SOLDADOS-POLICIAS EN IZTAPALAPA
Miriam Posada García Ť Ni la mirada insistente de los transeúntes que buscaban cualquier indicio para encontrar soldados en las calles los distrae de su labor. Los militares vestidos de policía se enfrentaron ayer al primer día de vida normal en Iztapalapa, aunque, tal vez por casualidad o por suerte, no ocurrió absolutamente nada en esa demarcación.
Apegados al rigor de la milicia, los jóvenes soldados realizaron a paso acelerado --porque así lo exige esa delegación-- patrullajes en vehículos, pie a tierra, guardias en bancos y agilizaron la circulación.
Con la extraña combinación que forma el calzado de charol proporcionado por el Ejército, y los uniformes azules holgados de la policía, los elementos rigurosamente puntuales se presentaron en sus cruceros, en sus bancos y a las zonas de patrullaje.
El cambio de turno marcó también el relevo de vigía que durante toda la noche estuvo pendiente de quien se acercaba a cada cuartel.
Enseguida adoptaron su trabajo de policías y mientras uno se hacía cargo del control de los semáforos otros más se encargaban de dirigir el tráfico en avenidas complicadas como Ermita y Rojo Gómez.
Aparentemente incansables, pero quién sabe si de manera razonada después de estar ocho horas bajo el rayo del sol, y con la mirada perdida, los encargados de la vialidad manoteaban para apurar a los conductores. El ruido de los silbatos con tonadas y ritmos diferentes se perdía entre el rugir de los motores.
Mientras, los encargados de realizar patrullajes maniobraron las patrullas Spirits, Cuttlas o Cherokees, aún de manera torpe por la falta de práctica, ya que no es lo mismo manejar en una pista para uno solito que entre cientos de conductores todos con prisa.
Si no fuera por el uniforme, las pistolas al cinto y armas que llevan entre las piernas más que soldados-policías, los menudos elementos parecerían hijos de familia a los que su padre les prestó el carro para que hicieran sus pininos al volante.
Tal vez los que corrieron con mejor suerte durante la jornada de ayer fueron los soldados asignados a la vigilancia de los bancos, ya que los delincuentes brillaron por su ausencia también en este rubro.
Sin bajar un momento el fusil, bien plantados, en grupos de tres o de cuatro en la puerta y esquinas de los bancos, los soldados no se mueven ni para descansar las piernas. Su mirada siempre al frente o, si a caso, se desvía hasta donde sus ojos puedan girar.
Pero ni con toda la rectitud, disciplina y orden su presencia convence a los vecinos de Iztapalapa. Los más inconformes manifestaron abiertamente su rechazo a que estos soldados --algunos de apenas 1.60 metros de estatura-- se hagan cargo de la seguridad delegacional.
``Estoy seguro de que ellos van a cometer más abusos que los propios policías, sólo es cuestión de tiempo'', manifestó un vecino de las inmediaciones de la colonia Purísima. Otro del rumbo de El Manto rechazó tajante la idea: ``No estamos en tiempo de guerra, o qué, con esto nos quieren advertir que nos preparemos a lo que venga''.
Pero para otros habitantes de Iztapalapa ``está bien, aquí nos hace mucha falta que metan en orden a los chavos de las bandas, a los rateros, mariguanos, chemos. Ojalá que no se vayan''.
Aunque también hubo quienes decidieron mejor omitir su opinión por una simple razón: ``Yo qué puedo decir; mi esposo es policía''.