Hace poco hablé de que parecían surgir en la política mexicana ``signos promisorios''. Muy pronto la realidad me refutó y más bien se observa una avalancha de ``signos contradictorios'', para no hablar, otra vez, de ineptitudes, resistencias, contradicciones, ausencia dramática de iniciativas y de una visión mínimamente clara para la conducción del país.
Algunos asuntos parecen avanzar en una dirección y al instante siguiente se desmadejan, pierden el hilo y se vacían de contenido. Inclusive aquellas iniciativas que en un momento parecieron sólidas se disuelven, carentes de directivas y asfixiadas por las negaciones del sistema. ¿El resultado? Un espectáculo político de incertidumbre --un muñeco deshilachado y sin contornos. Un lamentable espectáculo de incompetencia política gubernamental.
La fundamental negociación con el EZLN entra en un terreno incierto. Me pregunto: ¿cuál es el propósito de mantener a negociadores que han demostrado su incompetencia, y sobre todo su incapacidad actual para ser voceros confiables? Y sobre todo, a casi un año de los acuerdos en materia cultural y de derechos de las comunidades indígenas, ¿por qué no haber tomado ya la iniciativa de las indispensables reformas constitucionales? Como si un gobierno no tuviera las facultades --y la obligación-- de tomar medidas para mejorar las condiciones de vida de una de las porciones más abandonadas y castigadas de la sociedad.
La ``minidevaluación'' de hace unos días --probablemente necesaria-- se hace a trompicones y después de que una vez más las autoridades hacendarias y del Banco de México declaran solemnemente, días antes, que no hay devaluación en puerta. Certezas para nadie, incertidumbre para todo el mundo.
En materia de privatización de la petroquímica, corrección que parece tener un sentido y después, ahondando la intención de las nuevas condiciones, se ``descubre'' que hay dobles gatos encerrados: el 51 por ciento que mantendría el control público se desvanece, porque ese porcentaje estaría en manos de empresas públicas, que a su vez tienen el 49 por ciento de capital privado, de suerte que en la petroquímica en realidad se tendría apenas el 25.5 por ciento de control público. Nuevamente satisfacción a medias, o ninguna satisfacción, y renovadas susceptibilidades en tirios y troyanos.
Y para colmo, lo que hace unas semanas parecía impecable acuerdo de consenso entre partidos y gobierno para la reforma electoral, está igualmente en grave peligro de naufragio. En el último minuto cambios del gobierno y de la mayoría priísta hasta el punto en que la negociación anterior, que parecía consolidada y que llevó meses enteros, se viene abajo para convertirse la reforma del consenso en otra reforma de ``mayoriteo'', que perdería su novedad y sobre todo su fuerza de vinculación política, de compromiso por parte de todos los partidos. Lo que parecía el hecho político más importante en el gobierno de Ernesto Zedillo se reduce a su expresión tradicional de reforma impuesta, sin la trascendencia que se esperaba. Una ``reforma jurásica'', como ya se ha dicho.
Sí, impericias e ineptitudes, pero también, a lo que parece, resistencia y presiones de las zonas más oscuras del establishment político. Los hechos masivos de la nueva realidad social de México --el pluralismo y la diversificación, la aparición de un alud de organismos de la sociedad civil, la necesidad del cambio político democrático que exigen todos los sectores-- se estrellan contra el muro de lo establecido, de los intereses consolidados, de una idea del poder que sólo se concentra en una meta: conservarse a sí mismo, no perderse, es decir, no atender en definitiva las necesidades y el bien de la nación.
Al igual que en las épocas y regímenes más totalitarios, en cualquier lugar del mundo: primero ``yo'', cueste lo que cueste, y después el diluvio.
Naturalmente, estos regímenes han provocado profundas crisis que han sido funestas para el conjunto social. ¿Comenzamos a transitar por ese oscuro túnel de las incomprensiones, los desprecios, las sordas arrogancias y, por tanto, de los sacrificios sin medida? ¿Se trata sólo de una abismal incompetencia?
Hoy, casi a dos años de su gobierno, el presidente Zedillo y sus colaboradores debieran saber que la política se hace con ideas claras y metas precisas, y también con el apoyo de la sociedad, y no sólo con el apoyo de los aparatos que al final de cuentas resultan tan frágiles, tan quebradizos. Y que esa es la única forma de hacer una política que no sea arrumbada por la historia.