Luis González Souza
¿Modernización cangrejera?

Día a día, las dudas son menos. Lo que antes sonaba a chiste, hoy aparece como una lamentable realidad, como un insólito programa de gobierno: buscar la modernización de México a base de rezagos; a punta de más y más pasos de cangrejo, hacia atrás. Y es que todavía predomina una visión muy chata de la modernización.

Antes, en México veíamos hacia abajo a los países maquiladores por excelencia: Taiwán, Singapur, Hong Kong, Corea del Sur. Hoy, si somos honestos, ya quisiéramos tener el desarrollo de esos países, no por nada conocidos ya como los Tigres del Sudeste Asiático. Ahora es México quien se consolida como un país maquilador. Cincelazo más reciente: las reformas al Decreto para el Fomento y Operación de la Industria Maquiladora, divulgadas por Secofi hace unos días. Implantada en México (1965) como una industria sólo temporal y bajo un régimen de privilegios excepcionales, ahora se la incentiva todavía más al ya no obligarla a exportar (y captar así divisas para nuestro país). Ya podrán vender su producción en el mercado nacional, de manera ilimitada (La Jornada, 23/X/96).

Al mismo tiempo, los poquísimos recursos estratégicos con que aún cuenta México para su desarrollo, continúan sacrificándose en el altar de la privatización. Caso más actual: la industria petroquímica. Al efecto, la Cámara de Diputados acaba de aprobar (con el mayoriteo priísta de siempre), el esquema presidencialista resumible en una privatización-extranjerización disfrazada. Por sí solas, ambas cosas --maquilización y autocastración de lo estratégico-- explican por qué México no se desarrolla. Explican por qué lo sentencian, desde afuera y adentro, al atraso perpetuo, por no decir pena de muerte. Pero hay más, bastante más.

Antes mirábamos por encima del hombro a naciones racistas, incapaces de lidiar creativamente con su multietnicidad. Frente al propio EU, tal incapacidad era uno de los pocos puntales para contratacarlo, así sólo fuese en el terreno moral. Ahora México se agrega públicamente al cajón de las naciones racistas, gracias a la obstinación gubernamental en desdeñar los reclamos indígenas (siguen sin cumplirse los acuerdos de la primera mesa de San Andrés, Chiapas). Obstinación que, obviamente, desprecia advertencias como la de Carlos Fuentes: ``puede que algún día'' los pueblos indios ``demuestren que la verdadera modernidad era la suya y no la nuestra'' (conferencia en el IX Congreso Mundial de Amigos de los Museos, Oaxaca, 22/X/96). En todo caso, la modernización real es, entre otras cosas, el avance que resulta de la suma creativa de culturas indias y mestizas.

Antes veíamos con pena a las naciones carcomidas por el narcotráfico. Hablábamos de la colombianización de México como un futuro tan improbable como detestable. Tal vez pronto, o acaso ya, valdrá preguntarse por la mexicanización de Colombia. Igualmente, antes mirábamos con pena a países devastados por la miseria y la delincuencia: desde India hasta Haití. ¿A cuánto ascienden hoy la pobreza extrema y los índices de criminalidad en México?

En fin, los pasos del cangrejo se advierten en el binomio soberanía/democracia, bisagra clave en cualquier modernización genuina. Antes caminábamos como Pavo Real enmedio de las naciones sumidas en una dependencia equiparable a la de los protectorados y/o en una antidemocracia de plano dictatorial. Lo cierto es que hoy la soberanía se desvanece al punto de no saber a punto fijo dónde se toman las decisiones vitales de México (¿Los Pinos, Washington, Wall Street, FMI?). Lo que sí sabemos es que no se atiende la voz --ya a veces gemidos-- de la mayoría de los mexicanos. Tan así que ahora son ruidos militaristas los que buscan silenciar esa voz.

En definitiva, es preferible una modernización con pasitos hacia adelante, que con zancadas hacia atrás. Para ello, sin embargo, es necesario comenzar por el cuestionamiento de lo que entendemos por modernización. Mientras prevalezca la visión tecnocrática y extranjerizante, jamás saldremos de esta paradoja ya infernal: entre más avanzan los indicadores macroeconómicos, más nos hundimos en el atraso. Entre más cacareamos la recuperación, más se siente la crisis. Entre más nos anuncian la llegada al Primer Mundo, más nos rezagamos frente a los países inclusive del Quinto Mundo.