En julio elegiremos, por fin, alcalde. A diferencia del filme con el nombre de este artículo, tendrá que ser un decisión ciudadana tomada con plena conciencia.
La película --la tragedia de Edipo superpuesta a una historia latinoamericana, con guión principalmente de Gabriel García Márquez--, no acaba por convencer. Hay momentos ingeniosamente resueltos, como en el que Edipo asesina a su padre Layo, sin enterarse de lo que ha hecho. Pese a que la trama de la tragedia es ampliamente conocida, el espectador --como Edipo--, no se da cuenta del parricidio y participa realmente de la ignorancia de su acto, y ha de acompañar las pesquisas del propio protagonista para desentrañar el asesinato.
Edipo es un joven soñador y romántico, enviado como alcalde por el gobierno a pacificar una región del país (presumiblemente Colombia) en la que caciques, guardias blancas y guerrillas, mantienen una guerra sangrienta. Como ocurre aún en diversos países latinoamericanos, los gobernadores y los alcaldes son designados por el Presidente. Edipo Alcalde cree en la posibilidad real de que los hermanos (los coterráneos) se reencuentren, reconcilien y hagan la paz en esa localidad asolada por el terror y la muerte. El Destino (con D mayúscula) le mostrará que estaba profundamente equivocado.
Los defectos de la obra no escasean. Como en tantos filmes latinoamericanos, el sonido es malo y los diálogos con frecuencia son inentendibles. El manejo del tiempo es confuso. Edipo llega a esa comarca sin ley, tiene amores con su madre, Yocasta, hasta que queda embarazada, conoce al malvado Creonte (¿extrañamente? parecido a Carlos Salinas), que ha heredado el cacicazgo de Layo en el lugar; tiene permanentes conflictos con él, conoce a Tiresias (el ciego que todo lo ve y que en clave le transmite el oráculo que anuncia su tragedia), y culmina cerca del final la pesquisa que conduce al descubrimiento de que él mismo ha dado muerte a Layo (en su presencia le extraen de la frente al cadáver de Layo la bala que corresponde al arma de Edipo). Han ocurrido mil peripecias más, y han pasado muchas semanas o varios meses. Pero el cuerpo de Layo sigue incorrupto y con ropa perfectamente planchada. También es poco creíble la escena en que Edipo duda sobre la posibilidad de ser hijo de Layo, por cuanto él se sabía, sin sombra de duda, hijo de un general.
Pero acaso lo menos aceptable es el fondo del asunto. La superposición del mito de Edipo a una situación latinoamericana de conflicto fratricida no parece adecuada en términos simbólicos. Edipo, hijo de Yocasta y Layo, reyes de Tebas, conforman en el mito griego el prototipo del hombre presa inexorable de los decretos del Destino,. fuerzas que están más allá del conocimiento y la voluntad de los humanos. Frente a un Hado incontenible, nada pueden hacer los hombres. Su historia está escrita y lo que ha de pasar pasará sin remedio.
No, no son tiempos de aceptar que vamos al precipicio sin saber por qué, sea en Colombia o en el Distrito Federal, en México. No, no son fuerzas tan descomunales como desconocidas las que mantienen a América Latina en la postración, la corrupción, la guerra fratricida, el narcotráfico, la crisis económica, el crecimiento permanente de la pobreza y la desigualdad.
Los problemas humanos de los humanos son. Lo que ocurre en los ámbitos de la política, de la economía, de la educación o de la salud, es resultado de instituciones histórica y socialmente construidas por los propios hombres, por nosotros. Ni la mala suerte, ni los dioses, ni el destino, ni la ``dura vida'' que nos ha tocado vivir existen al margen de nuestros actos y decisiones colectivas.
El análisis, el conocimiento crítico, el entendimiento real de la historia y del curso de las cosas, la reforma de las instituciones con vistas a otros resultados sociales, son absolutamente factibles, si bien en todo momento existen restricciones --especialmente en el ámbito de la economía--, que requieren plazos dilatados y acuerdos sostenidos, tanto entre connacionales, como con los países más desarrollados.
No están en manos de un destino tirano nuestra suerte y nuestro futuro, sino en nuestras posibilidades de conocimiento, de conciencia, de educación, de acuerdo social, de creación y reforma institucional, tal que alcancemos resultados previstos en el diseño mismo de las instituciones. Los hombres pueden ser dueños de su destino. Dejemos a Edipo para el diván. Atengámonos, en julio, a la razón y a la política.