A lo largo de una carrera cinematográfica relativamente corta, Andrei Tarkovski (1932-1986) se convirtió en el más importante y profundo poeta del cine de nuestro tiempo. Desde el punto de vista cuantitativo, su filmografía es sin duda breve; en una época en que ciertos destajistas del oficio filman por docena, Tarkovski realizó apenas siete largometrajes, pero en todos y cada uno de ellos logró exponer una visión refinada, poética y singularmente apasionada de sus preocupaciones estéticas, cinematográficas y filosóficas. Desde La infancia de Iván (1962) hasta El sacrificio (1986), Tarkovski trazó un camino fílmico lleno de imágenes memorables, de personajes inolvidables y de ideas dignas de ser analizadas por largo tiempo, manteniéndose irreprochablemente fiel a sus ideales humanistas y a una forma de hacer cine sin concesiones y sin atajos. Si fuera necesario elegir un nombre para demostrar que el cine puede ser, en efecto, una forma de arte altamente refinada, ese sería sin duda el de Andrei Tarkovski.
Si bien la mejor manera de recordar, conocer y homenajear a Tarkovski es la de ver, analizar y disfrutar sus películas, hay también otros caminos para ello. Recientemente apareció un disco compacto producido por la etiqueta alemana Deutsche Grammophon (437 840-2) bajo el título de Homenaje a Andrei Tarkovski. El disco reúne cuatro obras de otros tantos compositores contemporáneos, todas dedicadas a Tarkovski. La idea de esta producción surgió del gran director de orquesta Claudio Abbado, quien entabló cercana amistad con Tarkovski cuando el cineasta ruso se encargó de la dirección escénica de la ópera Boris Godunov, de Modesto Mussorgski, que Abbado dirigió musicalmente. El director italiano participó en la organización de un Festival Tarkovski que se realizó en Viena en 1991 y, tomando como base una obra que Luigi Nono había escrito a la memoria de Tarkovski, propuso un concierto que incluyó, además de esta obra, otras tres composiciones encargadas para la ocasión. De la grabación técnicamente impecable de ese concierto surge Homenaje a Tarkovski, en el que Abbado dirige al Ensamble Anton Webern en un cuarteto de obras contemporáneas en las que destaca una poética sonora refinada y de un alto grado de concentración.
No hay caminos, hay que caminar... Andrei Tarkovski es la obra de Luigi Nono (1924-1990) que abre este compacto dedicado al cineasta ruso. Se trata de una pieza para varios grupos instrumentales en la que el énfasis está en la búsqueda tímbrica y en la creación de una dialéctica sustentada en los contrastes dinámicos extremos y abruptos. Aquí, los conceptos de espacialidad y estructuralismo están empleados por Nono de una manera que si bien apunta hacia una concepción básicamente intelectual de sus materiales, no excluye una expresividad intensa y concentrada. La suma de estos elementos da por resultado una obra llena de dramatismo.
También intensa y dramática, pero en otro registro expresivo, es la obra Samuel Beckett-What is the Word del compositor húngaro Gyrgy Kurtág (1926). A la dotación instrumental, el compositor añade voces para explorar de una manera fragmentaria y múltiple (cubismo sonoro, podría decirse) el último texto escrito por Beckett. El discurso de Kurtág es fragmentario y disjunto, menos contrastante que el de la obra de Nono, pero también con un amplio rango de densidades e intensidades sonoras. Los diversos modos de emisión de voz propuestos por Kurtág son reflejados en interesantes paralelismos por instrumentos o grupos de instrumentos, de modo que por instantes las tareas vocales e instrumentales parecen ser intercambiables. Desde el punto de vista expresivo, Kurtág logra aquí un ambiente tenso, misterioso, alucinante a veces.
A su vez, el compositor suizo Beat Furrer (1954) plantea en su obra Face de la chaleur (Rostro del calor) un complejo juego sonoro entre los instrumentos solistas (flauta, clarinete y piano) y el complemento orquestal, juego marcado por la habilidad con la que Furrer transita entre las aglomeraciones sonoras y las transparencias tímbricas.
Este homenaje musical a Tarkovski concluye con bildlos/weglos (sin imágenes/sin caminos) del alemán Wolfgang Rihm (1952). Dedicada conjuntamente a Nono y a Tarkovski, la obra de Rihm complementa la carga sonora de un ensamble instrumental mixto con siete sopranos que vocalizan para dar a la conclusión del discurso un contenido sonoro que por momentos se vuelve contemplativo y etéreo, de gran refinamiento y profunda expresividad.
Bienvenido sea quien quiera hallar en estas cuatro obras algún reflejo del espíritu del poeta que fue Tarkovski. Más fácil será encontrar, sin embargo, un conjunto de visiones sonoras con su propia poética individual, cada una de las cuales podrá tener, quizá, elusivos puntos de contacto con la fascinante y entrañable visión del cine, del hombre y de sí mismo que Andrei Tarkovski imaginó, desarrolló y nos hizo el privilegio de comunicarnos a través de imágenes y sonidos imperecederos.