Arnoldo Kraus
Historia clínica (y de México)

La historia clínica tradicional, la que crearon los galenos de antaño, comprende dos universos. El primero incluye la recopilación de síntomas, signos y hallazgos físicos. El segundo incorpora el padecer del enfermo, las historias de su vida: la cuna que lo vio nacer, la escolaridad, los ingresos económicos y la vivienda, son sólo algunos de los rincones por los cuales la pluma y voz del médico deben penetrar. No existe buena clínica sin compilar el pasado de cada persona. Y no sirven ni medicina ni fármacos, si se ignora el entorno social.

En ese sentido, el médico es privilegiado: recopila vidas a través de historias. El resultado es interesante: el profesionista atento escucha los desarreglos que la biología produce sobre la salud, e incorpora a su saber las virtudes o mermas que el medio genera sobre la misma persona. Magnífica oportunidad para concatenar dos realidades e inmejorable tamiz para atisbar los nexos entre sociedad y ente. Esta dualidad, la biológica y la social, sobre todo cuando la medicina ha alcanzado logros otrora insospechables, permite concluir que entre el ser y la comunidad, la salud es única e indivisible. Emerge la enfermedad cuando hay desabasto social o al flaquear las células. Recapitulo sintetizando lo que todos sabemos: no se puede ser sano si se es pobre. Y remato aseverando que la salud ``inicial'' depende de la biología; la postrera, del Estado.

Hace pocos días, en el Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubirán, escuché la siguiente historia: María de Lourdes tiene 22 años. Nació y radica en Apatlaco, Morelos. Se dedica al hogar y vive en unión libre. Habita casa propia con piso de tierra, techo de asbesto, paredes de adobe, cuenta con drenaje y obtiene el agua --cuando la hay-- por medio de pipa. Convive, en lo que parece ser un ``cuarto grande'', con once personas. Sus hábitos higiénicos son muy deficientes y cohabita con la abuela quien padeció tuberculosis. De acuerdo con el padre, está expuesta a pesticidas utilizados en las faenas del campo. El desglose de la historia nutricional es deprimente: las calorías son suficientes para no morir, y las proteínas casi inexistentes.

Los datos ginecológicos ``duelen'' más: inició relaciones sexuales a los 17 años, ha estado embarazada en cinco ocasiones y sobreviven sólo dos hijos. Uno falleció por traumatismo y dos a los días de haber nacido; probablemente la causa de muerte fue anencefalia en ambos y múltiples malformaciones en uno. Nunca se le ha efectuado examen para diagnosticar precozmente cáncer cervicouterino.

El motivo por el cual ingresó al hospital de marras se denomina pancitopenia, que en lenguaje llano equivale a la disminución en la producción de células vitales para la vida, como son plaquetas, glóbulos rojos y blancos. Sea cual sea el origen de la enfermedad, la mortalidad suele ser muy alta, incluso bajo tratamiento óptimo. En el caso en cuestión, la gravedad del mal corre paralelo al de su situación social. La enfermedad se presentó mientras la paciente estaba embarazada. Fue atendida en su hogar por partera empírica. A partir de entonces, presentó fiebre, cansancio y algunas infecciones, por lo que acudió en tres ocasiones al Hospital General de su localidad, en donde se le pasó sangre e inició tratamiento para sus infecciones. Ante la complejidad del cuadro fue transferida al Distrito Federal. Por razones de espacio, resumo los hallazgos de la exploración física: mide 1 metro 52 centímetros.

No huelga decir que la paciente carece de seguro social, que dejó a su hijó recién nacido, y que establecido el diagnóstico, regresará a una realidad infinitamente inhóspita para su mal. Le aguardan desnutrición, tuberculosis, falta de higiene, pesticidas de mala calidad que paradójicamente requiere la familia para sobrevivir y que pudieron ser el origen de su padecimiento; espera también la certera pobreza que le impedirá comprar medicamentos. Es decir, todo en su contra. Tampoco es letra muerta comentar que estas enfermedades requieren tratamientos prolongados y múltiples visitas al médico. Para María, transladarse al DF con frecuencia, quizá cada 30 ó 60 días, raya en lo imposible. Es por eso que muchos de estos enfermos no regresan: la muerte, por la naturaleza de la enfermedad o por la insoslayable miseria, es remedio seguro. Agrego, sin ironía, que los que llegan al DF pertenecen a estratos económicos ``privilegiados'': hay quienes mueren sin saber la causa.

¿Quién enfermó a María? ¿La enfermedad o el Estado? Las Marías de Apatlaco padecen y mueren no tanto por causas biológicas, sino por amnesias gubernamentales. Con el lector, comparto mi primera y última pregunta: ¿sirve diagnosticar?.