Es ampliamente conocido el licenciado Luis Pazos como un convencido de las bondades del liberalismo económico y, por ende, del capitalismo. Congruente con esa convicción, en carta publicada en La Jornada el 18 pasado, en la que alude a mi artículo denominado ``Actitudes sobre la petroquímica'', nos da al suscrito y a los lectores de El Correo Ilustrado una sucinta lección sobre las diferencias que hay entre nacionalismo y estatismo, y entre soberanía y monopolios gubernamentales.
Le parece contradictorio que se critique la corrupción en las empresas estatales y se defienda que el gobierno siga manejando esas empresas. Pone el consabido ejemplo de los países ``fuertes'' donde los gobiernos tienen menos empresas mientras los débiles y dependientes tienen muchas.
Al respecto le aclaro, en primer lugar, que no digo que él --el señor Luis Pazos-- haya hecho a un lado tesis nacionalistas de sus principios doctrinarios; tal afirmación la hice del PAN, que sí tiene principios aprobados y que, en efecto, olvidó sus tesis sobre la rectoría del Estado y sobre la justicia social para adherirse a las del capitalismo liberal y colocarse, al reclamar la marcha atrás de la venta de la petroquímica básica, al lado de los empresarios y del mismo señor Pazos.
Ser nacionalista es no sólo buscar lo mejor para el país sino aceptar que, eventualmente, por un valor superior, por un principio de dignidad o de defensa de la soberanía, se debe hacer un sacrificio.
El patriotismo no puede ser interesado ni se encontrará nunca en los balances de una empresa; es, como el amor, un sentimiento y nos liga con nuestra tierra y con nuestros connacionales, nos identifica con ellos, con sus vicisitudes y sus problemas aunque nos vaya mal.
Lo mejor para el país en la concepción de un nacionalista, no será necesariamente lo mejor para un empresario o para un servidor de los capitales que, bien se ha dicho, ni tienen patria ni palabra de honor.
``Que inventen ellos'', decía Unamuno cuando le ponderaban la capacidad mecánica y técnica de los ingleses; que sean grandes ellos --parodiaría yo--: que sean grandes en el sentido que el señor Pazos y otros le dan a la grandeza: más empresas, más trabajo, más dinero, más poderío militar.
Yo prefiero a mi país, no tan grande en ese sentido pero más unido, más feliz, menos preocupado por los negocios y más interesado en la verdadera riqueza: la del espíritu, de la que habla Vasconcelos en el lema universitario, y en el arte, la cultura y en las fiestas populares.
Si llevamos al extremo la argumentación de que los ``fuertes'' tienen gobiernos no intervencionistas en economía, podríamos llegar a decir que si los fuertes tienen una bandera con estrellas y los pequeños no, lo mejor que podrían hacer éstos sería cambiar de bandera para ser fuertes también.
Pero no, somos otra gente; podemos criticar duramente la corrupción oficial y también las privatizaciones, porque no hay contradicción en ello, tanto corrupción como privatizaciones se ensombrecen con el mismo vicio de la codicia.
Otra cosa más: si no se aceptara que el Estado todo, incluido el gobierno pero también el pueblo, manejara un sector o área de la economía, porque en el pasado hubo corrupción o ineficacia en las empresas estatales, tendríamos que concluir que tampoco son buenas las privatizaciones porque en ellas también ha habido corrupción y también se manejaron con ineficiencia.