Murió el célebre autor del Cuadro Histórico, embargado por la terrible tristeza de ver a su patria, su muy amada patria, injustamente invadida por tropas yanquis, con base en su poderío bélico y no en la justicia ni en la razón. La bandera del Tío Sam izada en Palacio Nacional hirió cruelmente su corazón. Eran aquellos años (1846-1848) tiempos de una inconmensurable tragedia: los supremos valores del hombre estaban abatidos por la fuerza bruta como instrumento de violentas ambiciones impulsadas a sacrificar la grandeza del espíritu humano ante los intereses materiales.
Sólo el resplandor de las ideas y las palabras acompañaban a Carlos María Bustamante en esos días infaustos; su desesperación lo llevaría a plantarse en las puertas de su hogar con un viejo fusil en la mano, pólvora y balines para llenar casquillos, dispuesto a defenderlo -símbolo de la ración en ese día- de la agresión enemiga. Poco después de consumada la irremediable derrota marcharíase acompañado de la Muerte, no sin legar a México obras llenas de una sabiduría que aún no acaban de descubrir, en su cabalidad, las generaciones que siguieron a las del oaxaqueño ilustre.
Con prisa, anotando sus testimonios años tras año, mes tras mes y en lo posible día tras día, Bustamante redactó un Diario que contiene, debidamente documentado con textos en ocasiones excepcionales, lo ocurrido ante su penetrante mirada, entre 1822 y 1848: y este Diario, quehacer testimonial sin par, por su voluntad y cuidadosas reflexiones, quedaría en el custodio jesuita del Convento de Guadalupe, en las faldas de la bellísima capital zacatecana. Yo no tengo duda alguna de que Bustamante optó por tal resguardo a la vista de dos hechos también indudables: la riquísima y ordenada biblioteca del Convento y la reconocida erudición de la Compañía de Jesús. Recuérdese la trascendencia de los humanistas que en el siglo XVIII develaron las connotaciones hondas de las culturas indígenas, movimiento intelectual seguramente alimentado en la academia de fray Bernardino de Sahagún y en el claustro de la Décima Musa. No en vano Bustamante habíase afanado, cargado de múltiples pobrezas, en las reediciones de la Historia General de las Cosas de la Nueva España y en los siempre releídos Tres Siglos de Andrés Cavo.
Ahora bien, no obstante la enorme importancia del Diario bustamantino, el trabajo permaneció olvidado y víctima de las millonarias tribulaciones de los siglos XIX y XX. A pesar de los esfuerzos preliminares del maestro Elías Amador y del Instituto de Antropología e Historia, promoventes de la publicación de algunas partes, el manuscrito nos fue ajeno hasta el presente mes de diciembre. Una persistente voluntad de investigación y de aplicación de nuevas técnicas hizo posible al fin la edición microfílmica de los 42 tomos que comprenden casi dos decenios (1822-1841) fundamentales en nuestra vida pública, proyecto que se llevó a cabo gracias al apoyo y la inteligencia del gobernador Arturo Romo Gutiérrez, quien el pasado miércoles entregó simbólicamente, a la cultura mexicana, en manos de la Universidad Autónoma Francisco García Salinas, el testimonio bustamantista, en solemne acto celebrado en el Teatro Calderón, dentro del marco del 450 aniversario de Zacatecas. Pronto ejemplares de esta edición estarán en las universidades e institutos de investigación y educación superior del país a disposición de los lectores e investigadores de la historia política mexicana.
Para culminar ese grandioso esfuerzo se trabaja ya en dos renglones más. La elaboración lenta, cuidadosa y a las veces abrumadora de los índices onomásticos, temáticos y tópicos del Diario se concluirá e imprimirá el próximo año; y otra cosa llena de los barrocos entretelones de la bibliografía mexicana. Una parte importantísima del Diario (1842-1848) está en una de las bibliotecas de la Universidad de California. Ya se toman las medidas convenientes para microfilmar y editar estos últimos más o menos siete años del testimonio de Bustamante.
¿Qué representa Carlos María Bustamante en la historia contemporánea de México? En sus actos está el secreto. Estuvo al lado de Francisco de Verdad y Ramos cuando la Revolución del Ayuntamiento (1808), condenó con vigor y valentía la mascarada imperialista de Agustín de Iturbide; denunció sin miramientos las traiciones de Santa Anna en la Guerra de Texas y frente a los ejércitos norteamericanos de Taylor y Scott; e igualmente el comportamiento sucio, terrorista, repugnante y vil de la soldadesca del estadunidense presidente James K. Polk. Cierto, estos perfiles dan cuenta de su honestidad y temple; pero la clave se halla en la total identificación de Bustamante con el Caudillo José María Morelos y Pavón, cuya doctrina inspiró los momentos estelares de su existencia. República popular democrática contra todos los elitismos: soberanía absoluta contra todas las formas de su relativización: libertad de los individuos contra el autoritarismo del gobierno o del Estado; y esta concepción apoyada en la justicia social como la más firme trinchera de la dignidad del hombre contra las castas y las clases opulentas explotadoras. Estas son las categorías políticas que vibran en el conjunto de los 49 tomos del soberbio testimonio que nos heredara Carlos María Bustamante en su Diario Histórico de México.