Unas cuantas semanas después de la asamblea nacional del PRI, la cual eligió a su presidente en medio de promisorios anuncios de recuperación, Santiago Oñate ha sido removido. Los cargos en contra suya son las derrotas electorales del partido oficial en varios estados. Pero, ¿eso es verdad?
En efecto, el PRI perdió numerosos municipios en Guerrero, Hidalgo, Coahuila y estado de México. En los dos últimos perdió también la mayoría legislativa. Sin embargo, ¿otro presidente hubiera obtenido mejores resultados? En verdad, lo que resulta difícil explicar no son las derrotas del partido oficial sino que éstas no sean mayores y más rápidas.
Oñate nunca hizo algo en contra de su propio partido: él no es el responsable de la decadencia del sistema de partido-Estado. Pero se piensa que la agonía priísta debe prolongarse y, para ello, se buscan políticos más inescrupulosos y, sobre todo, más cercanos al Presidente de la República: ``el mayor activo del partido'', según el nuevo encargado del despacho priísta.
Todos los presidentes de la República han nombrado al presidente del PRI, pero algunos jefes del Ejecutivo llegaron a pensar que se equivocaron o que el jerarca priísta les falló. Oñate no actuó nunca por su cuenta, pero tal vez no fue tan cerrado como otros líderes de ese partido ni tampoco tan inescrupuloso. Quizás el ahora ex presidente del PRI pensó que su partido debía integrarse en un esquema de creciente competitividad electoral como un verdadero partido, lo cual es un error del que ya se dieron cuenta Zedillo y otros muchos políticos oficialistas.
En efecto, las elecciones locales de 1995 y 1996 demostraron que el PRI no puede competir sencillamente como otro partido cualquiera, sino que tiene que seguir comportándose como partido oficial para hacer de su agonía algo mucho más prolongado, es decir, pasar al siglo XXI.
En realidad, el PRI no puede existir fuera del poder, ya que es un órgano funcional del actual poder del Estado y del Estado todo. Cuando se tiene el poder a la manera mexicana, es decir, en la que el poder se reproduce a sí mismo como algo dado de manera definitiva --aunque los poderosos cambian periódicamente--, entonces el poder no se puede perder sino a costa de perderlo todo, es decir, de mudar de sistema político. Si el sistema cambia, el PRI no puede cambiar sino fenecer, despedazarse en tantos trozos como la nueva situación lo determine.
El PRI no morirá sin el cambio político, es decir, con la llegada al poder de otro partido o de una coalición de partidos. Por más grupos que se desprendan, y al no ser posible la reconversión priísta, el poder seguirá teniendo su propia expresión electoral, su propio órgano para los amarres electorales.
Sería posible, aunque difícil, que ocurriera lo que a Humberto Roque Villanueva, ahora presidente del PRI, cuando era estudiante de arquitectura y presidente de una organización absolutamente charra denominada Federación Universitaria de Sociedades de Alumnos (FUSA), en la UNAM, allá por el año de 1966. La FUSA era sostenida por el rector y, a la vez, por el gobierno. Cuando el movimiento estudiantil de aquel año se propagó en varias escuelas y facultades, algunos jóvenes llegaron a las oficinas de ese membrete creado para usurpar la representación de los estudiantes y se encontraron con que Roque Villanueva se había ido sin tomarse siquiera la molestia de apagar la luz antes de marcharse. La FUSA desapareció junto con el rectorado de su creador, Ignacio Chávez; el nuevo rector, Javier Barros Sierra, había aceptado el compromiso de no financiar una oficina estudiantil.
Sería conmovedor que a Roque le ocurriera por segunda vez algo semejante y que tuviera que dar el cortinazo final al PRI. Esto podría suceder si él siguiera siendo presidente del PRI en el año 2000 y éste perdiera ese año la Presidencia de la República y el Congreso de la Unión (aunque esto último debería ocurrir ya desde 1997). Si así fuera, se produciría algo semejante a lo que ocurrió con aquella FUSA: perdido el impulso del poder se perdió todo.
Por lo pronto, el cambio de presidente en el PRI fue una necesidad política del poder. Pero Roque no es mago, aunque pueda organizar mejor la compra de votos, de lo que depende cada vez más el partido oficial. Lo que es seguro es que el nuevo presidente del PRI es mucho más cercano al Presidente de la República y, sobre todo, mucho más disciplinado, es decir, nunca discute la menor insinuación de su jefe. Zedillo será ahora operador directo de la maquinaria priísta. Pero, ¿lo sabe hacer?.