Julio Moguel
Saldos y retos del EZLN

José Woldenberg ha sido sin duda uno de los analistas más serios y persistentes en el debate sobre la naturaleza del zapatismo y sus opciones políticas futuras. Es o ha sido también ejemplo de una manera particular de enfocar dicho análisis, con la virtud de que refleja con mucho la visión de un determinado sector de intelectuales y políticos mexicanos, quienes mantienen en mi opinión dos ideas básicas o reiteradas --el color del cristal-- desde las cuales observan el conjunto de los fenómenos políticos y sociales: una es que la política es política de partidos y procesos electorales, o no es; otra que la única democracia que vale es la que responde a los sistemas de representación por vía del sufragio.

Desestima o rechaza este enfoque los métodos o vías de lo que se ha denominado democracia social, directa o participativa, tanto como el despliegue de formas de acción y de participación que no tengan como fin medio o último la disputa electoral y la conquista de cargos de representación política.

No por casualidad encontramos en Woldenberg una y otra vez argumentos o señalamientos críticos de este tipo frente al zapatismo, como el que plantea en su más reciente artículo: ``Los retos del EZLN'', publicado en La Jornada el pasado día 26. Allí nos dice que el rechazo por parte del EZLN de la oferta gubernamental de convertirse en agrupación política para participar en las elecciones de 1997, resultaría ser ``uno de los mayores obstáculos autoconstruidos para su cabal reconversión al ejercicio de la política democrática''. Y más adelante agrega, en la misma línea: ``...vale la pena subrayar que los prejuicios antipartido y antielecciones (del EZLN)...muy probablemente gravitarán contra sus propias posibilidades de quehacer político amplio''.

¿No ha gravitado ya en forma decisiva el zapatismo en la política democrática de México? Su tiempo de inscripción en la política nacional, desde 1994, ¿no ha creado o potenciado ya elementos decisivos de una nueva cultura política --democrática, sin duda-- en el país, sin que para ello sus activos militantes hayan tenido que disputar puesto alguno de elección popular? ¿No han ganado ya los zapatistas el corazón y la mente de una buena parte de los sectores populares y de nuestra juventud, y no precisamente porque los hayan seducido desde el campo de ``la política epopéyica'', ``de la guerra y la violencia'', ``de la teatralidad de las armas'', como dice Woldenberg? Pablo Latapí y Enrique Semo han subrayado recientemente el mérito del zapatismo de haber ``recuperado la dimensión ética de la política''.

Un incuestionable saldo positivo del EZLN en su joven vida pública ha sido colocar el ``tema indígena'' en el centro del debate nacional, y no desde posiciones académicas o panfletarias, sino desde su capacidad para construir ejes renovados de expresión y de acción a un movimiento indio poliforme que venía desde atrás, y del que han hecho valer sus demandas y posiciones más lúcidas y cabales en el espacio de las negociaciones de San Andrés. ¿No es ésta ya una aportación histórica decisiva a la vida democrática de México?

La posibilidad de que las formas democráticas de gestión o autogestión de los pueblos indios se afirmen y desarrollen en sus propios espacios, y que a la vez impacten decididamente con sus particularidades las propias vías de transformación democrática del país --a través de una reforma constitucional y de los cambios del tejido social que su lucha reciente ya ha implicado o implicará en adelante--, ¿no es ya un real y decisivo aporte a la transformación democrática de la nación?

¿Se desprende de aquí que el zapatismo tiene o mantiene ``prejuicios antipartido y antielecciones'' --porque no están interesados en ``ocupar puestos de elección popular''--, como sugiere Woldenberg? He señalado insistentemente que no hay tales ``prejuicios'' en el planteamiento zapatista, y que ello puede demostrarse a partir del análisis mismo de sus posiciones. Pero debería bastar, como evidencia de que no hay tales ``prejuicios'', la convergencia política que el zapatismo estableció con el cardenismo en el marco de las elecciones de 1994.

El EZLN está en vías de cumplir su tercer año de vida, desde el inicio de la insurrección de la selva. Su conversión plena en fuerza política civil se desarrollará seguramente en los próximos tiempos. ¿Qué le espera del otro lado del río? Es muy temprano aún para saberlo.