La Jornada sábado 8 de marzo de 1997

Patricia Galeana
Feminismo y universidad

Hace casi tres décadas que el politólogo Herbert Marcuse preconizó que la revolución más grande del siglo XX sería la revolución de las mujeres y que ésta era irreversible. En efecto, fue en la segunda mitad de este siglo cuando se dio el movimiento de liberación femenina, que tiene sus antecedentes en las luchas sufragistas del siglo pasado.

En la centuria anterior y en el principio de ésta, los movimientos liberacionistas fueron satanizados y combatidos por derechas e izquierdas, como se había combatido a los antiesclavistas. Ello provocó que el feminismo surgiera con un cariz agresivo que respondía a la ley física de que a todo estímulo corresponde una reacción. Después de siglos de represión tal actitud era perfectamente justificable.

Pero como ha señalado uno de los más importantes filósofos de nuestro siglo, Norberto Bobbio, el feminismo de los noventas llega a un momento de madurez, prescinde de la lucha por la igualdad masculina para reconocer las diferencias, ``entendidas no como desigualdad ni como complementariedad, sino como la asunción histórica de la propia alteridad''.

Paralelamente a estos procesos mundiales, en México desde el movimiento revolucionario, Salvador Alvarado convocó en 1916 al Primer Congreso Feminista, consciente de que el cambio de estructuras que implica una verdadera revolución no podría dejar al margen a la mitad de la población.

No obstante, tuvo que pasar casi medio siglo para que las mujeres mexicanas pudieran ejercer sus derechos políticos. Ello es una clara muestra de lo arraigado de la estructura patriarcal en nuestra cultura y el porqué de nuestro rezago en la materia, en contraste con posiciones de vanguardia en otros campos sociales. Ello de la razón de existir a las agrupaciones que luchan por la defensa de los derechos de las mujeres. Mientras exista el machismo será necesario el feminismo.

Siendo la universidad, la institución por excelencia donde todos los individuos pueden lograr el desarrollo de sus capacidades, la mujer que tuvo oportunidad de acceder a ella, pudo por esta vía obtener también su derecho al sufragio. Así, en los primeros países del mundo que reconocieron los derechos políticos de las mujeres, se estableció que éstas podían votar si eran propietarias o tenían un título universitario.

Compartimos la convicción de que la mejor inversión que puede hacer una sociedad es la educación de sus mujeres, por el efecto multiplicador que éstas tienen, no sólo como reproductoras de vida sino de cultura.

Así quedó demostrado en el estudio que hiciera la Universidad Nacional Autónoma de México cuando fuera rector el doctor José Sarukhán para encontrar el común denominador de los mejores estudiantes de la UNAM, acreedores a la medalla Gabino Barreda. No sólo llamó la atención el alto índice de mujeres que regularmente alcanzan este grado de aprovechamiento, sino que los resultados arrojan la importante conclusión de que todas ellas y ellos tenían en común, no su condición socioeconómica, ni su sistema de estudios --fuera escuelas públicas o privadas, del sistema preparatoria o CCH--; sino que la razón de su alto nivel de aprovechamiento coincidía en el mayor grado de escolaridad de sus madres.

Convencidas de ello y teniendo como divisa las ideas de Bobbio en el sentido de que el mejor termómetro para medir el desarrollo de un pueblo es ver la situación de sus mujeres, debemos trabajar en pro de los derechos de la mujer a la salud, a la educación, la necesidad de contar con el marco jurídico idóneo y generar una nueva cultura de respeto a los derechos de todos, para superar la mentalidad androcéntrica.

Debemos cobrar conciencia de la discriminación que todavía sufre hoy la mujer por razón de su género, en los diferentes estratos sociales de nuestro país. No puede haber paz en el mundo mientras no la haya en el núcleo de la sociedad, con el respeto a los derechos de todos. Las universitarias somos todavía un grupo privilegiado en nuestra sociedad y por ello estamos más obligadas con el pueblo que nos sustenta a contribuir en la solución de sus problemas.

Existe la necesidad de crear más centros contra la violencia intrafamiliar con albergues para las mujeres golpeadas, y casas de protección a los ninos y niñas víctimas de la violencia intrafamiliar. Establecer paralelamente programas educativos desde el sistema preescolar; en los libros de texto y campañas de difusión para generar una nueva cultura y superar todo atavismo discriminatorio para la mujer mexicana.

Si bien falta mucho por avanzar, hoy podemos decir que la conciencia sobre los problemas que sufre la mujer ha logrado permear a la sociedad mexicana. El que se haya creado un organismo gubernamental, que propusimos desde años atrás, es una prueba de esta nueva conciencia.

En el momento histórico de cambio y profundización hacia una vida plenamente democrática que vive México hoy, el trinomio mujer-desarrollo-democracia es indisoluble.