Jorge Alberto Manrique
Gasparini: el lugar de la fotografía

En el siglo y medio que lleva la fotografía de existir sigue vigente, porque le es inherente, la pregunta por su sentido. Desde muy temprano se debaten dos posturas extremas: su sentido de verdad y su sentido de creación.

La fotografía en su mismo origen es un registro de lo existente. Como registro ``mecánico'' su condición de verdad se exalta al punto de quedar fuera de duda. Se introna como una memoria sobre la que no cabe la sospecha. Al surgir la fotografía, y medio siglo después, al aparecer el cine se dijo que el problema de la interpretación histórica, más aún, el problema de la historia había dejado de existir. Por medio de ese registro verdadero y lejos de sospecha que constituía la imagen sabíamos con certeza lo que deveras había pasado.

Pero desde luego que la verdad de la fotografía --que en efecto registra algo que existe o existió-- no es ni total ni inocente ni ajena para nada a la intención de quien la registra. Si la foto ya está cargada de sentido al momento de ser tomada (no es lo mismo el retrato oficial del emperador Maximiliano que la imagen de un aguador o de una puta en el registro sanitario) éste se modifica, acrecienta o altera según el contexto en el que la imagen se encuentra, según el pie de foto o los textos que la acompañan: de modo que la contundencia de la verdad de la imagen queda inevitablemente en duda.

Asimismo desde el inicio de la historia fotográfica, ésta se entendió en sus posibilidades creativas, artísticas. Las relaciones entre foto y pintura son un universo en sí mismo. La fotografía como creación no se da sólo en la imagen posada, de estudio, manipulada o en su toma o en el proceso posterior; puede darse igualmente en la ``foto verdad'' recogida en la calle, en la fiesta, en la ciudad perdida, en la violencia urbana... La artisticidad que le atribuimos proviene del elemento quizá fundamental en el hecho fotográfico: la selección. La realidad está ahí, pero es el fotógrafo, como creador, quien escoge qué registra de ella con su cámara; es él quien selecciona cuáles imágenes pasaran a la ampliadora, él quien contrasta, o recorta o eventualmente altera...

Paolo Gasparini (1934), veneciano hecho latinoamericano en Caracas desde su temprana juventud, ahora con largas estancias en México, se hace una vez más la pregunta: ¿para qué fotografiar? La hace en en el video El lugar de la fotografía, secuencia no de respuestas, sino de preguntas, las suyas, como fotógrafo; como fotógrafo comprometido, como partícipe de ideales, batallas y errores latinoamericanos.

Su primer renombre le vino del ser fotógrafo de arquitectura, especialidad que lo sigue ocupando (decía Mathias Goeritz que no hay arquitecto importante si no cuenta con un buen fotógrafo). Ha recorrido mundo, este nuestro, el del norte y Europa. En 1970 el libro La ciudad de las columnas, con texto de Alejo Carpentier, marcaba un hito; de La Habana vieja, con sus portadas, ventanas largas de complicadas rejas, sus portales y sus lucetas o medios puntos de vidrios de colores, a la larguísima serie de soportales del malecón.

Pero Gasparini tiene otra preocupación en el entresijo: la del qué de la fotografía, la de su por qué. Así, encuentra que entre las muchas funciones del quehacer fotográfico, la de documentar, la de agradar, la comercial, etcétera, el sentido más legítimo es el decir del fotógrafo a través de la imagen, el de usar ésta como medio de conocer una realidad y de reflexionar sobre ella a partir de las formas en el papel sensible. Y esto, para él, se da cuando las imágenes conforman secuencias, arman discursos visuales y tiene la capacidad, así, de producir sentidos más plenos.

Su investigación en esos rumbos se ha manifestado a través de dos tipos de trabajo: los fotomurales y los videos. Los primeros son conjuntos de recuadros que articulan numerosas imágenes (Los presagios de Moctezuma, 1994, tiene 60 recuadros; Rostro barrido, 1995, presente en la XLVI Bienal de Venecia tiene 56) no todas de Gasparini, sino recogidas del tiempo, del Archivo Casasola, de Edward Weston, de Tina Modoti, del Che muerto...

En video, Gasparini ha trabajado desde 1979. En El lugar de la fotografía --que presentó el viernes 25 de octubre, en el Centro de la Imagen--, está esa omnipresencia del problema que se le ha hecho central, esto es, en este tiempo de utopías perdidas, de afanes claudicados, de ideales frustrados (``¿qué fue de ello?), de crisis perennes y de miseria latinoamericana ¿dónde queda la fotografía? Aparte las inumerables imágenes que nos bombardean a diario por todos los medios, la fotografía-verdad, la fotografía-creación ¿dónde están? ¿Qué pueden ser?

Paolo Gasparini establece una secuencia a lo largo de 18 minutos de imágenes propias y ajenas, nuevas y viejas, algunas célebres, algunas obsesivas, como las de Weston y Tina Modoti, el Obrero muerto de Alvarez Bravo, el Zapata del Archivo Casasola... lo acompaña de músicas contradictorias, como contradictorias son las imágenes y de un texto en donde reflexiona, paralelamente, sobre el sentido del quehacer del fotógrafo y el sentido difuso y confuso de la realidad que nos aprehende.

Ese discurso de imágenes, ya propias, tomadas en los mil rumbos dispares de la ciudad, en los campos, en otros ámbitos lejanos, laudatorias o condenantes o simplemente neutras, ya ajenas, prestadas a fotógrafos famosos, a archivos consagrados o a autores anónimos, no establece uns sintaxis consabida. Ni es una confirmación ideológica ni es una arenga. Está atravesada por la cuestión de los ideales o perdidos o entre paréntesis. Por la preocupación de la realidad que nos envuelve, dolorosa o sublime, chabacana, grosera, falsa, esperanzada... La secuela no propone respuestas. Hace preguntas, reflexiona: es una reflexión por imágenes.