El domingo pasado se completó la terna de candidatos a la jefatura de gobierno del Distrito Federal, en representación de los partidos que por su trayectoria y lo que indican los sondeos de opinión, estarán disputándola realmente el 6 de julio: PRD, PRI y PAN.
El PRI había elegido días antes a Alfredo del Mazo, con el voto de 180 consejeros, conservando en lo esencial su método cupular y verticalista de designar a sus candidatos, a pesar de la formalidad de las precandidaturas y las ``auscultaciones''. El PAN seleccionó a Carlos Castillo Peraza en una lujosa convención a la manera estadunidense, con el voto de 2 mil 100 delegados.
Sólo el PRD optó por un proceso democrático amplio y abierto. Sus precandidatos debatieron públicamente y en muchos foros, sus distintas propuestas de ciudad y formas de gobernar; y la selección se hizo en las calles de la ciudad, mediante el voto secreto y directo de sus militantes y simpatizantes. El resultado fue la participación ordenada y tranquila, sin la presencia de las prácticas de la cultura priísta, de cerca de 95 mil electores, es decir, cuatro veces el número de votantes registrado en la elección de su presidente nacional ocurrida hace menos de un año, de los cuales más del 30 por ciento fueron nuevos adherentes al partido. Cinco horas después del cierre de las urnas, ya se conocía con certeza la tendencia electoral que daba el triunfo a Cuauhtémoc Cárdenas. Así, el PRD ratifica su vocación y sus prácticas democráticas directas y se dota de un candidato incuestionablemente votado por el 69 por ciento de sus militantes y adherentes.
Los ciudadanos del DF tienen ante sí tres proyectos distintos de ciudad y tres formas diferentes de hacer política y, por tanto, de gobernar.
El PRI presenta un candidato que forma parte de uno de los más tradicionales, fuertes y cerrados grupos de poder político y económico característicos del régimen político de partido de Estado, el del estado de México. Su proyecto para la capital es la profundización del modelo neoliberal que ha eternizado la crisis económica estructural, empobrecido masivamente a los capitalinos, privatizado indiscriminadamente lo público y la ha hecho social y territorialmente excluyente para la mayoría de sus habitantes. Su forma de gobernar es conocida por todos: autoritarismo, corporativismo, patrimonialismo, discrecionalidad y férreo control del poder que excluye la participación democrática de la ciudadanía.
El PAN comparte toda la política económica neoliberal del PRI, como lo ha mostrado durante los últimos ocho años. No pretende cambiar sustancialmente el régimen de partido de Estado, sólo sustituir al PRI en su control hegemónico. Su concepción de la democracia es elitista, excluye la participación directa de la base social. Su proyecto social es excluyente, pero teñido de un chocante paternalismo de corte ``caritativo''. Su moral rígida y caduca y su correlato, la censura y represión de las ideas y las prácticas de libertad (mostrada en los lugares donde hoy gobierna) y su arcaico proyecto cultural, dan a su neoliberalismo económico un sello profundamente conservador y clerical. Su candidato es fiel representante de este proyecto y, además, claro ejemplo de su alianza pasada con el PRI, que hoy se desanuda por intereses electorales coyunturales.
El PRD y su candidato postulan para el Distrito Federal un proyecto de cambio, cuyos elementos son: democratización plena del DF en el marco del cambio de régimen político; amplia participación ciudadana directa; desmantelamiento del corporativismo en todos los niveles y formas; reversión del neoliberalismo económico y de sus desastrosos efectos sociales; mejoramiento de la calidad de vida de los sectores mayoritarios; defensa de lo público para hacer a la ciudad socialmente incluyente; preservación efectiva del medio ambiente; desarrollo cultura en libertad; en una palabra, una ciudad para todos, democrática y soberana. Con su propia práctica, están demostrando que sus propuestas no son demagógicas.
Cuauhtémoc Cárdenas, con su honestidad a toda prueba, años de tesonera lucha por la democracia, formación técnica como planificador, capacidad de oír a todos los sectores sociales, en particular a los populares y de trabajar con ellos, compromiso con la soberanía nacional y local, y capacidad de hacer propuestas viables y de futuro para transformar a la capital en beneficio de todos, aparece claramente como el mejor candidato para gobernarnos.