(Particularidad y universalidad)
Con asombrosa puntualidad, Héctor Aguilar Camín (HAC) sale al paso de los esfuerzos para buscar una solución autonómica a la problemática de los pueblos indios. Por ejemplo, en mayo de 1994, mientras estaba por definirse el desenlace del primer diálogo entre el EZLN y el gobierno, salió al ruedo para poner en tela de juicio la ``viabilidad de la autonomía política y cultural de los pueblos indígenas'' (Cuaderno de Nexos, 71); en julio de 1995, cuando se hacían preparativos para reiniciar las negociaciones que desembocarían en San Andrés, publicó en La Jornada una serie de artículos dedicados al mismo fin; y el 21 de octubre de este año, mientras se esperan las reformas constitucionales sobre derechos indios, vuelve sobre el tema en las páginas de este diario para advertir sobre ``el gran riesgo'' que implica la autonomía.
Desde luego, HAC tiene todo el derecho de expresar su opinión sobre un asunto que está abierto al debate. Pero tratándose de una cuestión de tanta importancia para el futuro del país, al menos podría esperarse que expusiera puntos de vista fundados. Lo más notable de sus escritos, sin embargo, es que contienen juicios sobre los planteamientos autonómicos de los indígenas que revelan un desconocimiento de lo que éstos están proponiendo a la nación. Así, imputa propósitos y metas a la autonomía que jamás han expresado las organizaciones indígenas. Imaginando lo que quieren los indios, el autor se anota fáciles victorias verbales. Por ejemplo, nadie que tenga un conocimiento elemental de los regímenes de autonomía que se han instituido en el mundo puede alegar que éstos provocan aislamiento. Pero después de suponer que, en México, la autonomía que procuran los ``pueblos indios y sus ideólogos'' conducirá al ``aislamiento'', le resulta sencillo lanzarse contra ese fantasma de su propia creación. Volveré sobre el punto.
No hay excusa para esta práctica. Hoy día disponemos de un corpus sobre el proyecto de autonomía, elaborado en los últimos lustros por los indígenas, que cualquiera puede consultar para formar su criterio. También están a la mano numerosos trabajos de corte académico que quizás sean más accesible para HAC. En ellos se encuentran definiciones precisas de conceptos como pueblo, tierra y territorio, sistemas normativos, libre determinación y regiones autónomas. Se puede estar en desacuerdo con tales nociones, pero es ligero decir que adolecen de ``vaguedad''. En todo caso, estaremos a la espera de las definiciones alternativas de HAC y sus partidarios. Asimismo, tomando en cuenta que en muchos países de Europa y Latinoamérica se ha logrado ``aterrizarlos en una legislación practicable'', aguardaremos ansiosos los argumentos de HAC para entender por qué en México, según dice, esto es imposible.
Todo ello resulta familiar. El conocimiento de procesos autonómicos en otros países nos enseña que a menudo, en su primera fase de discusión nacional, sectores contrarios a la autonomía arguyen todo género de imposibilidades y dificultades ``prácticas''. Ese fue el caso de España y Nicaragua. Las convicciones antiautonómicas se disfrazan de problemas ``técnicos'' irresolubles. Los hechos posteriores, una vez que se afirma en la sociedad la legitimidad y la conveniencia de la autonomía, muestran claramente dos cosas: que a menudo los alegatos ``técnicos'` eran, en verdad, rechazo político de la autonomía, y que los problemas ``insuperables'' para ponerla en práctica eran relativamente fáciles de resolver mediante la voluntad política y el despliegue creativo de la sociedad. Instituir la autonomía en países con tradición centralista no es cuestión sencilla; pero el proceso se facilita cuando se identifican las dificultades y se elaboran propuestas concretas, en lugar de poner por delante problemas de implementación como pantalla para impugnar la propuesta política.
En su último trabajo, los reparos de HAC se basan en una idea central: que los autonomistas buscan una salida particular para los indios, al margen de la ``respuesta universal'' que procura la mayoría de los mexicanos. Se trata de una idea falsa. Supone que los indios autonomistas pretenden encontrar su propia salida, salvarse solos, con independencia de los cambios nacionales en la política, la economía y la cultura. Este ingenuo enfoque sectorial está lejos del pensamiento indio actual. Por el contrario, si hay una novedad en la plataforma india de hoy, ésta radica en la vinculación de sus demandas particulares con las grandes aspiraciones democráticas, socioeconómicas y políticas de la mayoría de los mexicanos. Este vínculo no es sólo identificación sino también condicionante: los indios han insistido hasta el cansancio en que no puede haber solución para ellos, sin soluciones de fondo para el país en su conjunto. No puede concebirse la autonomía sin profundos cambios nacionales.
Pero entender esto no implica que los pueblos se crucen de brazos y dejen de plantear sus propuestas de solución. ¿Los indígenas, las mujeres, los campesinos, etcétera, deberán esperar hasta que haya ``solución para los problemas de México'' a fin de elaborar sus demandas particulares y luchar por ellas? Esto es una invitación al inmovilismo. A riesgo de que la ``respuesta universal'' sea algo abstracto y vago, debe constituirse por la articulación de todas las demandas y propuestas particulares. Los indígenas han hecho su aportación proponiendo una solución a sus problemas particulares que se enlaza con las aspiraciones democráticas de las mayorías. Convertir esa tarea exitosa en pretensión de una salida aislada es no comprender las cosas.
Por lo tanto, tan indebido es plantear una oposición artificial entre lo particular y lo universal, como oponer dos órdenes de solución, como lo hace HAC. La concepción de los indígenas es más compleja: entienden que no habrá solución para ellos si no hay solución para México; pero juzgan también que cualquier solución ``universal'' que, desde ahora, se pretenda construir sin ellos será una nueva impostura.