La ventaja que los sondeos de opinión asignan a Clinton es tan amplia que la contienda para la Casa Blanca se está convirtiendo en una lucha para el control del Congreso. Una de las pocas cosas divertidas de las campañas estadunidenses era el suspenso. Ahora ya ni eso.
Demos por descontado que ganará Clinton y tendremos cuatro años más de un demócrata a la cabeza del país --será retórico decirlo pero así es-- más poderoso del mundo. A los que no somos estadunidenses ¿nos farovecerá, nos dañará, o qué? Resulta difícil imaginar que el mundo sea un lugar más vivible en el contexto de una aguda crisis interna de Estados Unidos. Por lo menos tanto, como imaginar lo contrario. No quiere esto decir que destino e historia obliguen a un acuerdo eterno de intereses entre Estados Unidos y el ``resto'' del mundo. Pero en estos momentos (que durarán todavía algunas décadas) en que el peso económico y estratégico de Estados Unidos en el mundo es tan grande, no queda sino asumir una sustancial (``objetiva'', se decía antes) coincidencia de intereses entre el país hegemónico y el planeta en su conjunto. El único problema consistirá ahora en encontrar gobernantes en Estados Unidos, y en el ``resto'' del mundo, que sepan interpretar esta coincidencia aprovechándola para beneficio de todos.
Para lo cual ya sería un notable paso en adelante que Estados Unidos comenzara a dejar de alimentar hacia sí mismo ese desmedido, legítimo, irresponsable e ingenuo orgullo que alimenta desde ya mucho tiempo. Y comenzara a producir presidentes menos arcaicamente prisioneros de sus mitos nacionales y más abiertos a sus responsabilidades mundiales. Clinton vino a romper un ciclo de gobiernos republicanos entusiastamente entregados a correr hacia atrás, buscando fórmulas para hacer convivir, sin ruborizarse, dinero y moral.
Pero es evidente, con Clinton, que si bien fue derrotada la retórica salvífica de los republicanos hace cuatro años, las corrientes conservadoras en cultura y política siguen siendo fuertes. En Estados Unidos y en gran parte del mundo, la pobreza sigue siendo vista como un estigma inapelable. El Estado como una amenaza totalitaria y una eterna fuente de despilfarro. La sociedad como una causa de inseguridad, amenazas y engaños. Estas corrientes no han sido revertidas; y seguimos viviendo así un tiempo hecho de por lo menos dos: el que acaba de comenzar y el que no termina de desaparecer. Clinton interrumpió la marcha triunfal que venía desde comienzos de los ochenta con Reagan. Pero estamos (Clinton y nosotros) aún lejos de romper ese círculo conservador de complaciente deconcierto que niega los retos del presente en nombre de los sueños del pasado.
El hecho es que el mundo, y Estados Unidos antes que otros, experimenta cambios técnicos, sociales, que alteran gran parte de las referencias acostumbradas en la vida de los individuos. No hay forma de sustraerse a esa sensación de inseguridad, de progreso-con-angustia. Si todo se mueve alrededor y las cosas comienzan a cambiar de lugar o de forma, ¿cómo asombrarse por la predilección de los electores (los ciudadanos) de amarrarse a aquello que en el pasado daba una más sólida impresión de seguridad? Los conservadores interpretaron ese deseo de salvaguardia como ancla frente al desconcierto de las novedades. Como conciencia de la necesidad, para el bienestar de todos, de de-solidarizar espacios de la vida colectiva para recuperar el dinamismo culpablemente perdido en algún lugar de la historia.
Clinton ha interrumpido el auge republicano, pero no ha podido (ni él ni otros, para ser honestos) ofrecer una corriente contraria a la que hoy exige mano dura en la droga y retorno a las ``buenas costumbres''. El desconcierto y los temores de perder el trabajo, de perder el contacto con el cambio, de disminuir la eficacia competitiva, de ser víctima de la violencia urbana o de las ineficiencias públicas, siguen siendo motores de un repliegue en clave cínico-individualista. El espíritu de la época no parece tolerar la idea de que al cambio que viene de la economía y la sociedad pueda añadirse el cambio también en política.
Clinton encarna la tregua social entre una política demócrata habilidosa y una cultura conservadora predominante. En la forma peor se le puede ver así: otros cuatro años...