Bárbara Jacobs
Con Walter Benjamin

Digamos que no es posible conocer a fondo a ningún autor. Es decir, si somos honestos con nosotros mismos, no conocemos a fondo a ningún autor. Si somos honestos debemos al mismo tiempo afirmar que no conocemos a fondo ni siquiera a los pocos autores que honestamente y por afinidades electivas consideramos nuestros preferidos. Dije pocos autores. Porque, si hemos de ser honestos y realistas, muchos no es posible que sean. Y esto es una pena. Lamento admitirlo, por razones dobles, como puede desprenderse. Si soy honesta al admitir que conozco poco a los autores que más me gustan, ¿puedo aspirar a que un lector me conozca bien a mí? Pero descartemos esta última reflexión; atengámonos a asumir como cierto que leemos mal.

Poco o mal como he leído a Walter Benjamin, sin embargo, quiero acercarme a él. Me llama la atención que un autor al que la universidad rechaza por incomprensible pueda al mismo tiempo dirigirse con éxito a un público de niños. Es cierto que les recuerda que ``en esta historia lo importante es pensar'', y que ``no hay en ella ninguna pregunta ni ningún error que no se pueda resolver meditando'': pero si no tomó la precaución de recordar a las autoridades universitarias un principio tan lógico como ése fue, me parece, porque daba por supuesto que ellas no leían ni daban un paso sin aplicarlo. Fuera como fuera, él pensaba. A pensar dedicó su vida. En diversos escritos autobiográficos declara: ``Cuando yo nací, a mis padres les vino la idea de que tal vez podría hacerme escritor'', de modo que pensar fue natural en él, por más que ni sus padres fueran capaces, después, de aceptar las consecuencias de sus propios designios o premoniciones.

Cuando la universidad rechazó la solicitud de Benjamin para dar clases, sus padres dejaron de mantenerlo. ``Uno se sienta en la silla y escribe --dice Benjamin--; uno se va cansando más y más y más''. La amplitud de los temas que le interesaron puede dar cuenta de que él se cansara al abordarlo; por su amplitud, sí, y por la profundidad con que los examinaba. Además, por el conflicto que se creaba al coexistir en él intereses tan diversos. Como buen pensador, Benjamin discutía sus temas con sus amigos o sus mujeres. Pero si uno de sus asuntos, como podía ser su interés por el judaísmo, cedía ante otro, como el marxismo, el amigo que lo apoyaba en el primero lo rechazaba a causa del segundo, y viceversa; y los amigos no eran dos, sino tres o cuatro o cinco, y los intereses también eran más (la estética, la literatura francesa, la traducción, el drama barroco alemán, los sueños, el hombre en el siglo XX, la verdad). Así, sus amistades tanto como sus discusiones eran no sólo complejas sino excluyentes. Además de cansarlo lo aislaban, contribuían a orillarlo.

``Disolución del enigma de por qué yo no reconozco a nadie --escribió en Materiales para un autorretrato--, de por qué confundo a la gente. Porque yo no quiero ser reconocido; yo mismo quiero ser confundido con otro''. Materiales para un autorretrato es un breve texto constituido por una idea, atormentadora, por cierto: ¿cómo va a valorar un autor los juicios aun altamente favorables que un crítico le conceda, cuando dicho autor considera estúpido a dicho crítico? Y su contraria: ¿por qué va un autor a creer que los juicios favorables que emita él respecto a otro tienen valor cuando él se considera a sí mismo un estúpido cuando su maestro atiende y sigue un consejo que dicho discípulo le da si él, el discípulo, es un estúpido? ¡Bueno! Lo interesante aquí es que Benjamin hace estas conjeturas en calidad de material para un autorretrato.

Algo tenía Benjamin de atormentado, no era sólo la historia quien, o lo que, lo perseguía, aunque sin duda contribuyó a nublar y finalmente destruir su capacidad de alojar confianza y fe en su espíritu. Por alguna razón, quizás previsora, por ejemplo, sus padres le pusieron, además del nombre por el que lo conocemos, otros dos; de haberlos usado, Benjamin habrían ayudado a que no se supiera de golpe que él era judío. Pero él no los usó: los ocultó. ``Cuando yo nací, a mis padres les vino la idea de que tal vez podría hacerme escritor. Entonces que así sea, pensaron, pero que no note todo el mundo enseguida que soy judío''.

Benjamin fue a dar a un campo de concentración del que, un par de meses después, sus amigos franceses lograron sacarlo; solicitó empleos en universidades, traslados a otros países, financiamientos; se presentaba, exponía sus proyectos; lo que en otro momento habría podido funcionar ahora, a finales de los 30, a él ya no le funcionaba. Logró dejar sus papeles en la Biblioteca Nacional de Francia, a cargo de Georges Bataille; logró conseguir visa para entrar en Estados Unidos. Con un grupo de refugiados cruzó los Pirineos y llegó a España el 26 de septiembre de 1940. Pero lo recibió la noticia de que al día siguiente sería regresado a Francia. Entonces ingirió la morfina que viajó con él en una maleta negra y acabó con su sufrimiento, fiel a sus propias palabras: ``No nos ha sido dada la esperanza sino por los desesperados''