A Enrique Rubio Lara, amigo de siempre
En el Instituto Federal Electoral (IFE) y en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en el momento de escribir estas líneas, se buscan presidente y rector, respectivamente. Circulan ciertos nombres propuestos por partidos, por grupos de interés, por asociaciones no explícitas, por personas con peso en la vida política o universitaria, y nadie sabe por qué son esos nombres y no otros.
Sin embargo, hay comunes denominadores que flotan en el ambiente: que quienes queden de presidente del IFE y de rector de la UNAM sean personas de reconocido prestigio moral, lo menos parciales que se pueda, con criterio propio, con capacidad negociadora, respetuosos de la pluralidad y, de preferencia, que conozcan la institución que aspiran a dirigir.
Entre los nombres que se han filtrado a la prensa no todos cumplen con los requisitos mínimos anteriores, por lo que se espera que quienes tienen la tarea de elegir sean suficientemente cuidadosos, imparciales e institucionales para acertar, en principio, en su selección. Aquí el conocimiento a fondo de las personas y de lo que han dicho y escrito a lo largo de su vida pública será de gran importancia para que el IFE y la UNAM queden en las mejores manos posibles.
Ambas instituciones, IFE y UNAM, son de interés público y tienen funciones de enorme importancia nacional. Son instituciones que deben ser protegidas de todo tipo de presiones mezquinas y ratoniles, y de parcialidades de moda generalmente asociadas a los sectores hegemónicos con poder o en el poder. Esto es, son instituciones cuya autonomía debe ser garantizada por encima, incluso, de quienes las dirijan y a la altura de sus más nobles objetivos.
Tanto en la UNAM como en el IFE su titular tiene un consejo supuestamente plural como contrapeso: el consejo universitario y el consejo electoral federal, respectivamente. Pero la existencia formal de estos consejos no es suficiente para que en la realidad funcionen como contrapesos si los consejeros son insuficientemente autónomos en sus formas de pensar y actuar. De aquí que sea igualmente importante la composición de dichos consejos y que los requisitos mencionados en el segundo párrafo de este escrito sean también exigibles a los consejeros. Y digo esto a pesar de que es posible que cuando aparezca este artículo los consejeros del IFE ya hayan sido electos.
Si algo se ha ganado con la descomposición del régimen político mexicano y la consecuente transición hacia otro aún no definido, es que la sociedad es más participativa y espera rectitud y honestidad en el manejo de las instituciones públicas, y no me refiero sólo a cuestiones de recursos financieros y materiales. La sociedad, aun en la incertidumbre en que vive (o quizá por ésta), aspira a que las elecciones sean totalmente transparentes, legales y verdaderas y a que la UNAM cumpla cabalmente con sus funciones de ley --que son la docencia, la investigación y la difusión de la cultura.
En el caso de la UNAM se espera que quien ocupe su rectoría gobierne de cara a profesores, estudiantes y trabajadores administrativos y no sólo siguiendo directrices gubernamentales que a su vez son las directrices de los grandes centros económicos en el mundo. De igual manera, se espera que se trate de manera semejante, respetando las especificidades y modos de hacer de cada una, a las distintas disciplinas que se desarrollan en su seno, y no como ha ocurrido hasta ahora y desde que se pusieron de moda los criterios de las ciencias llamadas duras, naturales o exactas incluso para medir rendimiento de profesores e investigadores o para dar becas a estudiantes.