Carlos Bonfil
La mafia de Shanghai

Shanghai, 1930. En un periodo de auge del tráfico de opio y la prostitución, los capos máximos, miembros de una misma familia, controlan la ciudad. Estos señores feudales, divinidades todopoderosas, integran la tríada de Shanghai. Reciben la protección del dictador Chang Kai-shek por viejos servicios prestados en el aplastamiento de los comunistas (masacre de 1927). Es un Shanghai mítico y opulento, reino de la impunidad y la corrupción generalizada, el escenario fastuoso en el que Zhang Yimou construye su melodrama, entreverameinto de un agrio comentario social y una tragedia individual, la de Xiao (Gong Li), bella cortesana sacrificada.

Zhang Yimou (Sorgo rojo, Raise the red lantern, Vivir), es con Cheng Kaigé (Adiós a mi concubina), uno de los más destacados de la quinta generación de cineastas de la Academia de Pekín. La mafia de Shanghai (The Shanghai triad, 95) es su séptimo largometraje. En sus trabajos anteriores --frescos históricos, como Vivir, o dramas intimistas, como Ju Dou-- se ha manifestado siempre un contrastre estilístico. Por un lado, la sofisticación estética, el manejo elegante de la luz y las intensidades cromáticas, y por el otro, el naturalismo parco, desprovisto de toda sensualidad, de sus dramas sociales. En Raise the red lantern, su expresión artística más lograda, domina un cuidado meticuloso en la fotografía y en la música. La protagonista (Gong Li) es allí encarnación de la cortesana imperiosa, dictatorial; en La historia de Qui-Ju es todo lo contrario: una campesina de vestimenta burda, estilo Mao, en lucha empecinada con la burocracia local. Gong Li maneja sobriamente ambos registros. Lo que a primera vista parece una mera decisión artística, transitar de un estilo a otro sin perder jamás la maestría expresiva, es en realidad una necesidad política de sobrevivencia cultural en un medio hostil. Como sus colegas cineastas, Yimou se ha enfrentado en diversas ocasiones a la censura oficial, y sólo el prestigio conquistado en festivales internacionales (Berlín, Venecia, Cannes) lo ha protegido de inclemencias mayores. Con un drama social como Qiu-Ju, de crítica moderada y desenlace en apariencia condescendiente, consigue burlar la censura y procurarse cierta protección para proyectos ulteriores de mayor libertad artística. Lo sorprendente, sin embargo, es la solvencia del cineasta para sortear esas dificultades sin perder la originalidad de su estilo.

Otra característica del cine de Yimou es su manera de elaborar un discreto comentario social y político sobre la China actual, a partir de historias a menudo ubicadas en el pasado. Esta estrategia, común en cinematografías que padecen una vigilancia totalitaria, se reproduce en La mafia de Shanghai. Los años 30 son en China un periodo de intolerancia extrema, una ilustración elocuente de las condiciones de miseria e injusticia social que precipitaron la revolución maoísta. La cinta ofrece el breve panorama histórico de esa China de Chang Kai-shek, periodo comúnmente denostado por la retórica oficial, pero rápidamente trasciende la oposición de víctimas y villanos, para ofrecer una inquietante parábola del poder y sus efectos corruptores.

El punto de vista es el de un adolescente de 14 años encargado de atender a Kiao, la cortesana favorita de Tang, el Jefe Máximo (Li Baotian, estupendo). En este relato de iniciación, el joven asiste a la paulatina degradación de Xiao, la cantante y prostituta provinciana que Shanghai eleva a la opulencia y precipita después al vacío. Hay en la cinta una clara oposición entre la ciudad corruptora y la provincia idealizada, y esto conduce a la crítica del afán de consumo y del materialismo creciente que Yimou percibe en la China actual. El director no se aplica a la costosísima tarea de reconstruir fachadas y escenarios de Shanghai la vieja, ni tampoco exhibe la violencia de las mafias --al estilo de John Moo. Crea atmósferas opresivas en interiores oscuros donde se reúnen los gangsters o en el fasto luminoso que provisoriamente rodea a la protagonista. De la violencia sólo se mostrarán los efectos sobre el ánimo de los personajes, sobre el joven Shuisheng y la cortesana Xiao.

La mafia de Shanghai resume las mejores virtudes estilísticas de Yimou, brinda una estupenda caracterización de Gong Li, su estrella fetiche, y aborda con serenidad y sencillez un momento histórico del viejo autoritarismo chino. Se exhibe en la Cineteca Nacional