Héctor Díaz-Polanco
La virtud de la necedad /II

¿La autonomía regional es una vía hacia el aislamiento de los pueblos indios del resto de la sociedad? Así parecen entenderlo muchos creadores de opinión pública, entre ellos Héctor Aguilar Camín. ``Creo --escribió éste en sus artículos de julio de 1995-- que la autogestión de las comunidades indígenas las va a conducir a lo que es ya su mayor problema: el aislamiento''. También: ``Creo que el aislamiento genera autoconsunción y sólo el contacto y la mezcla dan riqueza y fuerza cultural...''. En su artículo del 21 de octubre pasado repite la misma tesis.

Estos juicios parten de una errada interpretación de la autonomía. La propuesta de autonomía está lejos de ``la idea de que el aislamiento es una forma eficaz de preservar la identidad y las tradiciones indígenas'' (HAC, ``Respuesta a Fernando Benítez'', La Jornada, 7/95). El sueño del aislamiento, del que se deriva un proyecto étnico irreductible y ``aparte'' de la nación, es de factura etnicista, no autonomista.

En un escrito de abril de 1994, Arnaldo Córdova se había referido al tema del aislamiento (Cuaderno de Nexos, 70). Después de advertir que los indígenas exigían el reconocimiento de un estatuto político (la autonomía), este autor reflexionaba: ``Se ha llegado a postular que eso agudizaría las condiciones de atraso y aislamiento en que viven nuestros indígenas. Es una necedad. Si se les da esa representación nacional y se les permite autogobernarse y luchar activamente por sus derechos legítimos, ¿cómo puede pensarse que el aislamiento o el atraso los hagan sus víctimas? Todo lo contrario''. Después de eso, en tres ocasiones HAC ha insistido en la ``necedad'', lo que indica que es un punto sobre el cual habrá que volver una y otra vez. Contra necedad, paciencia.

La autonomía, como fue recalcado en el Congreso Nacional Indígena, es una propuesta de nueva relación entre los pueblos indios y los demás sectores de la sociedad nacional. En la declaración política del CNI no se habla de ensimismamiento, sino de ``hermanarnos con todos los hombres y mujeres'' del país. Al defender la autonomía, agregan, ``defenderemos la de todos los barrios, todos los pueblos, todos los grupos y comunidades que quieren también, como nosotros, la libertad de decidir su propio destino, y con ellos haremos el país que no ha podido alcanzar su grandeza''.

Con el mismo espíritu se manifestaron en 1994 las principales organizaciones indígenas de México, en un manifiesto justamente titulado La autonomía como nueva relación entre los pueblos indios y la sociedad nacional (Ojarasca, 38-39). (Por cierto, sería muy conveniente que los críticos de la autonomía al menos se tomaran el trabajo de enterarse de lo que plantean los indígenas, a fin de que no borden en torno a supuestos que brotan de sus recónditas introspecciones.)

De entrada, allí se rechaza la explicación culturalista de la problemática indígena: ``El problema [...] no está en nuestra cultura, sino en nuestra carencia de poder político al servicio de nuestros pueblos''. Pero no se quiere un poder para el retraimiento y la búsqueda del ideal autárquico, sino para tener ``la posibilidad de ser parte de las decisiones nacionales que atañen al conjunto del país y a nuestras regiones, municipios y comunidades''. Nada que ver con aspiraciones de ``aislamiento''.

Más aún, cuando las organizaciones indígenas demandan la autonomía no tienen en mente un mezquino esquema sectorial. El régimen que preconizan supone ``transformar el actual régimen de Estado (centralizado, excluyente, autoritario, homogeneizador y negador de la pluralidad) por un Estado de las autonomías que haga posible el respeto a la pluralidad y abra las puertas a la participación de los pueblos indios en la definición de un país para todos''.

Y explican: ``La autonomía que planteamos no es un nuevo proyecto de exclusión ni se pone al margen de la gran aspiración de la mayoría de los mexicanos que quieren democracia, justicia y libertad''. Más bien, ``la autonomía es la propuesta india para entrar en la vida democrática por primera vez en la historia moderna; también es la contribución de los pueblos indios a la construcción de una sociedad nacional más democrática, más justa y más humana. En este sentido, nuestra gran demanda de autonomía se identifica con las aspiraciones de todos los mexicanos no indios que desean una nueva sociedad''. Igualmente, se afirma el carácter incluyente, pues en las entidades autónomas se buscaría la ``convivencia en la unidad y la diversidad, bajo principios de igualdad y respeto'' que permitan constituir ``regiones pluriculturales o pluriétnicas''.

¿Con la autonomía los indígenas pretenden colocarse ``fuera'' de la nación? La declaración del CNI apela a todos los mexicanos; ``venimos a hacer, junto con ellos, una Patria Nueva''. Evidentemente, querer construir una nación nueva no significa querer colocarse al margen de ella. Por su parte, el manifiesto de 1994 refrenda el carácter nacional del proyecto autonómico. Ante todo, ``es nacional porque no niega ni rechaza la unidad que todos los mexicanos hemos construido a lo largo de la historia. Estamos por encontrar una solución política para todos en el marco de la integridad de la gran nación mexicana''. Es en ese ánimo que propugnan por ``formas de autogobiernos comunales, municipales y regionales, regiones autónomas'', y consideran el separatismo como ``una idea estéril''. Tampoco pretenden imponer a toda la sociedad sus formas de vida; tan sólo buscan respeto hacia sus identidades y tradiciones, y que sus ``prácticas y formas de vida se conviertan en parte del sistema político del país'' a través de las instituciones y leyes adecuadas.

Finalmente, tan acentuada es la voluntad de los pueblos de ser parte de un nuevo cuerpo nacional, que las organizaciones advierten contra la idea de una autonomía encerrada en la comunidad: ``Pero la autonomía no sólo reducida a la comunidad. No queremos que las comunidades sigan siendo convertidas por los gobiernos en reservas de discriminación para los pueblos; que nos sigan aislando del país, que sigan reduciendo nuestros espacios de autodeterminación o libre determinación, que nos quieran aislar y separar de los demás hermanos mexicanos que luchan también por democracia, justicia y libertad. La comunidad es la base de la autonomía, pero la autonomía va más allá, buscando unir a los pueblos bajo gobiernos propios de carácter regional. Los pueblos demandamos que se cree un nuevo piso de poder regional autónomo en el país, además de los pisos federal, estatal y municipal, todos en el marco de la unidad nacional''.

Es por esto que los pueblos indios representados en el CNI concluyen su declaración política afirmando que intensificarán su lucha para lograr la satisfacción de ``nuestras demandas pendientes'', entre las que se cuentan la reforma del artículo 27 (es decir, revertir la contrarreforma salinista) y ``el reconocimiento de los niveles regionales de autonomía''. El proyecto de los pueblos indios está claro. Es nacional, democrático, pluralista e incluyente. Muy pronto veremos si se persiste en la absurda necedad de un México sin ellos.