No he sabido de ningún homenaje a Manuel Gómez Morín por su centenario, excepto los que inevitable y justamente ha rendido el PAN a su fundador. Ni el PRI que se dice heredero de la Revolución Mexicana, ni el PRD, que se proclama como el defensor de las tesis centrales de ese movimiento, ni la Universidad, ni el Banco de México, ni la Secretaría de Hacienda, ni las autoridades agrícolas, ni los bancos paraestatales, ninguna de las instituciones que fundó o a las que sirvió Gómez Morín de modo insigne, le han dedicado ni siquiera una declaración conmemorativa.
Me duele esta mezquindad. La única ``explicación'' es que a final de cuentas Gómez Morín se ``convirtió'' en un reaccionario. Fundó un partido reaccionario y profesó una fe reaccionaria, perdió el camino y no merece ningún reconocimiento y mucho menos hoy, cuando pudiera favorecer al partido blanquiazul en víspera de elecciones.
Yo creo que Gómez Morín es uno de los más grandes revolucionarios de este siglo, no sólo porque defendió a la Revolución Mexicana y fue artífice de algunas de sus instituciones centrales, sino porque dedicó la mayor parte de su vida para luchar por el ideal maderista. La ruptura de la Revolución con su vocación democrática es la causa de la corrupción que nos devora.
No creo que por ser un cristiano activo hasta el último día de su vida se le pueda descalificar. Cristianos fueron Madero y Vasconcelos en los mejores momentos de sus vidas, como ciertamente apunta Krauze; hay destellos cristianos en las tareas de Lázaro Cárdenas y de miles dedicados a rescatar a la nación.
He leído con entusiasmo las largas entrevistas que le hicieron los señores James W. Wilkie y Edna Monzón de Wilkie. Las respuestas de Gómez Morín me parecen asombrosamente actuales, frescas, honestas, precisas. Vigorosamente reformistas. Nadie después de leerlas puede decir que en Gómez Morín palpitaba la nostalgia reaccionaria.
El PAN tiene perfecto derecho de celebrar a Gómez Morín, y aún a utilizar su presencia como una arma de campaña, porque la fundación de ese partido es una obra muy importante de don Manuel. Sin embargo el PAN (al menos como lo conocemos hoy), no es el partido liberal y progresista que pudo soñar don Manuel. Es un partido conservador y su dirigencia no tiene la inteligente humildad de su fundador.
¿Hubiera aceptado Gómez Morín la alianza con Carlos Salinas tal como la aceptaron los dirigentes panistas entre 1989 y 1994? ¡Creo que no! Salinas no abrió el país a la democracia con honestidad, hizo reformas tramposas (y que endosó el PAN), para reconquistar el poder y mantenerse en él. No creo que Gómez Morín se hubiera quedado callado cuando Salinas dedicó todos los recursos del Estado para aniquilar la alternativa neocardenista, a pesar, y quizás a causa, de que él había sido un crítico severo de los abusos políticos del cardenismo original. Tampoco creo que hubiera apoyado implícita o explícitamente la política económica, antipopular, con el Estado-gendarme a la porfiriana. Y mucho menos las concesiones que debilitaron la soberanía nacional. Su patriotismo expresado en forma paradigmática el día que defendió su triunfo en su distrito de Parral era incompatible con el entreguismo.
Que en buena hora el PAN celebre a Gómez Morín, nosotros deberíamos nacionalizarlo. Hace unos años, cuando asistí al aburrido rito monárquico del informe presidencial, busqué entre los nombres que aparecen en letras de oro en las paredes de la Cámara de Diputados y encontré que en su gran mayoría fueron héroes violentos.
Hoy pienso que el nombre de Manuel Gómez Morín debería brillar este mismo año en ese muro porque fue un auténtico constructor revolucionario, porque fue un servidor fiel de esta República y porque fue un hombre no solamente muy talentoso sino muy bueno, y la conjunción de estas dos cualidades, en grado superlativo, no es frecuente en la historia mexicana. En un acto de justicia, cercana a la poética, debería elevarse al mismo honor el nombre de Daniel Cosío Villegas, tan distante y tan entrañablemente cercano de Gómez Morín.