Acaso todo se deba a la maravillosa presencia de los libros en mi niñez, libros que me abrieron universos sin límite, de los que nunca he salido. ¿Qué otro remedio hay, pues, que el estar enamorada de la literatura y de la literatura infantil?.
Los libros se debaten, ahora, en un campo de batalla; los de los niños, por supuesto, también. Pero ¿cómo pueden --los niños-- tener deseos de aproximarse a ellos si sus padres y maestros no lo hacen? ¿Cómo incursionar por los mundos de la fantasía, cuando el libro requiere de un esfuerzo algo mayor al que exige el reino de la imagen? Aunque no cabe duda que tanto adultos como niños se privan, así, de una enorme riqueza. Ahora habría que decir que el placer de la palabra, vuelta relato, parte para seducir tanto de lo oral como de lo escrito. Por desgracia, ambos modos han atenuado en estas épocas su fuerza frente a nosotros. No hay tiempo. Y ya no queremos escuchar, ya no queremos conversar, ya no queremos leer.
Cómo me gustaría persuadir a la gente de que vale la pena. Deseos no me faltan, lo que sí me falta es saber cómo.
Pero, en realidad, de lo que quisiera hablar aquí es de ciertos matices frecuentes en los libros infantiles de hoy. Porque, pese a todo, se siguen escribiendo libros, y, es de esperarse, que medio se sigan vendiendo. Pienso que el tono ha variado; y claro que eso está bien, los tiempos dejan su marca. Es inevitable.
Sin embargo, yo encuentro que estamos pasando por momentos en que las alas de la imaginación no se lanzan a vuelos amplios. Se me ocurre que a la imaginación ahora se le han recortado las alas, se le ha domesticado como a aquellas pobres aves que llevaban a vender en una alcándara --aunque no de cetrería--, con las alas disminuidas o el vientre repleto de municiones para volverlas inofensivas.
La fantasía de los niños no tiene más límite que su deseo, así de amplia es. Sólo que ese deseo ha sido aprisionado. Y me refiero, concretamente, al caso de los libros. Por ejemplo, muchos de éstos retratan --más o menos-- los problemas cotidianos, con sentido del humor, es cierto, o con alguna dosis de suspenso. Pero yo objeto las alas recortadas. ¿Dónde se escondieron esos otros mundos imaginarios? ¿Dónde quedaron las historias que invitaban a remontarse más allá de lo posible?
Ya la vida se encargará de ir acotando y empequeñeciendo los sueños sin lindes de infancia y adolescencia. Los caminos van a estrecharse. Y no es que yo proponga aventuras gigantescas y lejanas... Aunque, pensándolo bien, sí las propongo. ¿Por qué no dejar que la fantasía vuele del otro lado del horizonte? ¿Por qué ofrecer mundos perfectamente delimitados, que, por fuerza, limitarán el viaje de la fantasía?
Nacemos con una semilla riquísima que debería irse desarrollando a medida que el tiempo nos transcurra. Pero yo he escuchado a más de un padre o maestro temer los ``excesos'' de la imaginación de los niños. Estos son mucho más fácil de domar, si permanecen cercados dentro del arriate estrecho de lo cotidiano. Sus ramas no crecerán torcidas. Tampoco se prodigarán para ofrecer una sombra generosa. Estarán limitadas por la poca tierra, por el poco espacio y crecerán entecas.
Cuando las perspectivas que se les ofrecen a los niños se concretan a lo concreto, a lo que conocen, cuando les sirven sólo de espejito, entonces --creo-- no vale la pena el viaje. El mundo de la palabra tiene la capacidad de disparar al infinito la creación imaginaria de universos. Uno para cada lector. Uno para cada lectura. No hace falta de un presupuesto millonario para construir el entorno, para recrear a los personajes, para seguir la historia. Todo puede ser posible. Todo lo es.
Entonces, el retrato fiel, o más o menos fiel, de lo que sucede todos los días, ¿a dónde lleva? Me supongo que, con trabajos, a la acera de enfrente, cuando pudiera llevar a cualquier región, a cualquier tiempo, a cualquier reino. Sé, también, que esto sucede en otras áreas del proceso de lo creativo. Baste, para ello, ver en los dibujos infantiles la reiteración del sol que se asoma entre dos montañas. No objeto la presencia del paisaje, sólo lo condicionado del resultado. El miedo a permitirle al niño explorar en otras posibilidades, que lo lleven a crecer soñando o soñar creciendo.
Pero de vuelta a los libros, creo, desde luego, que una de las indiscutibles ventajas de la lectura es que cada cabeza es un mundo. No hace falta ni director de escena, ni productor. Y los mundos pueden volverse constelaciones con sólo dejar abierta una rendija para que por ella salga volando la imaginación.
Yo me pregunto, entonces, ¿y por qué no hacerlo.