En las últimas tres semanas el peso se depreció algo más de 5 por ciento, debido a la baja de las tasas de interés internas, que se tradujo en una disminución de las ganancias en dólares de los inversionistas extranjeros. Los sucesos se encadenan así: debido a esa disminución, algunos capitales externos salen del país; rechazan (venden) pesos, compran dólares, y ese movimiento impulsa nuevas compras de dólares por extranjeros y por mexicanos, con lo cual se va configurando una corrida especulativa que lleva hacia arriba el tipo de cambio. La atmósfera especulativa en ciernes recibe además los embates de la política: la guerrilla quieta pero activa; la reforma electoral activa pero quieta (no ha avanzado).
México ha sido para los inversionistas externos uno de los mercados más rentables del mundo. Un país con un ingreso per capita contraído por lustros, está obligado a pagar grandes sumas al exterior, disminuyendo así --aún más--, el ingreso nacional disponible, al tiempo que éste se ha ido concentrando más en el 5 por ciento de la población más rica. Es decir, no es este segmento social el que sufre la sangría de los pagos al exterior. La pobreza, por tanto, aumenta.
De otra parte, es imposible activar el crecimiento del ingreso, si no disminuye el nivel de las tasas de interés internas: la inversión productiva no se realiza debido al alto costo financiero. Pero si no hay inversión productiva, no hay crecimiento del producto, ni del empleo, ni del ingreso. Altas tasas de interés, además, son un factor inflacionario.
El desfile de los hechos provoca vértigo: a las altas tasas de interés internas, sigue la entrada de capitales externos, pero también el estrechamiento de las condiciones que inducen el crecimiento económico, y hay cada vez menos con qué pagar al exterior. Si bajamos las tasas de interés buscando activar la economía, el capital externo huye, el tipo de cambio se va hacia arriba, y ello obliga a volver a aumentar las tasas de interés, como está ocurriendo. El aumento de los intereses va a parar a las espaldas de los deudores de la banca, al tiempo que vuelven a colocarse obstáculos al crecimiento.
Con ello, la banca sufre un fuerte sobresalto porque en condiciones de baja actividad económica, el aumento de las tasas de interés no se traduce en mayores ganancias bancarias, sino en un aumento de carteras vencidas; además, la posibilidad de reestructurar deudas se aleja. El riesgo de un colapso bancario crece, lo que obligaría a destinar sumas millonarias adicionales de los ingresos fiscales para salvar a la banca; ésta, sin embargo, no es una solución a la mano en cualquier momento porque los propios recursos fiscales dependen del nivel de la actividad económica. Por tanto, el riesgo de una interrupción generalizada de pagos crece: una crisis de gran magnitud podría ocurrir, lo que, por supuesto, afectaría al conjunto de la economía internacional, dado el encadenamiento mundial de los mercados financieros.
A pesar de todo, las posibilidades de generar soluciones creativas a una situación que por momentos parece no tener salidas, no depende solamente de los mexicanos. Ni siquiera depende principalmente de nosotros: la política económica sólo parcialmente es de manufactura nacional. Y que las cosas sean así hoy, no es un asunto que pueda cambiarse a voluntad. El discurso que clama por establecer otra política económica, a mi juicio lleva razón. No la lleva cuando se afirma que ello es posible mediante el ``ejercicio soberano de una voluntad nacionalista''. En verdad, de esta tesis sólo puede decirse que, o no sabe lo que dice, o hace como que no sabe.
La política económica en sus líneas básicas es hoy de alcance internacional y la dictan las grandes potencias. La economía, además de ser de alcance mundial es, como nunca en el pasado, un correlación de fuerzas casi puramente económicas: la política política incide débilmente sobre ella: el mercado va ganando.
En el corto plazo, las grandes potencias deben asumir que así como los deudores de la banca mexicana necesitan reestructurar sus deudas, pero también contar con trabajo e ingreso para poder pagar, el país mismo necesita también reestructurar su deuda externa, y así liberar recursos para el crecimiento. De no asumirlo la amenaza de una gran crisis puede crecer.
Y en el largo plazo una economía como la nuestra sólo puede ser sujeta a fines sociales si la sociedad participa amplia y organizadamente en términos políticos, configurando un Estado que represente al conjunto efectivo de los intereses sociales, y desarrollando un política internacional de alianzas que altere la correlación internacional de fuerzas para negociar, desde una posición más dura, un mejor espacio en la economía mundial.
Por lo pronto, la coyuntura tenderá a cambiar debido a la firma del décimo séptimo pacto. No así el fondo del problema.