Elogio de la prensa
Alberto Villagra era un glotón del diario. A la hora del desayuno, las noticias, recién salidas del horno, le crujían en las manos.
Una mañana, juró:
--Alguna vez voy a leer el diario arriba de un elefante.
Y juntó dinero hasta que pudo viajar a la India y se sacó las ganas. No consiguió desayunar a lomo de elefante, pero pudo leer un diario de Bombay sin caerse de allá arriba.
Helena, la hija, también es diariómana. El primer café no tiene aroma, sabor ni sentido si no ha llegado acompañado por el diario del día. Y si el diario no está, de inmediato aparecen los primeros síntomas, temblores, mareos, tartamudeos, del síndrome de abstinencia.
El testamento de Helena pide que no le lleven flores a la tumba:
--Llévenme el diario --pide.