La Jornada Semanal, 27 de octubre de 1996


Carta de H.G. Wells a James Joyce

La posteridad suele hacer que los grandes escritores adquieran la dudosa condición de "intocables". Sus contemporáneos leyeron sus obras de otro modo. En esta carta franca, inteligente y rabiosa, el autor de La máquina del tiempo explica a James Joyce la decepción que le significó leerlo.



Tras la publicación de Ulises, Joyce pidió ayuda a H.G. Wells para la difusión de su obra. Ésta fue la respuesta:

Mi querido Joyce:

He estado estudiando su obra y pensando en Ud. durante mucho tiempo. El resultado es que creo que no puedo hacer nada para dar a conocer su trabajo. Respeto enormemente su talento desde sus primeros libros y ahora siento una gran simpatía por Ud., pero creo que Ud. y yo nos encontramos empeñados en tareas muy distintas. Su educación ha sido católica, irlandesa, insurgente, la mía ha sido científica, constructiva, y supongo yo, inglesa. Mi estructura mental presupone un mundo en el que es posible un gran proceso unificador y de concentración de fuerzas, un progreso, no necesariamente inevitable, pero sí interesante y posible. Ud., sin embargo, empezó católico, es decir, empezó con un sistema de valores opuesto a la realidad. Su existencia mental está obsesionada por un monstruoso sistema de contradicciones. Ud. puede creer en la castidad, en la pureza, en un Dios personal, y ésta es la razón de que siempre esté explotando en gritos de coño, mierda e infierno. Como yo no creo en esas cosas excepto como valores muy personales, mi mente nunca se ha visto sobresaltada o escandalizada hasta tener que protestar, gritar por la existencia de retretes y compresas higiénicas, como tampoco por desgracias inmerecidas. Y mientras Ud. fue educado bajo el engaño de la supresión política, yo fui educado bajo el engaño de la responsabilidad política. A Ud. le parece justo y bello el desafío y la ruptura. A mí, en absoluto.

Y ahora, por lo que concierne a ese experimento literario suyo. Es algo considerable y en su abigarrada composición muestra un poderoso genio para la expresión, un talento que, sin embargo, ha escapado a la disciplina. Pero no creo que lleve a ninguna parte. Ud. ha dado la espalda al hombre ordinario, a sus necesidades elementales, a su tiempo y a su inteligencia limitados, y se ha puesto a elucubrar. Cuál es el resultado? Grandes adivinanzas. Sus dos últimos libros han sido más divertidos de escribir de lo que nunca serán de leer. Yo, por ejemplo, soy un típico lector común, me gusta mucho su obra? (Derivo placer de la misma?) No. Siento que estoy accediendo a algo nuevo e instructivo como lo siento cuando leo la horrenda traducción de Anrep del libro de Pavlov sobre los reflejos condicionados? No. Y me pregunto consecuentemente, quién diablos es este Joyce para exigirme tantas horas de vigilia de las pocas que me quedan por vivir para poder lograr una apreciación cabal de sus ingeniosidades, fantasías y peculiaridades narrativas?

Eso es todo lo que tengo que decir al respecto. Quizá sea Ud. quien tenga razón y no yo. Su trabajo es un experimento extraordinario y haría lo que fuera por evitar que fuera interrumpido o restringido. Tiene sus partidarios y sus seguidores. Que ellos se gocen con él. Para mí es un punto muerto. Mis mejores y más cálidos deseos para Ud., Joyce. Yo ya no puedo seguir su bandera como Ud. no puede seguir la mía, pero el mundo es ancho y hay sitio suficiente para que los dos nos equivoquemos en él.

Suyo,

H.G. Wells