The brothers McMullen (El juramento, en solemne traducción inútil) es una comedia intimista situada en Long Island, Nueva York, y dirigida por el joven independiente Edward Burns. En éste su debut cinematográfico, Burns escribe, dirige, edita e interpreta uno de los papeles principales, el de Barry McMullen, el guionista que sueña con vivir en Manhattan libre de compromisos sentimentales. Su hermano Patrick (Mile McGlone), católico practicante, vive obsesionado con la idea del pecado, lo que le origina grandes traumas cuando Susan, su novia judía, resulta embarazada a pesar de haber utilizado él ``condones dobles'', y sobre todo cuando ella decide abortar. ``¿Qué clase de religión es la tuya --le recrimina Susan-- que te prohibe protegerte con condones, amar fuera del matrimonio y que te obliga a tener un hijo indeseado?'' El tercer hermano, Jack (Mulcahy), es un hombre casado, también atormentado por mantener relaciones sexuales con otra mujer. ``¿Qué tan grave es el pecado de la infidelidad?'', le pregunta a Patrick.
Los hermanos McMullen: origen irlandés, católicos, sujetos periódicamente a crisis existenciales, dilemas amorosos y autorreclamos moralistas. Detestan la memoria del padre, autoritario y estúpido, recientemente fallecido; olvidan a la madre, que luego del funeral se fue a Irlanda en busca del amante que tuvo hace treinta años. Con un presupuesto bajísimo, El juramento elige concentrar su acción en interiores y crear así una atmósfera intimista, donde importa más lo que dicen los personajes centrales --su divertido intercambio de sermones y regaños, su impericia en el trato con el sexo opuesto-- que lo que hacen --en realidad muy poco. La habilidad de Burns consiste en manejar con soltura y humorismo tres líneas narrativas que constantemente se entrelazan, tres puntos de vista en confrontación continua. Hay comicidad en los gestos de azoro masculino frente a realidades como la preñez o el aborto, o frente al desafío femenino a las convenciones de la tradición patriarcal. Otro efecto cómico: Patrick sumido en monólogos interiores que rompen con el estilo directo de la interpelación o del diálogo exacerbado. Si bien el tema sugiere un poco una versión masculina de Interiores (Woody Allen, 78) o el tipo de comedia romántica de Nora Ephron o Joan Micklin Silver, la opera prima de Edward Burns posee un estilo muy propio, de factura impecable, sin un empeño particular de innovación formal. El juramento obtuvo el premio a la mejor película en el Festival Cinematográfico de Sundance, en 1995.
En una década en la que los retratos de Nueva York y su periferia, o las historias de camaradería viril tienen el sello de la exuberancia visual o la huella del videoclip, Burns apuesta por una narración limpia y directa, libre de cualquier artificio. Al discurso de la masculinidad se opone de manera muy natural una galería de personajes femeninos de autonomía lúdica y enérgica. La cinta transcurre en un tono amable, sin violencia verbal excesiva, con acentos siempre conciliatorios en una supuesta lucha de sexos, y su desenlace es convencional y azucarado, como si de alguna manera Burns creyera sinceramente en la utopía de la igualdad sexual y sus felices consecuencias, y deseara transmitirnos su entusiasmo. Esta discreta postura moral es la cualidad más notable de El juramento.