LA CIENCIA EN LA CALLE Luis González de Alba
Dejad en paz a los indios/I

Antropología relativista

El relativismo cultural, iniciado con el presente siglo por Franz Boas, y llevado a su peor abismo por Margaret Mead, establece que todas las culturas son igualmente válidas; lo cual, en principio, suena bien y hasta decente y democrático, sobre todo en los cafés de las grandes ciudades, con un suéter cuello-de-tortuga ``bohemio''... de cashmir. Dicen que tan bello es un kimono de seda, bordado con hilo de plata, como una falda amazónica de palma trenzada; un plato de porcelana china se equipara en todo a uno de barro negro de Oaxaca; la calidad en un lied de Schubert y en un canto maorí es la misma, sólo cambia la cultura y por tanto el gusto. Tonterías semejantes y aun peores nos heredó la mala conciencia europea y estadunidense.

Pero hay culturas inferiores y superiores. Sin remedio las hay desde el punto de vista de sus resultados, pues se distinguen por un solo elemento y uno solo: si la prueba del suflé es comerlo, la de la cultura no es lo que nos cuenten de ella, sino la calidad de vida que produce en quienes padecen o gozan esa cultura.

Benevolencia para el débil

En todo el mundo, los adultos nos tratamos considerando que no es injusto sacar ventaja de un mayor conocimiento o habilidad. Si alguien vende un auto a mitad de precio, lo compramos sin más. No ocurre así cuando tratamos con niños. Debemos entonces informarles que nos están vendiendo muy barato su triciclo. Quien no lo hace es un canalla. Lo mismo ocurre en nuestro trato con los indios: mestizos y blancos los ``roban'', los ``engañan''. Por lo visto, quien compra huipiles para venderlos a las güeras universitarias que los usan, es el único comerciante que no debe buscar el mejor precio. Esta concepción paternalista encubre un racismo que no osa decir su nombre: el indio es infantil. Por lo mismo, los adultos deben protegerlo. Hoy, la discusión en torno de los indígenas ha derivado en preocupación blanca y mestiza por el futuro de los indios. Algunos los asesoran, otros prevén resultados contraproducentes en caso de aceptar las demandas indígenas. Otros decimos: legislemos como piden, hasta donde lo permita el marco legal, y que corran con suerte el próximo milenio. ¿Plantearon demandas erróneas? Ya están grandecitos.

La maldad externa

Desean proteger su cultura, como cualquier otro pueblo. Es normal. Ahora que, dicho aquí entre nosotros, están como están debido a sus culturas. Esto es, están aislados, pobres, enfermos, analfabetas y miden 1.10 debido a que conservaron una cultura que esos resultados produce. ``Y en las pupilas de Ramona, el dolor y la rabia por cinco siglos de agravios'', dijimos porque es chic pedirles perdón, pero nosotros no les hemos hecho nada que no nos hagamos entre nosotros mismos: robarnos, matarnos, engañarnos. Y aquí estamos. No es la maldad del no-indio, sino los usos y costumbres indias lo que produce la miseria de esos pueblos. Crearon un idioma, pero no un alfabeto para escribirlo; tienen una medicina propia, vista por muchos güeros del new age como superior, sistemas de agricultura predicadas por ciertos gurús como más afines con la naturaleza, métodos de construcción propios, formas de alimentación, ropa, música, bailes. El resultado es ignorancia y pobreza.

Que siempre no

Hay rechazo al cambio en todas las comunidades y en todas las culturas. China logró encerrarse tras la más grande muralla, a otras culturas les ha bastado una geografía de naturales murallas y por lo mismo no tuvieron que aprender ni siquiera a construirlas, les bastó con ríos, selvas y montañas para aislarse. ``Nosotros los aislamos'', grita el coro paternalista. Falso. Los olvidamos, que es distinto, y nada tiene de malo, salvo que nos olvide papá. Deben ir predicadores a mostrarles que existe otro mundo. Ahora nos dice Ramona que quieren vivir como humanos. Viven como humanos, como los humanos que han elegido ser. Es únicamente en comparación con la cultura nacional como se descubren a sí mismos miserables. El indígena de las profundidades amazónicas no vive en la miseria mientras no conoce sino su propia cultura, en la que es rico el que tiene la mejor casa de vara y lodo. Orgulloso en la selva de su traje de emperador y de su riqueza en pescado y mandioca, descubre que va desnudo sólo cuando conoce la cultura nacional brasileña y los hoteles de Copacabana en algún viaje promovido por indigenistas. Otro tanto ocurre con los nuestros.

Transfugas

No todos son felices con sus usos y costumbres. Algunos intentan modificarlas dentro de sus propias comunidades, pero éstas se resisten, como ocurre en cualquier cultura, y son en ocasiones sometidos a los castigos prescritos por tales usos y costumbres. Algunos se disciplinan, como ocurre donde quiera, otros se marchan con distintos rumbos. Entre los que abandonan la comunidad indígena, hay dos notorias diferencias: el indígena que llega a la ciudad y se emplea de mesero, de mesera, de sirvienta, uno sube a capitán y a gerente, otra es mayora de cocina, para lo cual debieron aprender español aceptable y vestir como el negocio manda. Los indigenistas, casi todos güeros, los consideran traidores. Y por otra parte hay los que, acordes con lo mandatos indigenistas, conservan su identidad y su ropa típica para venden muñecas artesanales en la calle, o pedir limosna en un idioma que nadie entiende.

Hipótesis

Yo, un eurocentrista sin remedio, prefiero las vajillas de SŠvres, los trajes Armani, las corbatas Zegna, los vaqueros liváis, los amplificadores Carver, el Edipo Rey de Stravinsky y el Génesis, tanto como me parece aburrido y confuso el Popol Vuh maya (escrito por frailes españoles, digo) o desafinados los carrizos andinos. Creo, de verdad lo creo, que también los indios. Véanlos, si no, para dolor de los indigenistas, abandonar con gusto cuanto los hizo miserables, lo peor de su cultura, en primer término, y buscar el rescate de lo rescatable, como su idioma y su poesía.