La politica del gobierno mexicano para la formación de recursos humanos en ciencia y tecnología, ha sido en estos días severamente cuestionada. Lo especial de este caso, es que quienes han objetado la visión del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, dependiente de la SEP --organismo encargado por ley de fomentar el crecimiento de la planta de investigadores del país--, han sido los propios becarios que realizan estudios de posgrado en México. No les falta razón a los futuros investigadores, pues como veremos, lo que el Conacyt intentaba hacer era aplicar (de manera por lo demás reveladora), sus interpretaciones sobre la forma de imponer la política económica restrictiva, que todos conocemos y padecemos, en el campo de los estudios de posgrado. Justo es reconocer, que frente a los reclamos de los estudiantes, las autoridades de este Consejo decidieron dar marcha atrás a algunas de sus determinaciones. Pero quizá lo más relevante de este episodio, es que no es el único que se ha presentado en este sexenio. Se cuenta con el antecedente de que los estudiantes de maestría y doctorado radicados en el extranjero ya habían realizado importantes protestas por los intentos de reducirles los precarios ingresos que emplean para su formación académica. Ante esta reiteración, queda plenamente justificado preguntarse ¿qué es lo que está pasando en este renglón tan importante en la política de ciencia y tecnología de México?
A diferencia de lo que ocurre en la mayor parte de los países del mundo, las becas que otorga ahora el gobierno de México son interpretadas como un préstamo que deberá ser recuperado --si se quiere ser benévolos, para poder financiar a futuros aspirantes-- sólo que la forma en la que se busca la reintegración de lo gastado, toma como modelo a los contratos leoninos de las instituciones bancarias, como si se quisiera aumentar las filas de los barzonistas con investigadores científicos: Avales con bienes raíces, tasas de interés, Udis, duplicación de los compromisos de trabajo al término de la formación académica y demás lindezas, como si se tratara es de sujetos indeseables a los que se mira con desconfianza y no, como en realidad es, con nuestro futuro científico.
Lo más sorprendente y absurdo es que en estas políticas brillan por su ausencia las consideraciones académicas, que fueron puntualmente recordadas a las autoridades, por los profesores del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del IPN en un desplegado publicado el viernes pasado y firmado por cerca de 150 investigadores del más alto nivel. Justo es reconocer, repito, que el director del Conacyt y las más altas autoridades de la SEP, hayan mostrado sensibilidad y retiraran algunas de estas medidas vejatorias. Pero ¿qué hubiera pasado si los estudiantes no hubieran alzado su voz contra esta política? Las cosas hubieran quedado seguramente sin cambios. Lo mismo si los estudiantes becados en el extranjero no hubiesen realizado en el pasado reciente una amplia y admirable campaña de comunicación y de lucha, sus ingresos se hubieran visto severamente mermados. Que los estudiantes graduados realicen protestas no debe sorprendernos, es más, debe infundirnos ánimo, pues en ellos se tiene a los principales garantes del crecimiento científico del país pues, como se ve, no habrán de admitir la impunidad. Aunque lo mejor es que no tuvieran que distraerse en estas cosas para concentrarse en su formación. Pero, este es el país que nos tocó vivir.
¿Por qué ocurre todo ésto? Porque a pesar de todo lo que se dice en los discursos oficiales, en las intervenciones de no pocos científicos y de casi todas las instituciones académicas y de investigación, se trata del eslabón más débil de la cadena. Todos afirman que lo más importante es garantizar el crecimiento del número de investigadores en México, pero a la hora en la que hay que repartirse los dineros, cada quien busca lo suyo, a costa de los jóvenes. Los discursos son al final de cuentas pura hipocresía.
Los problemas de los estudiantes de posgrado, no solamente son las Udis y demás absurdos, el problema principal es que viven con becas de hambre, incompatibles con una formación de tiempo completo y como sostén de una familia. Se trata de algunos de los jóvenes más talentosos del país a quienes, si existiera algo de congruencia entre lo que se dice y lo que se hace, debería de otorgárseles verdaderas becas en cantidades suficientes y no créditos. Ha habido algunos avances como el incremento del monto de las becas en la UNAM, que aunque todavía insuficiente es un poco más razonable. El Conacyt tendrá que ver cómo resuelve este reto, si es que quiere resolverlo, cosa que francamente yo dudo. ¿O alguien todavía les cree algo?
El número de investigadores en México no crece, es más, si se observan los datos del SNI, incluso disminuye. Las políticas actuales hacia los estudiantes de posgrado muestran que, a pesar de que sobran las proyecciones ambiciosas, la ciencia mexicana seguirá estancada, sólo como una muestra de esa gran mentira: Que en México hay una ciencia vigorosa y que a ésta se le apoya.