Cancún, que en lengua quiché significa ``lugar de víboras'', es por tercera vez consecutiva el sitio elegido por los banqueros de México para la realización de su 60 Convención Anual. Participan unos mil 200 ejecutivos de banca, aunque por el despliegue de fuerzas de seguridad y el número de aviones particulares que se reporta ha arribado al paradisíaco centro turístico, bien podría hablarse de tres convenciones paralelas: la de los banqueros, la de los guaruras y la de los pilotos de las aeronaves.
Evidentemente los señores banqueros temen que, como el año pasado, se les vuelvan a colar los barzonistas y otros deudores hipotecarios hasta las puertas del Centro de Convenciones de Cancún, para pedir soluciones justas a las carteras vencidas. Ellos tienen asuntos más delicados que atender, como buscar mejores fórmulas de capitalización tras la debacle sufrida desde los ``errores de diciembre'', o clamar en favor de su propio concepto de justicia. Los señores banqueros demandarán esta vez mayor seguridad jurídica, como precondición para el desarrollo futuro de la actividad bancaria; seguridad jurídica que se traduce en reglas más favorables para el otorgamiento de créditos.
Muy bien. Nadie puede negar que las leyes deben otorgar garantías a los acreedores para evitar la ``cultura del no pago''; sin embargo, también los deudores tienen derecho a reclamar seguridad jurídica. Durante años éstos han sido los inmolados por condiciones crediticias aplastantes e inequitativas. Baste recordar la famosa ``tasa de referencia'' que cada institución bancaria manejaba según su beneficio. La pregunta es si, derivados de esa convención, ¿podrán adoptarse normas de estandarización sobre cómo, a quién y bajo qué condiciones se reactivan los créditos? A partir de ahí habrá qué ver cómo responde el Estado y si efectivamente actúa como un equilibrio social.
Porque, a decir verdad en las condiciones prevalecientes, ¿cuántos de nosotros tenemos acceso efectivo a los créditos bancarios? ¿Cuántos en México tenemos capacidad de ahorro suficiente para respaldar un crédito privado?
A manera de respuesta, 4 por ciento de las cuentas bancarias registradas concentran 87 por ciento de los recursos que capta la banca privada, es decir, unos 600 mil millones de pesos; mientras que la gran mayoría, o sea, 96 por ciento de los cuentahabientes, apenas representa 13 por ciento de la captación bancaria. La deducción es clara. La banca privada mexicana favorece a una élite de la población que por lo mismo está mejor dotada para ser sujeto de crédito. Dicha concentración, por otra parte, también vuelve al sistema económico altamente vulnerable y coloca al Estado en calidad de rehén ante políticas equivocadas.
Un tema ineludible en esta convención será el desmantelamiento de la protección que hasta la fecha el gobierno ha otorgado al ahorro interno frente a eventuales quiebras bancarias, y que fue introducido como mecanismo regulador muy a pesar de los banqueros. Es un hecho. A partir del primero de enero de 1998, la clientela bancaria más adinerada quedará sujeta a los riesgos y garantías que le otorgue su banco de preferencia. La medida, atribuible al padrinazgo del FMI, desatará sin equívocos una lucha a muerte entre los bancos por captar un mayor número de cuentahabientes.
El mecanismo está concebido para que el Fobaproa sólo garantice la restitución en ciento por ciento a cuentas bancarias con montos aún indeterminados, iniciándose a partir de ahí una disminución escalonada de protección que en suma acabará exponiendo a quienes más tienen. En Estados Unidos, donde se practica ese sistema, el gobierno otorga un apoyo total a cuentahabientes con depósitos de hasta 100 mil dólares. Garantiza 75 por ciento a cuentahabientes con montos hasta 250 mil dólares; 50 por ciento a quienes posean hasta 500 mil dólares y 25 por ciento a quienes lleguen hasta 750 mil dólares. Montos superiores ya no son responsabilidad del gobierno, como tampoco los son montos menores a 100 mil.
Acostumbrados como están a la protección total, los bancos privados de México difícilmente se van a tragar la exposición a la que quedan sujetos, que es tanto como quitarle la falda a una religiosa. Sin embargo, también quedan expuestos los pequeños cuentahabientes, que son los más, y que con el correr de los años y los bandazos de la banca perdieron sus cuentas de ahorro y sus bienes, tras endeudarse con créditos que les resultaron lesivos.