La lectura de la novela de Elena Poniatowska, Paseo de la Reforma, me llenó de mexicanas nostalgias, añoranzas y fantasmas. Fue en esa avenida, en la hora que la melancolía del crepúsculo ahoga el clamor, que un súbito incendio se alzaba de la ciudad a los cielos. Mientras hileras de coches, al formar un gusano de luz incrustado en las banquetas, dejaban escapar un hilo mental en que mis fantasmas aparecían.
He añorado durante la lectura del libro la famosa avenida dormida entre las sombras de sus árboles. Donde lo inanimado parecía vivir en las viejas casas que la embellecen. En esas bellas tardes cuando las camellones se llenaban de suave rumor y había también un prestigio de torvo misterio lleno de fantasmas carcomidos por el dolor a la manera clásica, envueltos en blancas sábanas corrían, llevando un farol con los consignas que luego serían del 68 y cadenas de granaderos que rebotaban en las losas.
Elena Poniatowska se salió de madre al escribir Paseo de la Reforma y rastrear sus fantasmas. Sus personajes (Ashby y Amaya) que se pasan la vida sin estar listos. Ellos quisieran algo más. Desesperados, viven una diferente noción del tiempo, el espacio y la velocidad de los acontecimientos. Paseo de la Reforma se desliza en otra galaxia --que el resto de su obra-- en un tiempo medido con un reloj sin límites. Lo que corrobora en la entrevista concedida a La Jornada (17-XII-96).
Voluptuosidad de la escritora que se permite gracias al oficio adquirido, estirar los minutos y los espacios delgados e inexistentes y enlazarlos a imágenes en que hace vivir a sus personajes: Ashby, Amaya o Nora. Fatalidad que desborda al no adaptarse a la vida convencional representada por Ashby y su aristocracia. Presencia fuera de las fronteras, de las normas, en el margen, los márgenes, las regiones desconocidas que son ausencia.
Juego de la imaginación por la famosa avenida de la vida, en cuyas calles se encuentran sumidos por la corrupción, niños desnutridos como cacahuates garapiñados. El alma en pena de los habitantes de la ciudad. Puente y abismo entre las clases sociales. Poesía femenina tejida en ausencia de los elementos trágicos que dieron tema en sus anteriores escritos a la famosa escritora. Poesía de ojos almendrados que pasa sobre los árboles y ve las hojas caer.
Extranjera en otro tiempo y otro espacio, la autora caminó y escribió en vacíos circulares de difícil captación. Mundo de personajes que se perdían en un tiempo fuera de las leyes. Cristales armadores de juegos de espejos desnudos que son el placer de lo mágico.
Vértigo de lo irracional alucinante, en la escritura rítmica sin rima, huidiza, inasible, poliforma, que busca la palabra que se esconde en las imágenes. El rostro terrorífico, humillado, de los marginados, expulsados de la palabra. Caramelo literario que se desprende de la metafísica frente a una sociedad --el otro-- que también se muere de dolor por dentro, sin entender la poesía de cantera, piedra, lodo azul, tarde anaranjada del Paseo de la Reforma , frente a la Iglesia votiva.