Hay dos mensajes que manda el sistema político priísta, preocupantes para el país: el primero, a cargo del nuevo presidente del PRI, consiste en que sin un triunfo tricolor esta lastimada nación puede llegar al caos, así que de nuevo se trata de alimentar el voto del miedo, quizá ante la inminente derrota que se presagia para 1997. El segundo es que fuera del PRI no hay salvación, o sea que se permanece dentro o se pagan las consecuencias, que pueden llegar hasta a la pérdida de la libertad, el caso de Dante.
La detención de Dante Delgado es un dato importante pero lleno de ambigüedades. En un país que atraviesa por una crisis política, entre otras cosas por una larga y deficiente impartición de justicia y una gran impunidad de sus gobernantes, encarcelar a un político suena interesante a primera vista, y puede ser un hallazgo.
Sin embargo, resulta que se trata de un ex gobernador, el cual se ha salido de su partido y hoy encabezaba una corriente política distinta, que tiene expresión en una nueva asociación política. Este segundo factor abre otras hipótesis que acompañan la intempestiva vocación justiciera del gobierno, como la de un ajuste interno de cuentas.
Las acusaciones sobre desviación de fondos y abuso de poder pueden ser ciertas en el caso de Dante Delgado; ya el tribunal se encargará de juzgar. Pero la pregunta de fondo es si se trata de un caso excepcional, de un garbanzo de libra, o más bien es una práctica común que han compartido durante décadas los gobernantes priístas, no porque exista una maldad endémica en ese grupo político, sino porque son prácticas y reglas propias de un sistema de partido de Estado, en el cual no había contrapesos para el ejercicio de poder, no había vigilancia de los recursos, y por supuesto, no había necesidad de darle cuentas a la ciudadanía. Si esto es cierto, entonces las prácticas de Dante se pueden encontrar en otros muchos gobernantes.
No hay que ir muy lejos para tener varios botones de muestra recientes que han llegado a la opinión pública, pero no a los tribunales: Madrazo en Tabasco; Figueroa en Guerrero; Montemayor en Coahuila, Rizzo en Nuevo León. Unos siguen gobernando tan campantes y otros han tendido que dejar el puesto, pero andan libres. La razón no apunta a una mayor o menor responsabilidad, sino a una fidelidad con el sistema que los mantiene dentro del PRI, por lo cual parece que se han librado de correr la misma suerte de Dante Delgado.
Otra parte del análisis es la que tiene que ver no sólo con los mecanismos y reglas no escritas del sistema, sino con el momento por el que atraviesa el PRI. En los últimos meses, pero sobre todo en las recientes semanas se ha intensificado el fenómeno de las salidas del tricolor de varios miembros distinguidos, lo cual expresa problemas en diversos rangos: un reacomodo de fuerzas e intereses entre los grupos de esa parte de la clase política, para los cuales el priísmo ha dejado de funcionar; un enfrentamiento de intereses, el cual desde hace algunos años ha generado pugnas diversas que constantemente mandan señales de guerra interna, en la cual los grupos y los liderazgos no están definidos, ni son claras para el resto de la sociedad; no sabe quiénes son los que quieren la reforma y quiénes la obstaculizan; es posible que con el caso de Dante se quiera impedir que se siga desgranando la mazorca, para lo cual hay que penalizar los afanes independentistas. Si las reglas permitían un juego de corrupción, no sería extraño calcular que pueda haber otros muchos a los cuales se les pueda aplicar todo el peso de la ley.
Una dimensión más de este caso es que Dante no está solo, sino que se trata de un grupo político del cual forman parte personajes tan relevantes como Fernando Gutiérrez Barrios, ex gobernador de Veracruz y ex secretario de Gobernación. En este caso se trata de un enfrentamiento de grupos antagónicos dentro del PRI.
Pero no es suficiente la explicación que indica que se trata de los dinos contra los reformadores, o de los tecnócratas contra los políticos, porque el reciente cambio en la dirigencia priísta --el cual se hizo con la batuta presidencial-- no muestra exactamente que Oñate sea un dino y que Roque sea un reformador, sino posiblemente se trate de lo contrario.
Lo que queda claro de esta maraña es que la llegada de nuevas reglas y prácticas, que tengan que ver con gobiernos y gobernantes eficientes y honestos, no se puede dar en un sistema sin contrapesos, sin alternancia y sin democracia. Lo que no sabemos todavía es si esta descomposición y reacomodos internos del priísmo llegarán a poner en riesgo la estabilidad política y las posibilidades de un cambio pacífico para este país.