La Jornada 4 de marzo de 1997

Burgoa: los acuerdos de San Andrés, inexistentes

Jaime Avilés Ť Al abogado Ignacio Burgoa Orihuela, exégeta del derecho, le preocupa que se respeten los usos y costumbres de los pueblos indios de México, porque pudieran aparecer por ahí ``algunas etnias que realicen sacrificios humanos con criaturas''.

¿Vamos a permitirlo?, preguntó ante un respetuoso auditorio universitario, y esgrimiendo a guisa de batuta un habano apagado, a los 78 años de edad, resuelto a defender sus puntos de vista ``con verdad y varonía'', se respondió a sí mismo, declamando con ardor isabelino: ``¡Por supuesto que no! ¡Estaríamos destruyendo al país!''.

Y mirándonos con patricia soberbia, concluyó su sapiente alegato: ``Las etnias tienen derecho de ser atendidas ya, de manera drástica. Pero no debemos introducir (en la Constitución) ninguna reforma innecesaria, sino crear la ley reglamentaria del artículo cuarto. ¡Juan Jacobo Rou- sseau debe estar temblando, no en su tumba sino en el epeirón de Aristóteles, al ver que se quieren crear tantas autonomías!''.

--Este hombre es un Aleph de conocimientos --me dijo alguien en voz muy alta aprovechando el estrépito del aplauso.

Vi mis notas. Burgoa había dicho en la primera parte de su intervención: 1) La Ley para el Diálogo y la Pacificación en Chiapas ``no existe porque no es obligatoria''; y 2) ``no existen los supuestos acuerdos de San Andrés''. Aquí el público lo había interrumpido: ``¡Sí existen!''. A lo cual el ponente contestó: ``¡Claro que no existen! ¿Quién es Marcos? O doña Ramona, o la Trini. ¡Sólo un orate puede pactar con encapuchados!''.

El auditorio Alfonso Caso de la Facultad de Derecho de la UNAM volvió a guardar silencio: ``El llamado Ejército Zapatista no tiene nada que ver con Zapata, ¡es un grupo de delincuentes que fragmenta la unidad nacional!''.

No hubo aplausos. Una tercera parte del público era suyo y no se atrevió a festejar; las otras dos habían acudido a verlo y a descubrir la verdad de sus ideas, siempre y cuando fuese más convincente que los doctores Emilio Krieger y Luis Javier Garrido, quienes aguardaban su turno en la mesa para rebatirlo.

Crónica falsa

En una falsa crónica del esperado debate, que Burgoa y Krieger formalizaron por escrito comprometiéndose a discutir públicamente los acuerdos de San Andrés, contaría sin mentir que el último ponente fue precisamente Adelfo Regino. Citando a Justiniano, el puntilloso abogado indio, de 23 años de edad, dijo que ``el doctor Burgoa olvida que la ley obliga, faculta o permite; por lo tanto es falso que la ley para el diálogo no exista porque no es obligatoria, como afirma él''.

Y en cuanto a que el EZLN carece de personalidad jurídica porque sus representantes negocian encapuchados, Regino invocó a Norberto Bobbio para recordar que ``personalidad proviene de persona, y persona proviene de máscara; por lo tanto la personalidad jurídica proviene del teatro y de la máscara. Si el derecho faculta y es una facultad por lo tanto, como dice el filósofo Bobbio, en San Andrés el derecho se forjó a partir de una máscara. ¿Por qué alarmarse de una máscara en el teatro de la política mexicana?''.

La última ovación de la mañana fue menos nutrida: del auditorio se había ido la tercera parte de la concurrencia, la cámara de Televisa, algunos periodistas y el propio Burgoa, y se acaba la crónica falsa y se reanuda la verdadera.

Crónica verdadera

Burgoa culminó con estas palabras: ``Así, pues, he venido a esta mesa a defender mis puntos de vista con verdad y varonía. Ahora debo retirarme por compromisos contraídos con antelación''. Y ante el desencanto mayoritario y las ruidosas protestas de algunos miembros del respetable, Burgoa tomó su portafolios y se fue de manera precipitada, eludiendo sin honor lo que con honor había prometido: debatir como asesor presidencial con los asesores zapatistas.

Dijo entonces Luis Javier Garrido: ``A nombre de todos los presentes quiero hacer patente mi indignación porque el doctor Burgoa huyó después de reunirnos en este auditorio con engaños para hacerse oír y dejar la sala sin haber encarado el intercambio de ideas. Con su actitud ha demostrado cuál es la actitud cobarde e hipócrita del gobierno ante el diálogo de San Andrés, y es una conducta como ésta, indigna de un universitario, lo que está precipitando al país a la lucha armada''.

A continuación tomó la palabra el doctor Krieger. En protesta por el desaire de Burgoa, se negó a leer la ponencia que llevaba escrita, y su discurso fue apenas una pausa para que Luis Javier Garrido iniciara una exposición torrencial que sin perder la articulación de sus argumentos comenzó a crecer en intensidad y vehemencia, a tal punto que el auditorio lo premió con una ovación de pie.

``El doctor Burgoa ha dado un espectáculo muy triste, primero al mentir, después al darse a la fuga en una clara demostración de autoritarismo y de desprecio. Porque ha mentido al decir que la ley para el diálogo no es una ley. ¿O acaso olvida que toda resolución del Congreso de la Unión tiene caracter de ley o de decreto?''.

Y agregó: ``La ley para el diálogo es obligatoria para el EZLN y para Ernesto Zedillo. Pero el gobierno está en conflicto con la legalidad del país y con los cuatro partidos que trabajaron semanas en la reforma sobre derecho y cultura indígena. Pero Burgoa miente porque la ley reconoce, desde su artículo primero, la personalidad jurídica del EZLN. Sólo tiene razón cuando afirma que se alteraría el sistema de gobierno de México si se aplican los acuerdos de San Andrés. ¡Claro que se alteraría! Y sería para bien de la democracia''.

Mientras todo esto ocurría en la sala, el doctor Burgoa se topó en el vestíbulo con Efrén Capiz y Paz Carmona, quienes le entregaron una copia de los acuerdos de San Andrés para que los estudie y no diga mentiras. Y un politógo, al enterarse de esto, resumió el frustrado debate así: ``Burgoa rolló, huyó y lo pescaron...''