La Jornada 6 de marzo de 1997

El destino del guionista está en la penumbra: García Márquez

Raquel Peguero Ť Para Gabriel García Márquez su relación con el cine es como la de ``un matrimonio mal avenido: no puedo vivir sin él ni con él, y a juzgar por la cantidad de ofertas que recibo, también al cine le ocurre lo mismo conmigo.''

En ``La penumbra del escritor de cine'' Gabo define lo anterior y cuenta cómo se enamoró irremediablemente del séptimo arte siendo aún niño, cuando iba a Aracataca a ver las películas del legendario Tom Mix. Su pasión por la pantalla grande comenzó por la curiosidad de descubrir de dónde provenían las imágenes que veía moverse. Empezó por exigir que lo llevaran atrás de la pantalla para descubrir ``cómo eran los intestinos de la creación. Mi confusión fue muy grande cuando no vi nada más que las mismas imágenes al revés, pues me produjo una impresión de círculo vicioso de la cual no pude restablecerme en mucho tiempo.''

Cuando descubrió el misterio, nació en él una idea tormentosa: hacer cine, pues pensó que era ``un medio de expresión más completo que la literatura, y esa certidumbre no me dejó dormir tranquilo en mucho tiempo. Por eso fui uno de tantos que viajaron a Roma con la ilusión de aprender la magia secreta de Zavattini, y también uno de los que apenas lograron verlo a distancia.''

Al ver las imágenes al revés, mi impresión del cine fue la de un
círculo vicioso, de la cual no pude restablecerme en mucho
tiempo Ť Foto: Rogelio Cuéllar

Para ese tiempo, el entonces reportero había dado una batalla singular en los diarios El Heraldo y El Espectador, de Bogotá, haciendo lo que otros no se habían atrevido a hacer: crítica de películas. Desde sus primeros artículos muestra una preocupación fundamental por los dos lenguajes que le interesan, el literario y el cinematográfico, señala Eduardo García Aguilar en la biografía fílmica de Gabo, La tentación cinematográfica. Un ejemplo es lo que en 1950 escribió a propósito de El retrato de Jennie. Dice Gabo: ``la producción cinematográfica conserva intacto el sabor poético de la irrealidad, de torturante belleza de la obra literaria, pero en este caso es necesario decir que la supera, sin peligro de incurrir, otra vez, en las viciosas consideraciones que generalmente se hacen, entre las diferencias del cine y la novela que no han conducido a ninguna parte.''

El papel que juega el guionista dentro de una producción comienza a esbozarlo en esas críticas. Lo definirá totalmente en su artículo antes mencionado, donde asegura que el destino del escritor de cine ``está en la gloria secreta de la penumbra, y sólo el que se resigne a ese exilio interior tiene alguna posibilidad de sobrevivir sin amargura. Ningún trabajo exige una mayor humildad (...) De los escritores de cine nadie sabe quiénes son, a menos que sean conocidos como escritores de otra cosa, y hasta en este caso ellos mismos tienen la tendencia a pensar que su trabajo para el cine es secundario. Un recurso para comer.''

Y a García Márquez le funcionó ese recurso, aunque la suya era más bien una vieja ilusión por fusionar la palabra con la imagen. Con ese objetivo llegó a México en 1961, ``con veinte dólares, mi mujer, un hijo y la idea fija de hacer cine''. En ese tiempo, ``antes de ser famoso se esforzaba por ganarse la vida como guionista'', contó alguna vez Jaime Humberto Hermosillo, quien tomó clases de guionismo con el Nobel de Literatura, en 1967, en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) de la UNAM; ``ahí supe que lo apasionaba el cine y conocí historias que se filmaron después.''

Admirador de Orson Wells, ``sobre todo por Una historia inmortal y de Akira Kurosawa por Barba roja'', en 1964 Gabo tuvo, por fin, su oportunidad de debutar en la ``penumbra'' en un triple salto. Primero al lado de Alberto Isaac en Este pueblo no hay ladrones, donde se da el lujo de jugar un poco, apareciendo en pantalla como el boletero del cine --José Luis Cuevas, Carlos Monsiváis y Abel Quezada actúan ahí como jugadores de dominó y Luis Buñuel como un curioso sacerdote muy regañón. Luego colaboró en el guión basado en El gallo de oro, de Juan Rulfo, que dirigió Roberto Gavaldón y que, aunque le había gustado mucho al productor, tenía un gravísimo problema: los diálogos estaban en colombiano y no en mexicano, ``por lo que Barbachano me puso a trabajar con Carlos Fuentes'', contó alguna vez. Concluyó el año con Lola de mi vida, de Miguel Barbachano Ponce, basado en un cuento de Juan de la Cabada, que no tuvo mucho éxito de crítica.

Al año siguiente, escribió ``mi primer asunto cinematográfico que no es una adaptación de un cuento o relato al cine. Desde un principio fue una idea cinematográfica que estuve acariciando muchos años'': Tiempo de morir en la que debutó como director, a los 21 años, Arturo Ripstein y para quien volvería a realizar un guión, en 1966, HO el primer cuento de la coproducción mexico/brasileña, Juego peligroso que, como película, no estuvo a la altura de la primera.

Cuatro contra el crimen, de Sergio Véjar fue su siguiente experimento, donde ``dio la vuelta de tuerca'' que necesitaba el guión para convertirla en una ``aventura insensata (...) una gran película'', como dice Jorge Ayala Blanco, en La aventura del cine mexicano. Ese mismo año escribió, con Alberto Mariscal, El caudillo, para llegar después al argumento de Patsy mi amor (Manuel Michel, 1968), donde retoma los amores de adolescentes de clase media y que propicio su estreno en pantalla de Ofelia Medina.

A esas alturas, García Márquez ya se habia hastiado de las limitantes de la tarea de guionista, subordinado a la mira del director y los intereses del productor. Vuelto al seno de la literatura --gracias a lo cual escribió Cien años de soledad-- volvió al cine sólo en los proyectos que le interesaban, con los directores que quería. Así, su nombre volvió a la marquesina al lado de Luis Alcoriza, en Presagio (1974) donde intenta, desde la letra, introducir al espectador a un mundo de realismo mágico.

Para 1978 le propone, a Felipe Cazals, adaptar la novela homónima de Daniel Defoe, El año de la peste, que hizo decir a Cazals que ``las proposiciones literarias de Gabo son tan poderosas que no son transferibles al cine''. Eso le dio la pauta al escritor para trabajar en lo que significó su experimento más interesante y sin duda su película más famosa: María de mi corazón (1979), de Jaime Humberto Hermosillo.

En su narrativa, García Máquez había --y de alguna manera continúa-- trabajado con una estructura cinematográfica. El mismo lo confiesa en una entrevista, refiriéndose a El coronel no tiene quien le escriba, donde dice: ``en esa época para describir algo necesitaba imaginarme exactamente el escenario; por ejemplo si se trata de un cuarto, el tamaño que tendría, los pasos que debía dar el personaje, etcétera, o sea, él trabajaba como un cineasta''. Consciente de ello y de su inmesa obsesión por pulir el estilo literario, inauguró, con Hermosillo, una nueva forma de trabajar guiones, que ha usado con otros directores: los realizadores redactan, se reúnen con Gabo y afinan ideas, escenas, diálogos y situaciones, hasta que queda plasmado, de manera visual y literaria de la forma en que piensa debe ser.

Con esa técnica, ya encarrerado, trabajó con Miguel Littín en la poco interesante película La viuda de Montiel (1979), para cerrar ese mismo año con El mar del tiempo perdido, de Solveij Hoogestejin.

En ese ir y venir, en 1982 apareció su guión El secuestro, donde narra parte de la odisea sandinista. Un año más tarde participó en el guión de Eréndira, de Ruy Guerra, basado en su novela homónima, que en pantalla tuvo que soportar el vapuleo de la crítica. De ese trabajo se hizo un documental, Del viento y el fuego de García Videla y Huberto Ríos, donde por primera vez Gabo habla de su relación con el cine.

Alejado del guión durante algunos años, no lo estuvo sin embargo de este arte. Poco creyente del nuevo cine latinoamericano, su concepción cambió cuando fue invitado para formar parte del jurado del Primer Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana. Luego de revisar 15 largometrajes de ficción preseleccionados y 17 no clasificados, concluyó que este cine sí existe: ``Brasil, Venezuela, Cuba, México, lo han hecho existir hace mucho más tiempo de lo que creía'', confesó en un artículo para el ICAI. Ahí define que esta nueva cinematografía ``debe entenderse como un cine de liberación cultural.''

Los pasos para lograrlo lo llevaron a fundar la Escuela del Nuevo Cine Latinoamericano en Cuba y cinetecas en varias ciudades. En 1987 volvió a guionismo, con una serie que fue filmada bajo el nombre genérico de Amores difíciles, donde explora en seis películas dirigidas por otros tantos directores, las inmensas posibilidades del amor, la soledad, el desencanto, el erotismo, la infidelidad y la fe. Todo, como siempre, en un marco del sentir latinoamericano.

La serie comenzó con Fábula de la bella Palomera, dirigida por Ruy Guerra; siguió con Yo soy el que tú buscas, de Jaime Chavarri; Cartas del parque, de Tomás Gutiérrez Alea; El verano de la señora Forbes, de Jaime Humberto Hermosillo; Milagro en Roma, de Lisandro Duque, y Un domingo feliz, de Olegario Barrera. Todas pueden conseguirse en video.

Fiel a su tentación cinematográfica y ante la imposibilidad de que filmaran más películas, escribió el guión de una serie para televisión, dividida en seis capítulos que se llamó Me alquilo para soñar. Dirigida por Ruy Guerra, tiene el inmenso atractivo de contar con la presencia de la actriz fetiche de Fassbidner, Hanna Schygulla, quien protagoniza esta suerte de historias delirantes que ponen al descubierto, la milimétrica separación que existe entre la realidad y el sueño. La serie fue transmitida recientemente por el Canal 22 de México y también puede conseguirse en video.

Su cierre de penumbra, hasta la fecha, como guionista lo hizo en la película del colombiano Jorge Alí Triana, Edipo alcalde (1996) donde retoma la historia de uno de sus libros favoritos, Edipo rey. Esperado con ansia, el filme lamentablemente, no estuvo a la altura de las expectativas ya que posee un grave problema de dirección. De todas formas, aún puede verse en los cines del país.

Gabo cumple hoy 70 años y ojalá no cese en su deseo de crear una película como la de Roberto Rosellini, El general de la Rovere, su favorita. Se lo merece. Y el cine también.


Gabo y el séptimo arte

Gabriel García Márquez ha participado como guionista, coguionista y/o adaptador de las siguientes películas:

En este pueblo no hay ladrones, Alberto Isaac, 1964.

El gallo de oro, Roberto Gavaldón, 1964.

Lola de mi vida, Miguel Barbachano Ponce, 1964.

Tiempo de morir, Arturo Ripsteisn, 1965.

HO (Juego peligroso) Arturo Ripstein, 1966.

Cuatro contra el crimen, Sergio Véjar, 1967.

El caudillo, Alberto Mariscal, 1967.

Patsy mi amor, Manuel Michel, 1968.

Presagio, Luis Alcoriza, 1974.

El año de la peste, Felipe Cazals, 1979.

María de mi corazón, Jaime Humberto Hermosillo, 1979.

El mar del tiempo perdido, Solveig Hoogestejin, 1979.

Eréndira, Ruy Guerra, 1983.

Del viento y del fuego, Adolfo G. Videla, 1983.

El secuestro, 1983.

La aventura de Miguel Littín clandestino, 1987.

De la serie Amores difíciles:

Fábula de la bella Palomera, Ruy Guerra, 1987.

Cartas del parque, Tomás Gutiérrez Alea, 1988.

El verano de la señora Forbes, Jaime Humberto Hermosillo, 1988.

Un domingo feliz, Olegario Barrera, 1988.

Milagro en Roma, Lisandro Luque, 1988.

Yo soy el que tú buscas, Jaime Chavarri, 1988.

Edipo alcalde, 1996.

Serie para televisión:

Me alquilo para soñar (seis cortos), Ruy Guerra, 1992.