Cineteca Nacional articuló durante febrero una programación estelar a cargo de diez mayúsculos creadores de la narrativa cinemática de nuestro agonizante siglo. La sala 1 Jorge Stahl cobijó en su pantalla, con regulares intervalos de seis días, a Ingmar Bergman, Michelangelo Antonioni, Leos Carax, René Clement y Wim Wenders, a quien la crítica universal considera el primer cineasta del mundo. En la sala 2 Salvador Toscano corrían casi simultáneamente las ocho cintas postreras de Buñuel, y en un intenso/extenso ciclo dedicado a la memoria de Marcello Mastroianni (1922-1996), películas que vinieron a revivir su imagen realizadas por célebres maestros italianos, entre otros, Fellini, De Sica, Ferreri, Scola.
Acerquémonos a cada uno de ellos en el espacio y en el tiempo para justificar nuestra anterior calificación: ``mayúsculos cine-creadores''. Iniciemos con el más famoso realizador sueco de todos los tiempos, Bergman (Upsala, 1918) cuyos filmes Fresas silvestres (1957) y Sonata de otoño (1978) abrieron la centellante programación y nos confirmaron sus preocupaciones a propósito de la incomunicación/incomprensión de la pareja humana. Entretanto proyectábanse en la Sala 2, películas de Buñuel (Calanda 1900-México 1983) que nos referían a través de sus imágenes la problemática de su creador: intransigencia (La vía láctea) crueldad (Tristana) ternura (Bella de día) fidelidad (Simón del desierto) comprensión (El diario de una recamarera) y su inagotable honestidad consigo mismo, su arte y sus ideales.
Continuemos con Antonioni (Ferrara, 1912) y concluyamos con Buñuel, pues mientras el blanco lienzo de la uno recogía las vibraciones luminosas del maestro italiano en 82 Identificación de una mujer y en 95 Más allá de las nubes, que de manera incendiaria y minuciosa, altamente inquietante reproducen las angustias contemporáneas, terminaba el ciclo ¿Buñuel! la mirada del siglo con la exhibición de los últimos filmes que concretó el aragonés antes de morir: El fantasma de la libertad y Ese oscuro objeto del deseo (1974 y 77 respectivamente). Días más tarde, los espacios antes mencionados, engalanábanse con trabajos de Leos Carax (Suresnes, 1960) Federico Fellini (Rimini ,1920-Roma 1993) Vittorio de Sica (Sora 1902-Nevilly 1974). Hablemos primero del romanticismo desesperado de Carax y su filme Los amantes del puente nuevo cuya anécdota no sólo anuda una situación amorosa entre Alex y Michéle (Juliette Binoche) sino también la obsesión de la raza humana por controlar los elementos fundamentales del planeta: aire, tierra, agua y fuego. Encuadremos ahora a los maestros italianos ausentes: primero a aquél a quien la crítica definió como un cine-director contradictorio, exuberante, poseedor de un inusual don dramático que consistía en crear tipos memorables, como fueron Marcello en La dulce vida, Fred en Ginger y Fred, y el mismísimo Mastroianni como actor en La entrevista, obviamente nos referimos a Fellini. Sigamos con Matrimonio a la Italiana, comedia neorrealista de De Sica, el genial autor napolitano, a quien debemos tres obras inolvidables, plenas de amor y de ternura: Ladrones de bicicletas, Milagro en Milán y Humberto D. Y para cerrar la presencia, en la sala Toscano, de los cineastas peninsulares, sólo nos falta mencionar a Marco Ferreri (Milán, 1928) y a Ettore Scola (Trevico, 1931). El milanés hizo acto de presencia con La gran comilona, No toquen a la mujer blanca y Adiós macho, cuyos acelerados mensajes nos recordaron una vez más que Marco es un moralista desesperado, un cineasta destructor.
En cambio, Ettore mostró en Un día especial y La noche de Varennes que no en balde había realizado entre 1970-1980, una decena de filmes para el Partido Comunista Italiano, cuyo rechazo a la ideología burguesa fue, es y será irrevocable. Así fue febrero cinematográfico, cuya última semana vinieron a iluminar dos cintas clásicas: A plein soleil (1959), de René Clement (Bordeaux, 1913), cineasta preciso, inteligente, uno de los mejores de la quinta década; y El amigo americano 1976, de Wim Wenders (Dusseldorf, 1945) primer realizador de nuestro tiempo, cuyos filmes recogen sistemáticamente la agonía del viejo humanismo europeo y de los valores de su civilización. Agonía que en la obra antes citada se mediatiza a través de relaciones transformables (amor-odio) abiertas (ambigüedad sexual) amenazantes (corrupción-crimen). Y hasta aquí febrero.