Arnoldo Kraus
Salud y moral

La salud y el derecho a ésta, no como bien de las clases económicas pudientes, sino como un derecho universal, es inmejorable espejo para confrontar al ser humano con sus otros yoes. Tal razonamiento conlleva simpleza y cotidianidad: la salud es el bien más preciado tanto para ricos como pobres. Además, la salud es universal, atemporal y la meta última de todo ser humano. En la consecución y conservación de ésta, nuestra especie posee uno de sus últimos bastiones como grupo distinto al de los animales no homo sapiens. La esencia y necesidad de querer ``ser sano'' es también lógica; sin salud no hay posibilidad de competir y la vida se torna mera supervivencia.

Debido a la infinita inequidad en todas las esferas que conforman el mundo de la salud, como son alimentación, medicina preventiva, agua potable, servicios médicos dignos, suficientes y bien distribuidos, es válido inferir que si el derecho a la salud no es realidad, por extensión gobiernos y sociedad son amorales. Y, de ser cierto lo anterior, la pregunta siguiente podría ser tema a debatir: de ser amoral nuestra especie, ¿qué tan diferentes somos del resto de los animales?

Adentrados ya en el siguiente milenio, es sorprendente que los mínimos satisfactores de salud, sobre todo en el Tercer Mundo, sean privilegio de pocos y entelequia para las mayorías. De hecho, hay quienes piensan que no puede haber Estados sanos si los requisitos mínimos de salud de sus gobernados no han sido satisfechos. En este rubro, desafortunadamente, México sigue inscribiéndose en el submundo del subdesarrollo. Puntualizo que los logros de la Secretaría de Salud seguirán siendo difíciles e imposibles mientras el gobierno mexicano siga tan sólo mal remendando la economía y permitiendo no mucho más que la supervivencia de las mayorías.

En 1985 se publicó en una revista médica de Estados Unidos un artículo que ni denostaba ni era amarillista ni contenía elementos ``antimexicanos'', simplemente repasaba nuestra realidad. El título del escrito es la mejor síntesis de sus ideas: La Revolución Mexicana y la atención de la salud, o la salud de la revolución mexicana. James J. Horn, autor del ensayo, sugería que ``los patrones de morbilidad y mortalidad en México se parecen a los de las naciones subdesarrolladas más pobres y sin experiencia revolucionaria'', y agregaba que ``los problemas de salud en México son el síntoma de un malestar socioeconómico general que cuestiona la legitimidad de la revolución''. La década que ha transcurrido desde que se escribió el texto anterior ha sido mala para nuestro país, muy mala para los mexicanos e incalificable para los connacionales pobres; muchos millones fueron arrojados de la pobreza a la miseria. Baste un dato para actualizar los comentarios anteriores y exhibir el nexo entre miseria, salud y moral; en 1992, nuestro país invertía en salud 210 dólares anuales por persona, mientras que en Estados Unidos la inversión per cápita era de 4 mil dólares.

Si aceptamos que la salud es esencial para el desarrollo humano, la suma de los gobiernos previos obtiene calificaciones reprobatorias. En ese contexto, el análisis de la salud debe rebasar el ámbito de individuos ``libres de enfermedad'', ya que a pesar de ser característica obvia, no es la más importante. La única posibilidad para que niños, jóvenes y adultos se desarrollen adecuadamente, depende de tener una participación social ``justa'', la cual fortalece la identidad del individuo y sus posibilidades de desarrollo. Sin salud, toda capacidad queda mermada, trunca, inexplorada. ¿Cuántos habitantes de Ciudad Nezahualcóyotl estudiarán en Harvard? ¿Cuántos indios oaxaqueños, desnutridos, con desarrollo intelectual deficiente y con escolaridad incompleta, ocuparán algún puesto político de relevancia?

Lo amoral de la miseria, la ausencia de ética, y la famélica condición humana imperante en nuestro medio, debe endilgársele a los sistemas políticos que nos han mal conducido. Las resultantes desigualdades en salud entre diversos grupos sociales, representan, para muchos, peldaños infranqueables en la capacidad de los individuos para incorporarse a la vida social y comunitaria. De ahí la amoralidad de la sociedad y de quienes han ``planeado'' la vida de los connacionales que habitan entre la frontera del hoy y la desesperanza. En el sentido de esta discusión, la amoralidad puede no sólo medirse, sino cotejarse y vivirse: habrá que seguir las huellas de quienes nacieron en la década de lo 80 en casas alimentadas por uno o menos de un salario mínimo y disecar su realidad, su presente. El diagnóstico de la situación futura de estas masas insalubres es sencillo; no hay mañana.