Con un saludo solidario a Graco Ramírez
En Los bandidos de Río Frío, delicioso novelón de truculencias y aventuras, en el que Manuel Payno retrata la vida mexicana de la primera mitad del siglo pasado (que pronto será antepasado), describe cómo invadía el terror a los habitantes de las casonas y vecindades de la capital de la entonces flamante república, cuando escuchaban a media noche pasos en la azotea.
Las mujeres se tapaban con las cobijas hasta los ojos, los hombres buscaban sus armas para defenderse, y los niños corrían a refugiarse en los rincones más oscuros del cuarto. Todos rezaban por que los ladrones siguieran de paso y bajaran de otra azotehuela y no en la propia.
Hoy todos los habitantes, no sólo de la capital sino de todo el país, escuchamos los fuertes pasos en la azotea, ya no disimulados por el ladrón que trata de pasar inadvertido, sino cínicos, fuertes zapatazos y hasta risotadas de los que están prestos al asalto del país y de sus todavía tentadoras riquezas.
En el área económica, nuestros dirigentes sociales, tanto los políticos como los dueños de las empresas, pisan fuerte para culminar el proceso privatizador de lo que fue, hasta hace poco, patrimonio común. So pretexto de que ese patrimonio no ha sido bien manejado ni se ha administrado con honradez, en lugar de castigar a los culpables y buscar la forma de corregir los vicios, se busca el camino fácil, redituable a corto plazo, pero desastroso a la larga, de malbaratar lo que queda, entregar nuestra riqueza al mejor postor y luego, dice el dicho ranchero, ``el que venga atrás, que arree''.
En el área política, los dirigentes partidistas buscan cómo escapar de la maniobra oficial que les arrancó nuevamente, el acuerdo unánime para reformar a la Constitución, pero que les escamotea avances democráticos efectivos y reglas claras en la ley, y se da el lujo de advertirles que con la mayoría priísta de las cámaras, se puede tomar la decisión sin necesidad de los opositores. Pero los dirigentes partidistas, ya tentados por lo cuantioso de los subsidios, también pugnan por aumentos en ese renglón y no sería remoto que al final de ese toma y daca, el aumento significativo de las partidas los ablande para otros puntos menos tangibles.
En el ámbito social las pisadas en la azotea ya parecen las de un tumulto, las mafias de delincuentes se convierten en un super poder, los giros negros proliferan en ciudades y pueblos, la inseguridad se adueña de todo el territorio nacional y los ladrones son los amos y señores de calles, carreteras, medios de transporte, centros de diversión y asaltan y matan a los que se les oponen, sin ser nunca conocidos, mucho menos detenidos o encarcelados.
Mientras tanto la educación decae, las empresas cierran, el campo se abandona y las salidas no se encuentran por un poder titubeante y una oposición acomodaticia.
En Los bandidos de Río Frío resultó que el célebre coronel Relumbrón, amigo y ayudante del presidente, era también el jefe de los ladrones. En nuestros días, aparecen cada vez más personajes del mundo oficial, incluidos algunos de oposición, enredados en líos de fraudes, fortunas repentinas y sospechosas y otros hechos poco claros y los Relumbrones se multiplican como una plaga: se nos aparecen en las páginas de sociales, en las secciones financieras de los periódicos, se les puede encontrar en los campos de golf, en los restoranes más lujosos o se les puede ver pasar en sus acharolados automóviles, rodeados de ayudantes y paniaguados.
Los mexicanos temblamos como los inquilinos de las vecindades que describe Payno, pero también nos aprestamos a la defensa de lo nuestro; si los gendarmes no hacen lo suyo, si los jueces no castigan a los culpables y si los cercanos al poder son los jefes de las bandas y de las mafias, no nos queda más que defendernos solos, unirnos los ciudadanos, los integrantes de la sociedad civil, para que no nos vuelvan a saquear, para que podamos volver a dormir a gusto sin que los pasos en las azoteas nuevamente nos presagien males, injusticias y atropellos.