Bajo nuestros pies se edifica, desde hace años, una ciudad subterránea. Gigantescas obras hacen funcionar la ciudad, pero a costa de la vulnerabilidad del subsuelo, aspecto que debe ser revisado con mayor atención. La ciudad de México, hay que recordarlo, está asentada en el lecho de un ex lago que se hunde progresivamente.
Las primeras obras subterráneas fueron los pasajes comerciales en San Juan de Letrán y Calzada de Tlalpan, cuyos agrietamientos y filtraciones obligaron a cerrarlos; hoy no se usan más. Prosiguieron las obras del transporte con 80 kilómetros de túneles del Metro, excavaciones a una profundidad entre los 10 y los 35 metros; algunas hipótesis sostienen el impacto que tuvieron algunas estaciones en el hundimiento del subsuelo y en los daños sísmicos de 1985. Por último, está el caso del agua, con un Drenaje Profundo de 140 kilómetros de túneles de concreto de 5 metros de diámetro, construido a una profundidad entre 30 y 240 metros.
Ahora le corresponde el turno a los autos. Se pretende edificar 42 estacionamientos subterráneos de 350 cajones cada uno, lo que representaría hundir 3 o 4 pisos de estructuras de concreto bajo tierra, en distintas partes de la ciudad.
La resistencia civil de algunos consejeros y grupos vecinales ha retrasado los planes oficiales, pues hasta donde se sabe sólo se ha iniciado un estacionamiento en las calles de Morelos y Reforma. Es evidente que la autoridad ha seleccionado ese como una prueba de dicha resistencia vecinal, dado que se trata de una zona con presencia mínima de habitantes. De vencer tal resistencia ciudadana, la construcción de más estacionamientos subterráneos tiene tres implicaciones.
En primer lugar, el aspecto técnico. Sostienen sus constructores que ``no habrá afectaciones al subsuelo ni a las construcciones existentes''. De ser cierto, el impacto tendría que ser evaluado no por los interesados en construirlos, sino por una comisión técnica autónoma que brindara toda la confianza a los vecinos. Simplemente habría que probar el cómo no afectará a los edificios contiguos el hundimiento de la ciudad, calculado en 7 centímetros anuales. Además, la opción subterránea resulta 60 por ciento más cara que construir estructuras metálicas sobre el piso, como ya operan en las otras ciudades del mundo. Terrenos para tal opción existen, sólo habría que adecuarlos y modernizarlos, sin que ello representara inversiones millonarias y probables daños al subsuelo.
En segundo lugar, sus propósitos urbanísticos. Construir estacionamientos exclusivamente para automóviles, la mayor parte alejados de las estaciones de transporte colectivo, continuará brindando mayores ventajas al uso del vehículo particular. El déficit de un millón 400 mil cajones de estacionamientos, justificante del proyecto, se multiplicará si seguimos atendiendo exclusivamente las necesidades del automóvil y postergando el contar con un mayor y más eficiente transporte público.
La tercera implicación está vinculada con las políticas de concesiones privadas. Al parecer, concesionar la calle para el cobro vía parquímetros no le basta a los empresarios, ávidos por convertir la prestación de todos los servicios públicos en fuente de ganancias. Ahora se concesiona también el subsuelo, cuya propiedad es pública; los estacionamientos estarían, así, ocupando espacios subterráneos bajo áreas que han sido edificadas con los impuestos de todos: plazas, glorietas, parques, jardines y anchas avenidas. Habría que resolver el vacío jurídico para determinar si, en efecto, la autoridad tiene el derecho constitucional a concesionar el subsuelo público de la ciudad. He aquí el asunto de fondo de los estacionamientos subterráneos.
En cualquier otra ciudad de México o del mundo, los estacionamientos subterráneos no serían problema alguno. Pero no aquí, en este Valle de México que por sus características históricas, geográficas y ambientales requiere construir una ciudad menos subterránea, más abierta, más pública y más segura. Una ciudad, en fin, donde no sigamos dañando su naturaleza. Eso brindará sin lugar a dudas mayor confianza a los ciudadanos. Una ciudad, como dijo don Jesús Salazar Toledano en su reciente comparescencia, consensada, tolerante y de convivencias civilizadas.