La Iglesia fue la pesada herencia que nos dejaron 300 años de Colonia. La Iglesia era la dueña de la riqueza, de las almas; la que cerraba o abría las puertas del cielo, del infierno o del purgatorio, e incluso tenía poder sobre los muertos, que debían ser enterrados en sus camposantos.
Cuánta sangre se derramó para imponer las Leyes de Reforma y privar al clero de sus fueros y privilegios. Durante 135 años nos liberamos del acoso de la Iglesia; hubo incluso guerras cristeras, cierre de templos, pero al fin se logró que acatara la Constitución de 1917.
El presidente Salinas cometió el grave error de reanudar las relación diplomáticas con el Vaticano y hoy resentimos que el arzobispo de México, Norberto Rivera Carrera, y otros prelados intervengan en politica.
El Arzobispo habló de desobedecer la autoridad civil, se entrometió en asuntos políticos y merece ser castigado. Bastantes problemas tenemos hoy y no debemos aceptar que se agraven más con la intervención culpable y tiránica de la Iglesia.