A través de ella me he asomado a una experiencia que no concibo relacionada centralmente con lo femenino o masculino. Además soy una convencida de que todos tenemos algo de ambas cualidades. Social, biológicamente, las diferencias están a la vista. En lo social, los rezagos son todavía vergonzosos. En la literatura todo es más relativo''.
A la poeta y novelista Carmen Boullosa (1954) de entrada se le paran los pelos de punta cuando escucha el término sensibilidad femenina porque ``son dos palabras adheridas por tradición''. La sensibilidad ``queda confinada para las mujeres, como la intuición, pero la razón es privilegio de los hombres. ¿La razón, la acción, el rigor son masculinos? Me parece que no hay novela sin razón, sin acción y sin rigor, y la madre de la novela moderna es una mujer, Jane Austin.''
Pero, luego de esa primera reacción, la autora de La salvaja piensa que sí hay una sensibilidad femenina: aquella que alienta las páginas de Proust o la que tiene un maravilloso ejemplo en la obra de Sergio Pitol. Sin embargo no se trata de la sensibilidad que ``pretende entrenar la novela rosa o la banalidad de las revistas para mujeres; esa que apela a la tontería y al lugar común. En todo caso, la sensibilidad femenina recuperable es una sensibilidad cultivada, refinada, estudiada, literaria, que puede ser privilegio de todos.''
Narradora de Vida con mi amigo, Las hojas muertas y Doce cuentos en contra, Bárbara Jacobs (1947), sí cree en las diferentes sensibilidades y conceptualizaciones entre los hombres y las mujeres. Pero ``las diferencias son individuales: no obedecen únicamente a una diferenciación sexual. Hay toda clase de combinaciones posibles de grado y de índole: factores genéticos, sociales, psicológicos, culturales, económicos, geográficos, históricos; no sólo de género. Un escritor debe saber qué siente y qué piensa de sí mismo, del hombre, del mundo, y de la relación entre unos y otros, para sentarse y escribirlo. El escritor hombre que no aprenda a sentir y pensar como mujer creará personajes hombres y mujeres falsos. Otro tanto sucede con el escritor mujer. Por eso es tan difícil ser buen escritor.''
Otra tesitura adoptan las palabras de María Luisa La China Mendoza (1930), creadora de Ojos de papel volando. ``Ser mujer es un oficio de reto cada minuto. Y ser escritora es una manda inacabable, peor que ir a Chalma desde el momento en que se nace y hasta que se muere. Porque lo que concede el hecho de ser escritora, y mujer, es la soledad, la pobreza, la envidia. Y la constatación de que se carece de las virtudes de los altos ejecutivos amafiados para poder ser aceptada entre los consagrados, los que exigen arrodillamientos a su paso, los que denomino `Las carrozas del santísimo'. ¿La sensibilidad? Esa viene con la mujer: es el desgarramiento, el dolor, el llanto, la intuición del desdén y de la inmadurez del compañero y de las espaldas sin alas de las mujeres.''
Un diferente cariz toma el comentario de Elisa Ramírez Castañeda (1947), poeta de Una pasión me domina: ``Claro que todo lo determina a una, incluso las palabras en que naciste y tu manera de relacionarte con el lenguaje. Pero hablar de sensibilidades por ser mujer es como remontarse al siglo pasado donde las mujercitas escribían poemas y tocaban el piano. Escribir no es nada hormonal, pero sí cultural y en eso cabe todo: lo geográfico, lo biológico, lo ecuménico. Of course que determina el ser mujer pero, sobre todo, las expectativas, las obligaciones, las disciplinas y las seguridades. Existe una obligación de disciplinarte, de enfrentar bien el acto de escribir pero dándonos a veces el chance de reprobar. En el binomio mujer-escritura existe una internalizacion de tratar de hacerlo bien. No somos ni un gremio negro ni blanco ni bonito ni feo. Es difícil y chingón. Y cuando dejemos de demostrar la diferencia tal vez escribiremos mejor.''
En tanto, para la poeta de Migraciones, Gloria Gervitz (1943), existen dos momentos relacionados con la creación poética. Durante el primero, el preciso acto de escribir, ``lo único que hay es la enormidad del silencio, la expansión de la conciencia, el temblor; ahí no importa si eres hombre o mujer, no importa nada más que ese impulso. No piensas en nadie, ni siquiera en ti. Lo que importa es decir la Cosa en sí misma. Pero está el cuerpo y todo ocurre ahí aunque acabe por ser un estado del alma --y eso ocurre cuando escribes-- y luego lleguemos a sentir o a creer que sentimos que nuestra alma es tan sólo su más hermoso sueño.''
Narradora, Mercedes Iturbe tiene en general una gran resistencia a la división de los sexos en la literatura. Y prefiere referirse ``a la esencia de ser mujer y de ser hombre. Hay libros, como Rasero, de Francisco Rebolledo, que difícilmente podría estar escrito por una mujer. Es una obra de un escritor, más que de un hombre o mujer. O ahí tenemos también a Clarice Lispector, una de las grandes escritoras del siglo XX de literatura femenina, pero ante todo literatura a secas. Lo importante es buscar expresar la propia experiencia, lo que se tiene dentro, y no dar mensajes de tipo femenino.''
Así son las provocaciones-dudas que causa el dúo mujeres-literatura.
Mónica Mateos Ť Tres son los nombres que aparecen en escena cuando se abre la caja de pandora de la dramaturgia contemporánea en México: Elena Garro, Luisa Josefina Hernández y Sabina Berman. En opinión de algunos directores de escena, ellas están en la cúspide de esa pirámide de letras que conforma el teatro hecho por mujeres en nuestro país.
Elena, Luisa Josefina y Sabina han dejado ya su presencia femenina en la memoria del quehacer teatral, porque han vencido el desafío de atreverse a romper el silencio impuesto por años de marginalidad genérica, con obras como Andarse por las ramas, de Garro, o Entre Villa y una mujer desnuda, de Berman, pieza que a la fecha lleva más de 300 representaciones y que fue llevada exitosamente al cine (el filme representa a México en el Festival de Cine de Cartagena, Colombia).
La nueva generación de dramaturgas hace lo propio en un ambiente teatral en el que aún no despuntan nombres. Hay, sí, un crepitar de voces que desborda en dos grandes metáforas: rebeldía e imaginación; actualmente, del total de propuestas teatrales que se presentan en la ciudad de México, apenas 10 por ciento de las obras son hechas por mujeres. Es una pequeña pero intensa luz que cae sobre el gran foro mexicano para iluminar sólo el rostro de un personaje cuyas posibilidades escénicas saben a autocrítica, a búsqueda, a vida.
En este sentido, Elena Garro opina: ``En el `teatro profesional' ocurre algo muy molesto: el director toma la obra y hace con ella lo que quiere, la rehace y la deshace. Yo prefiero que no me pongan, y ahí sí prefiero a los estudiantes, porque ellos, como no es por lucro, no me molestan. Prefiero a los jóvenes que la manga de viejos putrefactos que hay en el teatro y en todas partes. Mi vocación siempre fue el teatro. El teatro es muy fácil de escribir, sale así nada más, fluye, y como es tan fácil me da flojera. El teatro se te ocurre en un momento, pero, mira, luego escribes teatro y no lo montan o lo montan muy mal los estudiantes, y los pobres no tienen medios, el teatro es muy caro. El teatro no es nada más el texto, es también el escenario...'' (Fragmento del libro La ingobernable... encuentros y desencuentros con Elena Garro, de Luis Enrique Ramírez).
Una exposición fotográfica preparada por el Centro de Investigación Teatral Rodolfo Usigli, para ser exhibida durante el Simposio La Mujer Latinoamericana y Americana en el Teatro, celebrado en Cincinnati en 1994, hace un recorrido visual por las artes escénicas del México de este siglo. La curaduría de dicha muestra fue realizada por Estela Leñero; en el periodo que denomina Teatro de hoy (1980-1994), incluye a 13 mujeres que, a manera de muestra representativa, reflejan la pluralidad de estilos, temas, estéticas y contenidos del fenómeno tetral femenino.
Ellas son Rocío Carrillo; Raquel Araujo; Norma Román Calvo; María Elena Aura, quien adaptó el monólogo La mujer rota de Simone de Beauvoir; Leonor Azcárate, de quien sobresale Pasajero de media noche, dirigida por Marta Luna en 1993; la ya mencionada Sabina Berman; Pilar Campesino, inscrita en la llamada ``generación intermedia'', que en su obra denuncia los abusos de poder y marca el rescate del panfleto político mediante juegos en diferentes planos; Los objetos malos (1967) y Verano negro (1972) son ejemplos de ello; Bertha Hiriart, quien está fuertemente asociada al teatro para niños; Maribel Carrasco, quien por medio del clásico lenguaje del cuento de hadas, mitos y leyendas ha realizado una dramaturgia para ser representada por actores, muñecos y máscaras; Gabriela Ynclán, cuyo tema recurrente en sus obras es la matanza de Tlatelolco en 1968, suya es la obra Cuarteto con disfraz y serpentinas (1993); Silvia Peláez, autora de Fascinación por lo verde y El guayabo peludo, que se representa actualmente, y la propia Estela Leñero, dramaturga que ha transitado del realismo cotidiano al teatro del absurdo.
Estela opina que el hilo conductor en la obra dramatúrgica femenina es precisamente explicarse ellas mismas, es decir, en todas ``hay una manera particular de abordar los personajes femeninos, por el conocimiento que la propia mujer tiene de su propia problemática. Sin embargo, tanto hombres como mujeres estamos en la búsqueda de formas específicas para expresar lo femenino. Ambos géneros estamos en el proceso, no vivimos separados, no podemos vivir separados.''
Al mirar la cartelera actual, para buscar propuestas escénicas ideadas por mujeres, mención aparte merecen los trabajos que realizan, por un lado, María Alicia Martínez Medrano, quien con sus Laboratorios de Teatro Campesino ha sentado precedente de calidad en un terreno desdeñado por la gran industria. Cada domingo presenta, en Tlayacapan, Morelos, El pueblo de Julia, una estupenda puesta en escena, en escenarios naturales, protagonizada por Angélica Aragón. Y Jesusa Rodríguez, la siempre creativa y combativa productora, dramaturga y actriz que ha forjado una tradición dentro del género de la sátira política.
Todas ellas han conquistado, por fuerza y vocación, no sólo una habitación sino un escenario propio.