La solución del conflicto armado planteado por el EZLN depende, en trazos generales, del acuerdo que logren forjar el gobierno federal y el propio EZLN, pero también de la reconversión de este último en una fuerza política capaz de desplegar su acción en los marcos de la legalidad.
Sobre lo primero mucho se ha escrito, pero la entrevista que ofreció el subcomandante Marcos el 24 de octubre en San Cristóbal ilustra las dificultades de la segunda operación. Y aunque como en casi toda rueda de prensa las respuestas suelen ser fragmentarias y al botepronto, dos enormes temas aparecieron con toda claridad: a) el asunto de las armas, y b) la transformación del EZLN en ``algo'' que por supuesto no puede ser un ejército.
Marcos señaló que ``el EZLN está dispuesto a firmar la paz con todo lo que esto implique, o sea un trato digno, antes del proceso electoral del 97'', lo cual debe ser ponderado como una toma de posición a favor de la negociación y la paz. No obstante, cuando un reportero le pregunta ``¿pero entregarían las armas?'', responde, ``eso no, tendría que discutirse, pero evidentemente no está en la mesa la entrega de las armas''. Y plantea el enorme problema de la seguridad de aquellos que pasan de las armas a la política, el tema de su seguridad, de su inserción a la vida civil, sin que ocurra lo que ha sucedido en otras latitudes, que ``los movimientos armados que transitan a la legalidad pierden a su dirección en las calles a manos de los escuadrones paramilitares''.
Sin duda la aceptación del gobierno de discutir el tema de las armas al final ha posibilitado el proceso negociador. Si la entrega de las armas hubiese sido una condición para iniciar el diálogo quién sabe en dónde estaría hoy el conflicto. No obstante, parece evidente que tarde o temprano, y ojalá sea más temprano que tarde, el desarme se convertirá en un asunto inescapable de la agenda. Y si bien para el clima político general del país lo óptimo sería un desarme inmediato a la firma de los acuerdos, para el EZLN una cadencia más pausada, que ``les permitiera asomarse a la situación política nacional'' e ir paulatinamente incorporándose a la vida legal, parece una condición para su propia mutación, en un clima de seguridad para sus integrantes.
El segundo gran tema y que de hecho envuelve al primero tiene que ver con lo que el propio EZLN será una vez que deje de ser ``ejército''. Y en ese terreno las definiciones de Marcos resultan balbucientes. Por principio rechaza la oferta gubernamental de que el EZLN se convierta en una agrupación política para participar en las elecciones de 1997, porque ``al EZLN no le interesan los puestos de elección popular'', y porque sólo ve en ello un intento por achicarlos.
Y es ahí donde quizá el EZLN tiene los mayores obstáculos autoconstruidos para su cabal reconversión al ejercicio de la política democrática. Sin duda el tránsito de las armas a la política cívica le restará poder de atracción en una franja (creo yo muy pequeña) de la sociedad, la que se fascina con la política epopéyica, con la guerra y la violencia, con la teatralidad de las armas, porque en efecto la política legal, pacífica, institucional, no carga las dosis de tensión y espectacularidad (por fortuna diría yo) de la primera. No obstante, la paz será eso o no será.
Ahora bien, el EZLN tiene ante sí diferentes posibilidades. Las enuncio sin orden ni concierto sólo para ilustrar que las opciones no son escasas. Puede convertirse en una organización social articuladora de diferentes demandas sociales, con un énfasis en los problemas de los pueblos indios; puede formar parte de un frente más amplio con demandas diversas de alcance nacional; puede fundirse con otras organizaciones; puede, en efecto, ser una agrupación política, e incluso un partido, y todo ello depende de su voluntad. Ellos tienen la palabra y ellos deberán, en su momento, optar. Pero vale la pena subrayar que los prejuicios antipartido y antielecciones (``no nos interesan los puestos de elección popular''), muy probablemente gravitarán contra sus propias posibilidades de quehacer político amplio.
Porque más allá de los enunciados generales sobre un nuevo tipo de quehacer político (que sin duda expresan un cierto malestar con la política tal y como la conocemos), mientras la política tenga que ver con los asuntos del gobierno que por fuerza debe ser representativo, no se vislumbra cómo se le pueda dar la vuelta a que las diversas ofertas tiendan a generar opciones diferenciadas y que las mismas requieran de una fórmula para conocer las preferencias de la población. Es decir, no se ve de qué manera se puedan sustituir a los partidos y las elecciones.