Se ha dicho que las mujeres eran ``la mitad del cielo'', pero se podría decir con más exactitud que les corresponde más de la mitad del infierno en que se ha convertido la vida cotidiana en el mundo y en nuestro país.
En efecto, ellas son quienes más padecen la inseguridad, y la única noticia reconfortante en este terreno ha sido el fallo que permitió la excarcelación de una ciudadana que, en ejercicio de la legítima defensa, no tuvo más remedio que tener que oponer la violencia a la brutalidad y al intento de violación, a los que sucumben diariamente cientos de otras mujeres.
Ellas son las más afectadas por el aumento de la desocupación, el empeoramiento de las condiciones de trabajo y la caída del poder adquisitivo, como lo atestiguan las trabajadoras de las maquilas (hace sólo dos días 30 empleadas de una fábrica de Baja California en la que, en lo que va del año, el episodio se ha reproducido ya cinco veces, tuvieron que ser internadas, intoxicadas) o las del turismo. Ayer, por ejemplo, la Universidad Iberoamericana, con motivo del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer (que conmemora, dicho sea de paso, un incendio, provocado para expulsar de una fábrica que habían ocupado, que causó la muerte de 129 trabajadoras textiles estadunidenses en esa jornada de 1857), reveló que la violencia intrafamiliar y la agresión a las mujeres han sido una de las consecuencias directas de la crisis económica en la región lagunera, y un informe de la Sectur mostró que el casi medio millón de trabajadoras en la industria turística sufren aguda discriminación, tienen horarios más largos y carecen de capacitación y apoyos. Es igualmente grave la situación de las ``viudas blancas'', que deben hacerse cargo de sus familias debido a la emigración de sus esposos, o la condición en que se encuentran los millones de mujeres cuya pobreza se ha agravado no solamente en las comunidades indígenas de todo el país, sino también en las zonas rurales, cuya economía ha sido desquiciada, o las de las mujeres de los barrios pobres urbanos, cuyo presupuesto familiar es cada vez más insuficiente para alimentar, vestir y educar a sus hijos.
La situación desde el punto de vista de los derechos humanos, es para ellas igualmente grave. A las violaciones y la violencia, muchas veces a manos de las fuerzas que deberían darles y darnos ``seguridad'', se agregan la negación del derecho a disponer de su cuerpo y de su futuro, recurriendo al aborto, que los países civilizados reconocen, pero no así aún el Programa Nacional de la Mujer, a pesar de que se calcula que 200 mil mujeres se ven obligadas (pese a la alta mortalidad) a acudir a este medio extremo; al mismo tiempo que la mojigatería retrógrada transforma la visión del cuerpo femenino y a éste mismo en provocación, impureza, pecado, ensuciando así la mente masculina y envenenando a toda nuestra sociedad.
``El nivel de civilización de una sociedad se mide por la situación de sus mujeres'': ha llegado, por lo tanto, la hora de comprender que los discursos y las celebraciones oficiales no bastan para cubrir los hechos crudos, y que sólo un profundo cambio en el curso de la economía, en las mentalidades y en la sociedad podrá asegurar a todos, y en particular a las mujeres, que son las más discriminadas, sus derechos democráticos, que son inseparables de sus derechos sociales.