Reforma del poder. Ese fue el compromiso que los priístas ofrecimos a la sociedad en 1994. Lo dijo Luis Donaldo en su discurso del 6 de marzo de ese año. Lo asumió Ernesto Zedillo candidato. Con este compromiso ganamos los comicios. Si las elecciones son momentos en que se examinan los resultados y los tropiezos, que la memoria ciudadana nos juzgue. Los priístas no necesitamos ni las palabras dobles de nuestros opositores ni las frases anodinas de un reconocimiento que todavía nadie se merece. La campaña de 1997 deberá servir para ver qué tanto avanzamos en nuestra propuesta y cuánto más nos falta por hacer.
Las elecciones que se aproximan se advierten como las más reñidas que ha vivido nuestro país en las últimas décadas. Enmedio de celebraciones tempranas y mutuas desconfianzas y acusaciones, cabe hacer un análisis acerca de las diferencias y similitudes entre los comicios federales que vienen con los inmediatos anteriores. Es claro que las elecciones de finales de sexenio tienen un comportamiento diferente a las intermedias. Sin embargo, es válido hacer algunas reflexiones.
Tradicionalmente, las elecciones de mitad del sexenio eran vistas como relativamente fáciles para nuestro partido, el PRI. La administración en turno ya había tenido casi tres años para desplegar su estrategia y proyecto y los ofrecimientos a la sociedad usualmente se estaban concretando. En el presente año nos enfrentamos a condiciones inéditas, que tienen que ver con dos elementos: a nivel económico, pese a los avances y esfuerzos del gobierno federal, los logros de la macroeconomía no han bajado a las familias de medianos y bajos ingresos. La situación económica, que en 1994 jugó a favor del partido, hoy puede sernos adversa.
En el aspecto político y social, cabe recordar que el año de 1994 amaneció con el sacudimiento zapatista y varios hechos que tensaron el ambiente político. El más grave fue el asesinato de Luis Donaldo Colosio Murrieta. La mayoría de los asuntos que marcaron aquel año no sólo no se han resuelto sino que se han complicado. Estos se han visto adicionados con nuevos problemas y escándalos. Hoy, los políticos de todos los partidos no sólo confrontamos ideas entre nosotros sino que además hemos de bregar contra la desconfianza y la incredulidad de buena parte de la sociedad.
En 1994, Colosio llevó a cabo una campaña llena de contratiempos. Sin embargo, en su breve paso definió claramente dos características: desde una posición autocrítica asumió la necesidad de emprender cambios mayúsculos a los que denominó genéricamente como la reforma del poder. En segundo lugar, su acción estuvo encaminada no sólo a sumar a las bases del PRI sino a tratar de ganarse a amplios sectores sociales que no se sentían identificados con algún partido.
Una diferencia básica con aquel año es que tanto el PAN como el PRD parecen más fuertes, a juzgar por los triunfos que han logrado en elecciones locales y de acuerdo a las tendencias mostradas por varias encuestas. Aunque todavía falta mucho camino por recorrer, hay que tener presentes estos datos.
En el PRI parece que hemos apostado a una estrategia diferente, en la que valdría la pena reflexionar ahora que estamos a tiempo. Se le está dando preferencia a la unidad de los grupos que actúan a su interior. Este espíritu unitario es esencial si se pretende ganar. Sin embargo, también es necesario salir a buscar a esos sectores que en 1994 se inclinaron por nuestro partido por medio de candidatos atractivos, campañas frescas e imaginativas y compromisos básicos con los cambios que la sociedad reclama.
Por ello, la campaña de 1997, con mayores dificultades que la de 1994, debe ofrecer a la sociedad un proyexto diáfano, atractivo y comprometido con las mejores causas sociales, tal y como lo demandó el priísmo que asistió y dejó oír su voz en la XVII Asamblea. Ese priísmo que no está en las oficinas ni públicas ni privadas, pero que hizo temblar a más de un ``militante'' sin carrera partidaria, es decir, el priísmo que lucha limpiamente desde las barricadas, con toda su pasión y su coraje.