Pablo Gómez
Doble moral

Habría que hacer exámenes antidoping a los legisladores estadunidenses, quienes se desgarran las vestiduras al hablar de las drogas que ``amenazan a nuestras familias'', y quizás entenderíamos mejor la doble moral de la sociedad norteamericana y de su clase política.

El uso tan extendido de la marihuana --de la que EU es el principal productor mundial-- y de la cocaína --que los estadunidenses consumen como ningún otro pueblo-- obedece a fenómenos de crisis social y espiritual de grandes masas. Como el alcoholismo, la drogadicción no se puede combatir acertadamente con la prohibición.

Legalizar la marihuana y la cocaína tendría que ser un acto de gobierno internacional, en la que al menos un grupo grande de países productores y consumidores lograra una regulación conjunta sobre todos los aspectos del problema, incluyendo el fiscal para establecer impuestos convenientes, los cuales, a su vez, podrían ser usados en programas tendientes a evitar la drogadicción.

Pero la doble moral de EU impide un examen abierto del problema. Por un lado, el consumo de drogas abarca todo el espectro social; por el otro, los líderes se niegan a debatir el asunto a partir de los fracasos de la policía en su acción contra el comercio ilegal de marihuana y cocaína.

Esa doble moral también se expresa en la llamada certificación. Mientras el gobierno de EU supervisa anualmente la colaboración de otros países con su cruzada contra las drogas, nadie certifica a las autoridades estadunidenses respecto a su eficacia en la lucha contra las organizaciones de narcotraficantes.

Los gobiernos de AL se niegan también a analizar el problema de la producción y tráfico de drogas, de tal manera que ninguno se ha pronunciado en favor de un nuevo enfoque que conduzca a su regulación mediante un convenio internacional. La doble moral estadunidense se reproduce en muchos países, que terminan por recibir los peores resultados de la prohibición: poderosas mafias criminales, corrupción pública e imitación de los patrones de consumo de drogas entre ciertas capas sociales.

Es verdad que muchos millones de dólares son enviados a los países productores y a aquellos que sirven de tránsito en el comercio de la cocaína, pero también es cierto que la mayor parte de las ganancias del narcotráfico se queda en EU. Además, los narcodólares en AL sirven en gran medida para financiar organizaciones criminales y autoridades corrompidas. La economía del narcotráfico es un desastre, por más que contenga un aspecto de redistribución del ingreso.

Para grandes sectores sociales de EU, la marihuana y la cocaína han pasado a ser parte de una forma de vida. Este hecho no es reconocido por el gobierno ni por otros sectores sociales, no tanto porque tal reconocimiento pudiera implicar una capitulación frente al consumo de las drogas, sino por la hipocresía con la que aquéllos han aprendido a vivir sin culpas, es decir, culpar a otros de sus propios defectos.

La ideología de las prohibiciones no es nueva. Organizar la convivencia social a partir de acumular conductas prohibidas, las cuales a su vez se reproducen como expresión de una mezcla de libertades reivindicadas y negocios rápidos y altamente rentables, es una manera de encubrir los defectos de una sociedad pensada para ser perfecta y llevar el sello de prototipo humano. Sin embargo EU es el país del crimen, sin que los demás le apliquen el menor castigo por los estragos que tal condición le causa a la humanidad.

La legalización de la marihuana y la cocaína es un tema ciertamente polémico, pero el gobierno de EU y, con éste, el de México y otros muchos, se niegan a discutir el punto. Mientras tanto, no se puede dejar de pensar que entre los persecutores de la producción y el comercio de esas drogas y los narcotraficantes existe una gran coincidencia --irreductible asunto de principios, podría decirse-- que es justamente el mantenimiento de la prohibición. La doble moral de los que se niegan a discutir la posible legalización no es tan diferente de la que promueven los narcotraficantes, pues éstos se consideran a sí mismos como factores de una redistribución del ingreso y promotores sociales, aunque generen violencia y corrupción. En la tremenda lucha entre unos y otros, la gente común es simple espectadora.

Después de tan grandes gastos en la lucha contra el narcotráfico y de tantos crímenes y corrupciones de los comerciantes furtivos, las drogas siempre estarán ahí mientras existan personas que se refugien en ellas ante la falta de otras compensaciones espirituales y cuenten con suficiente dinero. La superación de este problema cada vez mayor tiene que encontrarse en acciones multilaterales que dejen atrás la simpleza del síndrome de Eliot Ness y sus intocables.