Que los estudiantes, o los recientemente egresados, de una escuela de formación teatral se confronten tempranamente con el público resulta muy sano, a pesar de los riesgos que conlleva, sobre todo si los montajes en que aparecen presentan diversos grados de dificultad. Luis de Tavira dirige a un grupo formado en la escuela de arte Teatral del INBA en una muy personal visión de La mudanza de Vicente Leñero, texto que permite cierta fragmentación e intercambio de actores, tanto en los roles asignados como en su interrelación con los otros personajes. La metáfora es un tanto obvia: estos personajes pueden ser cualesquiera otros en la vida cotidiana y lo que les ocurre puede ser común a muchos otros. Sin embargo, al tratarse de un proyecto pedagógico, se puede llegar a la conclusión de que es un deliberado intento para que los incipientes actores pongan en juego todos sus recursos, principalmente la concentración.
Enmarcados en una producción muy profesional --en la que destaca la espléndida escenografía e iluminación de Phillip Amand--, los actores apenas libran el intento tan erizado de dificultades, y no pocas veces caen en el exceso y el grito; sin el recurso de hacer crecer a sus personajes, algunos de ellos muestran en demasía la marcación exacta a que obedecen. Probablemente resulte un ejercicio importante en su futura vida actoral, pero por el momento, y vistos desde el patio de butacas, no aparecen como suficientemente maduros para el proyecto. Por otra parte, la muy conocida obra de Leñero sufre de una falta de ritmo tal que, a pesar del espacio y la acumulación de objetos, estamos lejos de sentir la amenaza externa y el mismo destino de la pareja se convierte en algo muy poco interesante.
En otro contexto, pero también con un alto grado de dificultad, el Foro Teatro Contemporáneo hace salir a sus estudiantes a escena. David Olguín escribió para el taller coordinado por Laura Almela --quien dirige por primera vez, aunque asesorada por Ludwig Margules, el propio Olguín y Rafael Pimentel-- una serie de textos cortos, monólogos en su mayoría (y aun en la pequeña farsa Otra modesta proposición la estructura corresponde casi a una serie de monólogos) bajo el rubro general de ¿Esto es una farsa? A las dificultades de este modo teatral se añade otra no menor, consistente en la cercanía con el público en el pequeño café El Circo del propio Foro. Los muchachos salen avantes con mucha gracia y, aunque me parece incorrecto individualizar las actuaciones por tratarse de estudiantes, sí se puede advertir que en el caso de los varones existe un mayor desparpajo para el tono de la farsa, género que las actrices tocan con mayores miramientos.
Aquí, al empeño pedagógico se suma el interés que los textos de David Olguín tienen en sí mismos, así sean de tono menor que otras obras suyas y fueran escritos para este taller, entiendo que a propuestas de los alumnos-actores: en mucho, rebasan la circunstancia. Olguín emplea un cierto vuelo lírico y culterano, que se rompe con lenguaje popular (lo que ya le habíamos visto antes, por ejemplo en Bajo tierra) en algunos de sus monólogos, destacadamente en El tiempo. En algunos otros, la acumulación de términos deliberadamente cursis --Ser padre-- o arrabaleros --Satánico destino-- producen el efecto hilarante, al mismo tiempo que se hacen críticas a los ferrocarriles o a los métodos de investigación judicial. Más directa, la crítica al yuppie idiota en This Fucking Country, muy a la inversa de lo que él está proponiendo, o el juego acerca del consumo de drogas en El Nono. El viejo recurso del recién llegado a nuestras tierras, tan empleado por el género chico, que descubre nuestros defectos, se hace presente en ¡Que viva España!, el a mi modo de ver menos logrado de los muy ingeniosos monólogos.
En Otra modesta proposición, David Olguín parte de un penoso hecho real para llevarlo hasta sus más delirantes consecuencias, en que se pone en jaque el machismo, la negligencia médica, la procuración de la justicia y los modos de la clase política. La cáustica pregunta del presentador, que da nombre a todo el espectáculo de café teatro, ¿Esto es una farsa?, cobra toda su cáustica dimensión al ofrecernos una visión, no por lúdica menos hiriente, de nuestra realidad.