Desde el pabellón 16 del inolvidable Hospital General, Don Mariano Vásquez y Don Rubén Vasconcelos idearon la formación de la Escuela Superior de Medicina del Instituto Politécnico Nacional, un centro de estudios inspirado en la ideología de servicio a los grupos humanos menos favorecidos. Originalmente orientado a la atención de las comunidades marginales y campesinos y aquellos que habitan en la montaña donde los servicios de salud eran desconocidos.
Una comunidad médica preparada para enfrentar la experiencia de la marginalidad en que todo pareciera situarse en el margen, en las fronteras, en el exilio, en el silencio, en la exclusión, en la tierra de nadie, en el desarraigo, en la no pertenencia, en el ``no ha lugar'' de la ley y en la fragmentación. En ese inframundo donde los fantasmas danzan en incesante carrusel de escenas grotescas fantaseadas y reales, donde la angustia es el afecto predominante, donde la muerte, las enfermedades (desnutrición), las pérdidas y los duelos no dan tregua, allí donde la falta de lenguaje condena al sujeto al silencio y al grito.
En esa marginalidad de individuos violentamente silenciados que, por añadidura, silenciarán a los suyos en forma violenta. En quienes emerge el grito, un grito con eco que proviene de la oquedad, del vacío, de la disonancia, sin espejos acústicos, mascarada de dolor y desencuentro, escenario del terror sin nombre. Duelos negros, muy negros.
De esa Escuela han salido hombres y mujeres que han cumplido una labor callada en el campo mexicano. Médicos con vocación de servicio que nadie parece entender. Nadie entiende esa palabra mágica del servicio social que da salud al enfermo, consuelo al angustiado, como la rama se le da al nido. En donde todo lo noble parece estar muerto. Hoy lo noble es ser mercader como lo vemos a diario en la prensa.
Esta humilde y grande escuela, además de médicos perdidos en la interminable montaña, ha parido hijos de alto nivel académico que fueron galardonados a su vez con la medalla al mérito. Aquéllos en quienes no está debilitada la vieja ansia infinita de ponerse en los zapatos de los enfermos.
El pasado martes les fue entregada, con todo merecimiento, la presea al mérito a Doña María Luisa Flores, la viuda de Don Marianito, como cariñosamente se le conocía, así como Agustín Palacios --mi hermano entrañable-- que fuera titular de la cátedra psiquiátrica y creador de importantes trabajos sobre los padecimientos modernos: El narcisismo y los casos fronterizos que hacen mella en los marginales.
Asimismo fueron galardonados Guillermo Carbajal Sandoval, por sus trabajos sobre el aparato respiratorio (cáncer y tuberculosis); Luis López Galván, neurofisiólogo y maestro muy querido; Leopoldo Chávez Tinoco y Carlos Noble, cirujanos de polendas, ya desaparecidos; Dimas Hernández, cordinador de enseñanza del hospital general Rodolfo Sánchez, anatomopatólogo del Hospital 20 de Noviembre y Teodoro Bazán Sosa, jefe de Obstetricia y Ginecología del Centro Médico Nacional.
La racha de viento formadora de castillos en el aire de Don Mariano y Don Rubén fructificó en una escuela médica modelo, de primer nivel.
En la escuela de medicina del Politécnico, aún no está debilitada en sus hijos la vieja ansia infinita de ponerse los zapatos diluidos de los enfermos marginales, los que no tienen voz.