El jueves 17 de octubre la Academia Mexicana recibió en su seno como nuevo miembro numerario al Maestro Gonzalo Celorio, excelente profesor universitario de literatura, espléndido escritor y muy buen amigo. La ceremonia se llevó a cabo, como se acostumbra, en el salón de actos de la Academia, situada en una antigua casona en el centro histórico de la ciudad de México. Como era de esperarse, los amigos del maestro Celorio, que somos legión, llenamos por completo el salón de actos, y muchos se quedaron parados. También como se acostumbra, el maestro Celorio dividió su discurso de ingreso en dos partes, la primera dedicada a repasar la obra de su predecesor inmediato en la Academia, que en este caso fue Sergio Galindo, y en la segunda la invirtió en una memorable y dilatada canción de amor dedicada a la ciudad de México.
Al iniciar su lectura, el maestro Celorio señaló que dedicaba su discurso a la memoria del Dr. Edmundo O'Gorman, el ilustre historiador universitario recientemente desaparecido, de quien fue discípulo y amigo cercano. A continuación hizo una semblanza realista y de muy bien gusto sobre la obra de Sergio Galindo, subrayando la tendencia del escritor jalapeño a preferir los aspectos más sombríos de la personalidad humana, como la soledad, la desesperación y la muerte. Esta parte de su discurso reveló la calidad de lector crítico y de conocedor de la literatura nacional del maestro Celorio, y hubiera sido más que suficiente para justificar su presencia como miembro de la Academia. Pero la segunda parte de su lección inaugural fue todavía mejor y por fortuna más extensa; en ella el maestro Celorio trazó con mano amorosa la historia de la ciudad de México, ``ciudad de papel'', que en realidad es la historia de sus varias destrucciones, desde la primera, debida a Cortés y sus huestes y ocurrida como consecuencia de la conquista, y las otras sucesivas en la colonia, cuando la ciudad se convirtió primero de medieval en renacentista, después en barroca, luego de la independencia en afrancesada, para culminar en el monstruo innominado que es ahora.
En una imagen deliciosa, el maestro Celorio nos contó la visión que tiene de la ciudad desde las ventanas de su casa (``que es la casa de ustedes, como acostumbramos decir los mexicanos, para la confusión de los extranjeros'') en San Nicolás Totolapa; en las noches observa a lo lejos las luces de la ciudad a través de la neblina de la contaminación, con lo que adquieren aspecto de luces de embarcaciones que se estuvieran desplazando en una inmensa laguna.
Con gran erudición y mejor gusto salpicó su discurso con citas de algunos de los autores que se han ocupado de describir a la ciudad de México a lo largo de su historia, desde los textos relativos de Díaz del Castillo y de Cortés, hasta fragmentos de Novo. En forma repetida aludió a la poesía como una de las más altas manifestaciones del espíritu, haciéndome pensar que lo que estaba leyendo era uno de los discursos más poéticos que yo he escuchado, escondido detrás de una prosa espléndida.
Al llegar a la descripción de nuestra inmensa, caótica, peligrosa y una vez más destruída ciudad, el maestro Celorio redobló la pasión con la que decía sus palabras, de modo que sus últimas y visionarias páginas, llenas de fervor emocionado y de metáforas iluminadas, las dijo con un nudo en la garganta, en lo que yo, y seguramente otros muchos miembros del público, lo acompañamos. Cuando terminó sólo puedo decir ``Muchas...''; el ``gracias'' ya no alcanzó voz para vestirse y salir. El aplauso entusiasta que siguió a su discurso duró por lo menos 5 minutos.
A continuación, y también como se acostumbra, la académica Doña Clementina Díaz y de Ovando respondió con palabras claras y puntuales al discurso del maestro Celorio, haciendo un comentario breve y certero de cada uno de los episodios de que habia constado, agregando de paso otros datos obtenidos de su inmensa sabiduría historica y literaaria. Doña Clementina cerró su respuesta dándole una calurosa bienvenida al maestro Celorio al seno de la Academia.
Después de la ceremonia hubo un brindis en el Palacio de San Ildefonso, en donde celebramos con gran satisfacción y alegría el espléndido episodio académico que habíamos presenciado. ¡Bienvenido, Gonzalo!