Letra S, 6 de marzo de 1997
La salud, al igual que la educación, se ha convertido en uno de los
grandes negocios del capital. Actualmente, la industria
biofarmacéutica crece a un ritmo anual de alrededor del 10 por ciento
y se supone que las ventas alcancen la suma de 300 mil millones de
dólares para el año 2000.
Unas 20 empresas transnacionales
estadunidenses, europeas y japonesas se reparten el botín, entre ellas
nueve de Estados Unidos, cuatro de Gran Bretaña, cuatro de la RFA, dos
de Suiza y una de Francia. La transnacional de mayor ventas en 1992
fue la estadunidense Merck & Co., seguida por la Glaxo del Reino
Unido, Bristol-Myers Squibb de Estados Unidos y la Hoechst
alemana.
Tan impresionantes como sus ventas son los ingresos de sus
ejecutivos. El salario medio de los profesionales de las compañías
biofarmacéuticas y biotecnológicas en Estados Unidos que trabajan en
la industria de medicamentos, alcanzó el promedio de 75 mil dólares
anuales en 1993; sólamente un 8 por ciento recibe un salario anual
menor de 55 mil dólares. En la cúspide de la pirámide salarial están
los ingenieros bioquímicos, seguidos por bioquímicos, inmunólogos y
químicos.
Un aspecto importante en el engranaje de la economía
política de la salud es el hecho de que los ejecutivos de primer nivel
de las empresas biofarmacéuticas suelen ser hombres de negocios:
algunos con estudios en carreras de comercio y administración de
empresas, es decir, con formación económica, pero sólo en muy pocos
casos con formación científica del sector de la empresa que
dirigen.
Un estudio respectivo realizado en 1993 sobre un grupo de
23 compañías biofarmacéuticas de Estados Unidos, Gran Bretaña,
Alemania, Suiza, Francia, Italia y Suecia, reveló que en un periodo de
trece años, desde 1980 a 1993, prácticamente no aparecen publicaciones
científicas de esos ejecutivos.
Criterios de rentabilidad
Las estrategias de investigación y
comercialización de esas empresas se dirigen hacia las enfermedades
crónicas y los tratamientos preventivos, que requieren la toma
constante de medicamentos. Las úlceras, la hipertensión, la migraña,
el asma, el reumatismo, el cáncer o padecimientos cardiovasculares,
son por tanto las enfermedades más rentables. Entre los equipos
médicos de mayores ganancias se encuentran los instrumentos
quirúrgicos; los de mayor crecimiento anual en ventas son los
empleados para las pruebas del ADN para enfermedades
transmisibles.
No rentables son las vacunas. Mientras que las
ventas del mercado farmacéutico mundial en 1992 se estiman en 170 mil
millones de dólares, el valor del mercado de vacunas apenas fue de 1.8
mil millones de dólares. Para el año 2000 se supone que esta cifra
aumente a ventas de 5.2 mil millones de dólares, de los cuales el 50
por ciento correspondería al mercado estadunidense y el 28 por ciento
al europeo.
Los factores determinantes que guían esa enorme máquina
económica global --que se nutre de las necesidades de salud de la
humanidad-- son las tasas de ganancia y los intereses de los
accionistas del gran capital primermundista que determinan la vida o
muerte de millones de seres humanos en el mundo, al canalizar los
recursos y las estrategias de investigación hacia las enfermedades
rentables: es decir, hacia las patologías reales o ficticias de
clientes que disponen de un alto poder adquisitivo.
El hecho de que
no se haya avanzado en el desarrollo de una vacuna contra el sida
encuentra aquí su explicación. Una transnacional farmacéutica prefiere
vender medicamentos como los nuevos inhibidores de proteasa a un costo
de 15 a 20 mil dólares por año, que una vacuna que costaría unos pocos
dólares y reduciría a la pandemia a un estatus comparable al de la
polio. Desde el punto empresarial, desarrollar una buena vacuna
significaría, en pocas palabras, matar la vaca que da la leche.
El
sida afecta actualmente a cerca de 22 millones de personas, pero su
distribución geográfica es muy desigual, Más del 90 por ciento de los
enfermos viven en países del Tercer Mundo; más de la mitad de éstos en
Africa.
Pese a esta abrumadora incidencia de la epidemia en los
países tercermundistas, los escasos esfuerzos científicos en el campo
de la inmunología del sida se dirigen principalmente hacia la búsqueda
de un medio preventivo destinado a remediar la situación en el Primer
Mundo.
La International AIDS Vaccine Iniative (IAVI) en
Nueva York, establecida por la Fundación Rockefeller, calcula que se
asigna únicamente el 8 por ciento --113 millones de dólares-- del
presupuesto de investigación nacional estadunidense sobre el sida al
desarrollo de vacunas.
De esta suma, solo unos 5 millones de
dólares se emplean para resolver los problemas del sida en el Tercer
Mundo; esto, por la siguiente razón. Existen alrededor de nueve cepas
o subtipos principales del sida. La prevaleciente en occidente es la
B, que es relativamente rara en Africa, donde la población sufre el
azote de la mayor cantidad de cepas virales conocidas hoy día. De ahí
que la investigación sobre vacunas en el Primer Mundo se concentre
casi exclusivamente en la B, en lugar de orientarse primordialmente
hacia las cepas de mayor incidencia en el mundo. El mercado
farmacéutico opera --como todos los mercados determinados por el poder
económico-político del capital-- sobre la capacidad adquisitiva de los
prospectivos clientes, no sobre las necesidades humanas o el bien
público.
La misma prevalencia de los intereses capitalistas
occidentales en la salud global se observa frente a otras
epidemias. Por ejemplo, el impacto de la malaria sobre la salud global
es mucho mayor que el del sida, sin que la enfermedad encuentre un
eco, siquiera remotamente, comparable en la opinión mundial o en los
esfuerzos investigativos internacionales.
``Por ser pobre, morirás primero''
Según el director de la
División de Control de las Enfermedades Tropicales de la Organización
Mundial de la Salud (OMS), doctor Kazem Behbehani, cada 15 segundos
muere alguien en el mundo a causa de la malaria; es decir, al año,
alrededor de 2.1 millones. Las víctimas perecen, básicamente, por
pobres, porque su mal estado de nutrición y su incapacidad de pagar a
un médico, los condena a la muerte.
De hecho, una simple inversión
de 5 dólares en la compra de un mosquitero podría salvar cientos de
miles de vidas, porque el mosquito que transmite la enfermedad ataca
principalmente en la noche; de tal manera que una persona sin
mosquitero en zonas de alta incidencia epidemiológica arriesga cada
noche su vida. Y los pobres que tienen una familia numerosa, pero cuyo
ingreso ha alcanzado únicamente para disponer de un mosquitero, se
encuentran cada noche ante el infernal dilema de decidir, cuáles de
sus niños tienen que dormir fuera de la pequeña red de protección,
exponiendo su vida.
Pero los 5 dólares para los pobres en los
países neocoloniales no cuentan disponibles, porque la gente que muere
no cuenta: no tiene capacidad adquisitiva, no vive en el Primer Mundo
y no es blanca.
El gasto mundial de la investigación sobre malaria
alcanza alrededor de 85 millones de dólares, es decir, cerca del 50
por ciento de lo que se invierte en las investigaciones del asma. Un
estudio británico estima que anualmente el gasto investigativo por
muerto del sida es equivalente a 3,274 dólares, mientras que la cifra
correspondiente para malaria es de 65 dólares.
Y lo mismo es válido
en cuanto a las llamadas enfermedades reemergentes, es decir que
habían sido controladas o virtualmente erradicadas, y que vuelven a
azotar al Tercer Mundo como durante el siglo pasado. Entre ellas se
encuentran la reaparición masiva del cólera; la fiebre del dengue, que
en su forma hemorrágica tiene una alta incidencia de mortalidad; la
``encefalitis venezolana'' (Venezuelan equine encephalitis);
las infecciones gastrointestinales y la tuberculosis.
Todas estas
enfermedades tienen en común que afligen y matan a la población
``sobrante'' que no sirve para producir o realizar ganancias:
indígenas, campesinos pobres y marginados urbanos. Por eso, mueren
primero, tal como dice el antiguo proverbio popular: ``Por ser pobre,
morirás primero.'' Bajo las políticas del actual capitalismo de Estado
reacccionario (neoliberalismo) esta verdad es más cierta que
nunca.
En la eterna carrera de evolución entre los seres humanos y
los microorganismos patógenos (bacterias, virus, etcétera), los
últimos se han visto beneficiados por dos tendencias capitalistas que
les proporcionaron condiciones idóneas de reproducción: la imparable
destrucción ecológica y el sistemático desmantelamiento de los
sistemas de salud públicos.
Democratizar la sociedad global
La incesante penetración y
destrucción capitalista de estos hábitats pone al ser humano en
contacto con el virus que --en su estado genético natural o
mutándose-- infecta al nuevo huésped biológico. A través de la
globalización de los transportes, el microbio se difunde y se vuelve
un peligro mundial, tal como sucedió con el sida y con el virus del
Ebola.
Aparte de la introducción de nuevos microorganismos
patógenos locales en la sociedad mundial, antes de crear una adecuada
estructura de salud preventiva global, la rapiña del capital y sus
empleados políticos --mal llamados gobiernos nacionales-- ha sido
inexorable en cuanto al desmantelamiento de los sistemas de salud
públicos que se manifiesta tanto en el dramático deterioro de los
servicios de atención médica generales como en la economía política
del sida.
En este sentido, el problema particular de las víctimas
del VIH es parte de un problema más general: ¿quién decide sobre los
recursos científicos y económicos de la humanidad que han de
considerarse como patrimonio de ésta? ¿Puede dejarse las decisiones
sobre el uso de estos recursos en manos de unos ejecutivos de empresas
transnacionales que se rigen por tasas de ganancias, en lugar de tasas
de incidentes epidemiológicas y muertes prevenibles como en los casos
revisados aquí?
La conclusión para los enfermos del sida debería
ser obvia: la creación de un frente mundial para una reestructuración
de las prioridades de la lucha contra el sida debe integrarse a la
lucha mundial por la democratización de la sociedad global, que
mejorará no sólo sus perspectivas de calidad de vida, sino también las
de las demás víctimas del sistema de Próspero y Caliban.
Autor del libro Sida, cáncer, parkinson. Nuevos descubrimientos de prevención y curación. Editorial Planeta, 1997.
Desde su nacimiento, la combativa organización contra el sida Act Up,
que este mes celebra su décimo aniversario, ha dirigido sus ataques
contra las compañías farmacéuticas por el elevado precio de los
medicamentos antivirales. Sus consignas, Acceso para todos y
La avaricia mata, apuntan al centro del problema: el rumbo
impuesto, por la lógica del mercado, a la investigación científica. La
competencia sin tregua entre los grandes consorcios por elaborar el
fármaco más potente que conquiste un mercado en expansión, convierte
al sida en uno de los padecimientos más caros, e ignora las
posibilidades de acceso y las necesidades de la gran mayoría,
millones, de afectados. Ya lo señaló en Vancouver Peter Piot,
responsable del programa de la ONU sobre sida (Onusida): la estrategia
global de investigación sobre sida debe ser puesta de cabeza, porque
ignorar al 90 por ciento de los afectados es no sólo poco ético, sino
irracional.
¿Cómo pueden los nuevos medicamentos significar una
esperanza para la mayoría de enfermos y portadores del VIH, si el
elevado precio los vuelve inalcanzables? ¿Cómo conciliar el cálculo
del beneficio terapéutico de estos avances científicos con el cálculo
de las utilidades de las grandes compañías?
En la búsqueda de
soluciones a las desigualdades de acceso a los medicamentos debe
establecerse un equilibrio racional. La elaboración de planes de
acción conjuntos --gobierno, industria farmacéutica y organizaciones
de afectados-- tiene carácter de urgente. Por ello, propuestas como la
formación de un fideicomiso para financiar el costo de los
tratamientos a pacientes de escasos recursos deben ser apoyadas.