Luis González Souza
Vecindad narcotizada
Suficiente es suficiente, como les encanta decir a nuestros vecinos (``Enough is enough''). Salvo el periodo lunamielero del TLC, año con año México y EU afrontan el problemático episodio de la (des)certificación, inaugurado en 1986 por la gran potencia a fin de calificar el trabajo de otros países (más de 30) en materia de lucha antidrogas.
De hecho, ya es evidente la tendencia a que dicho episodio se torne más y más conflictivo. Independientemente de la calificación final, este año la embestida contra México llegó al punto de casi presentarlo como el país narco-Satanás del mundo. Tal vez el próximo año ya no habrá necesidad de usar el casi. Tanto bochorno al menos debiera servir para sacar algunas lecciones.
La solución más rápida consistiría en acabar de tajo con todo el procedimiento de la certificación. Pero sería una solución tan efímera como superficial. Dejaría intactas las raíces, directas y profundas, del problema. Continuarían a salvo los elementos que llevan a pensar la relación México-EU como una relación narcotizada, tanto en un sentido técnico o directo, como en un sentido figurativo o profundo.
En el primer caso, quedarían intactos los tres pilares del problema. Uno, la demanda real y creciente de narcóticos a cargo de EU, complicada por su esquizofrénica actitud de ostentarse como el adalid mundial contra las drogas, pese a ser su principal mercado. Dos, la oferta de estupefacientes, también real y creciente, que proceden de México en la misma medida en que crecen su narcoeconomía y su narcopolítica. Tres, y a manera de bisagra clave, las todavía no muy claras complicidades --técnicas o políticas, por acción u omisión-- que crecen entre cúpulas (no sólo cárteles) de ambos países, y que lógicamente alimentan la interacción demanda-oferta.
Mientras no se encaren con decisión e inteligencia esos tres factores, la cuestión de las drogas seguirá creciendo lo mismo como contaminante de la relación México-EU que como cáncer devastador de cada nación por separado. Pero aun resolviendo el problema del narcotráfico, quedaría por encarar la narcotización de la relación bilateral en un sentido figurativo. Aquí aludimos a dos características típicas del drogadicto: su adición y su fuga de la realidad.
En muchos renglones, las cúpulas gobernantes de EU y México ya muestran una clara adicción a relacionarse de manera semejante al vendedor de drogas (pusher) y su cliente (junkie). Basta ilustrarlo con el propio renglón del narcotráfico. Desde la admisión de la DEA en México hasta la capacitación de militares en EU, que ahora mismo ocurre y en escala creciente, ya son muchas las concesiones de los gobiernos mexicanos. Pero ello no ha servido más que para recibir afrentas como la de la (des)certificación y, de pilón, nuevas exigencias: que aumente el número de los agentes de la DEA; que se les autorice a portar armas en territorio mexicano; que se les confiera inmunidad diplomática; que se multipliquen las extradiciones; que se abran las aguas y el espacio territoriales de México a los cazanarcotraficantes de EU. Y así, hasta llegar a la demanda de fondo: que continúe la militarización de la lucha antidrogas en México (no así en EU) y que aquélla ceda más, o por completo, a una conducción estadunidense.
¿No es esa una adicción, en este caso a la dinámica opresión/sumisión? Y qué decir del efecto fuga de la realidad. Esta pide a gritos que se reconozcan los vicios de la relación México-EU. Pero las cúpulas de ambos países prefieren continuar con el discurso de las ``relaciones excelentes'', de la ``no contaminación'' a causa de tal o cual ``pequeñez''... el matrimonio de los socios bajo la bendición del Espíritu de Houston (TLC por delante).
A propósito de certificaciones, al menos hay una certeza perfectamente certificable. Si no desnarcotizamos la base misma de la relación México-EU, nunca faltarán asuntos --migración, disputas comerciales, (in)seguridad (bi)nacional, ecología-- que tarde o temprano se transformen en problemas explosivos. Y de lo que se trata es de construir una vecindad provechosa, y no una vecindad tan autodestructiva como las propias drogas.
¿Primer paso? Rompiendo la dinámica opresión/ sumisión entre los vecinos. ¿Primer martillazo? Recuperando soberanía y dignidad para México.