Para Jesús Ramírez, Martín Reyes y Mauricio Laguna, solidariamente
1. Comprendió que había llegado la ocasión de Lucas, el hombre de vidrio. Un hombre hecho de material corriente, barato, pero dotado de una resistente transparencia. No cristal, vidrio vil. A sabiendas de que roto ya no sirve, y que fácil el vidrio se reduce a polvo, pensó en acudir a él. Quería un respiro a la insatisfacción que lo atormentaba de sí, esa intrincada responsabilidad de tener siempre las manos vacías.
2. Para decir la verdad desnuda, un hombre de vidrio como Lucas necesita inventar. El vidrio es reflejante, de muchas facetas; continente, si se le pide.
Transparente y todo, aun el incoloro, el vidrio se interpone entre adentro y afuera, entre un lado y el otro, detiene el polvo, la lluvia y los rayos ultravioleta.
Y esa es ya una diferencia. Don Julio no es así.
3. Pasó a buscarlo a su casa diminuta y pobre en una de las colonias más aledañas a la capital, conformada toda ella de colonias aledañas y conurbación. Tenía mucho que no lo visitaba.
El viaje es de a Metro, pesera y calcetín. Don Julio llegó aunque llovía. Tocó la puerta. Nadie abrió un rato largo. Suficiente para empaparlo. Pero esperó, sin dudar que estaba Lucas. Y no sólo eso: que abriría.
Los perros de la casa de enfrente ladraron hasta que les dio sueño. Dejó de llover varias veces. Al último, por completo, y el cielo se atravesó de estrellas en un seco aguacero de puntos y rayas.
Las luciérnagas más altas.
4. El pavimento en esa colonia es irregular, plagado de agujeros, montículos y guijarros. De grandes y pequeños charcos. Entre las tímidas luces del arbotante y las gruesas pinceladas negras de la noche, vio surgir un chapaleo, un inconfundible rumor de pasos.
Lucas dobló la esquina y caminó hacia don Julio, ya medio seco, sembrado frente a la puerta. Como si no lo viera, Lucas pasó por él. No de largo, por él, atravesándolo. A fin de cuentas transparente, le pasó así nada más.
¿Quién de los dos era el fantasma, don Julio o Lucas? De igual manera el hombre de vidrio, sin abrir, atravesó su puerta y quedó dentro.
Transcurrieron más rato, más noche, más inmóvil griterío de estrellas, más charcos aplastados por el chisporroteo de las luciérnagas eléctricas.
5. Tal vez iba ya a amanecer cuando se abrió la puerta. Nadie asomó, salvo un aire cálido, de resguardo. Un como aliento de alguien. Pero don Julio no entró. Dio la vuelta y regresó sobre sus anteriores pasos, sin visitar por dentro al hombre de vidrio, que debió quedarse esperando.
Don Julio cambia de opinión así, de repente. Seguro vio que para qué entraba.
6. La intemperie abundante lo cubrió de tanta manera y tan encendida que ya no necesitó del vidrio ni las numerosas condiciones de la transparencia.
Había entrado en materia. La ciudad se abría a su paso: cuando quiere, es una ciudad muy complaciente; lo dejó bajar hasta el centro y allí confundirse con las piedras de por mientras.